Yo leo a los maestros

jueves, 8 de marzo de 2018

Luis Cardoza y Aragón (1901 - 1992) Guatemala


A un perro que aúlla 

Muy lírica y antigua
brillaba hoy la estrella de la tarde,
con su suave veneno
y la nobleza evocadora
de sus misericordias y agonías.

Estaba triste yo, como el hombre primero
que vio morir el sol.
Como el hombre primero que lo vio renacer,
igual a la ola única y sin término del mar.
Y desleíame como una nube,
lívido gozo cruel donde el fervor
ceba su roja, amarga levadura,
con condición de brisa destinada a los árboles.

De pronto, me llamó a la vida
el aullido de un perro.
Elemental, sin saberse quejar,
de pedernales
y desobedecidos mandatos de silencio,
era como un ángel disfrazado
tocando las trompetas del Juicio Final.

¡Cómo nos duele el cielo,
su frenesí terrestre entre las tristes
fauces sin labios de la triste muerte!
Oh noche, madre de los sueños,
¿de qué me valen tus fantasmas?

Ni el oro fiel de las fieles estrellas,
ni los pechos de la lenta Esperanza,
pues habré de morir como he vivido,
con furia y abandono.
Izar todas las velas,
destrozar el compás y los ilusos mapas.
¡Seguir el fresco capricho del agua!
No hay rumbo para nadie. Y todo es vanidad
sin límites y absoluta demencia
en los graves remeros impasibles.

Ya sólo el yerto sueño,
cierto como el eterno
lucero del crepúsculo.

El yerto sueño bello contra el muro,
para hacerle ceder y abrir antes de tiempo
Las Áureas Puertas Definitivas.
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Tres Poemas 

1
Deja los lirios, cielos, vanidades
de la utilería de vaguedades.
Gloria de la materia necesaria,
¡oh, absoluto unánime en un cuerpo:
infinita pleamar en un segundo,
vientre elemental, muslo concreto!

2
La realidad no tiene realidad
la realidad es el deseo
hace el deseo la realidad
real la realidad torna el deseo
el deseo es la realidad
vuelve la realidad sueño el deseo
realidad o deseo del sueño
sueño es la realidad del deseo
y deseo la realidad del sueño
deseo sueño realidad espejo
de Narciso trifásico en su infierno.

3
La muerte se suicida en mí todos los días.
Tú lo sabes, y cuando yo me muera
viviré mi vida,
como un príncipe de hiedra
sobre la torre abolida.
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Volvía a casa

Volvía a casa entre disparos y engañadas multitudes
ciegas en su tormenta, amado pueblo mío.
Qué trágico, qué duro, qué cruel nuestro destino
de arar sobre el mar y que la luz te enlute.

Desasosiego físico, que podía palpar
como un dolor de muelas en el alma,
me saturaba el cuerpo: zozobra que era náusea,
entre certeza y duda de tu verdad mañana.

Yo soy mi pueblo ciego con los ojos abiertos.
Mi pueblo luminoso embarrado de sombra.
La realidad y el sueño, la raíz y el lucero.
La guitarra que siembra la semilla del alba.

Por igual me dolían la bala y el herido.
Tu día levantaba sus blancas torres altas
lúcidas de esplendor, oh recio pueblo mío,
si tu noche invadíame con pirámides truncas.

Sólo soy la guitarra que canta con su pueblo.
Aliento de su barro mi voz suya.
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Nieve 

Cuando una hormiga cae
ninguno se da cuenta.

Cuando yo estoy sufriendo hasta la médula
sólo yo lo averiguo.

Y se me antoja hoy-no sé por qué zodíaco-
que si sufro lo sepa todo el mundo.

Y que no es justo que padezca solo.

Y que alguna mujer debiera estar llorando
sobre mis metacarpios.
Al menos, ayudándome a llorar.

Me siento solidario con todo aquel que tiene
alguna torva pena, alguna neuralgia,
alguna madre agónica, alguna cárcel suya.

Y sólo pediría una brocha imponente
para llenar los muros de palabras soeces,
hasta que todos sepan
lo enfermamente triste
que un hombre puede estar de igual manera,
de igual simple manera
como caer una hormiga.
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Siempre

He vivido casi toda mi vida lejos de mis cielos.
Pero mis pies están marcados en los códices,
en la voz profunda de mi pueblo.
Camino sobre el mar y las nubes que me traje:
son mi tierra firme.
¿Quién me la puede quitar?
Cuando digo que estoy solo es porque no estoy en la plaza pública
sino en cada uno de vosotros,
como en los granos la granada.
Podríais enterrarme en la voz de cualquier niño
si tiene los pies descalzos y ha visto los volcanes.
Mis ojos siempre se abren sobre la luz primera,
y al cerrarlos, sobre mí cae siempre la sombra de mi infancia.
¿Y todo lo que he vivido,
me pregunto, toda el agua escurrida entre mis dedos,
todo lo bailado, no es un sueño?
No he tenido tiempo para soñar, amigos.
Apenas si he tenido para no morirme.
No puedo descifrar el símbolo
porque el símbolo no es un lenguaje.
Estoy tan cerca que no me veis
en las cenizas de los muertos
y en las manos de los niños futuros.
Tercamente guatemalteco,
no necesito recordar, me basta con palparme.
El sueño no tiene vocales,
pero tiene llamaradas y tambores mudos,
y las mismas fogatas
arden en las mismas cumbres.
...Si tiene los pies descalzos y ha visto los volcanes.
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Poema 5

Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere el amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.
Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene,
angustiadamente carnal con la misma muerte devorante,
yo me consumo aullando la traición de los dioses.
Soledad mía, oh muerte del amor, oh amor de la muerte,
que nunca hay vida, nunca, ¡nunca! sino sólo agonía.
En mis manos de fango gime una paloma resplandeciente
porque el amor y el sueño son las alas de la vida.
Me duele el aire... Me oprimen tus manos absolutas,
rojas de besos y relámpagos, de nubes y escorpiones.
Soledad de soledades, yo sé que si es triste todo olvido,
más triste es aún todo recuerdo, y más triste aún toda esperanza.
Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida,
que es como un ángel expulsado perpetuamente.
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Soledad 

Vela sin viento que no fue rumbo.
Piedra lejos del arco y de la cúpula.
Horas podridas sin afán de musgo.
¿Quién descansa sobre vuestro pensamiento
como descansa el día en los surtidores?
¿Cómo en las aves descansa el viento,
en la voz el espacio, el llanto en los relojes,
la sombra en la frente de los ciegos?
Por vosotros, mar de pupilas altas es el náufrago
que se está quemando vivo en un lago de olvido
de sí mismo y fiel memoria de su sino.
Sólo le apagarían las aguas de los mapas,
los sueños de las arpas y su tacto de radio de sonámbulo.
Con total realidad, mintiendo con verdad,
instaurar un abismo -como puente
de asombro- entre las cosas y su nombre.
La sirena es sirena. Caballo, el caballo.
¿El hombre? Ay, ni tú lo sabes, Eva.
¡Qué poema el centauro absorto en restos
y nupcias de realidad y deseo!
Inventar las cosas sencillamente
con la precisión y la lealtad
de la inmediatez de la infancia.
Supe su nombre entonces: mi llamado escuchaban.
Manuel planeta, el pan sobre la mesa,
tan cotidiano y pleno y con alquimia
que no hay tiempo para perder el tiempo.
Es tiempo recobrado su presencia íntegra.
Caos, lenguaje inarticulado.
La muerte no rescata el universo.
Instantáneamente nos hace verbo.
Todo nombre es ya nombre sobrehumano.
La palabra sentida.
El grito del vendedor de naranjas.
En la esquina: "¡Naranjas! ¡Naranjas!
"Y el sol se recupera de su herida.
Porque supe su nombre, porque supe decirlo
cuando su aparición fu necesaria
alba infalible, ¡el sol por los tejados!
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Poemas 10 

Yo escucho lo que las piedras callan,
grito sin luz, opaco lamento silencioso.
Corazón de la piedra, nocturno corazón
sonámbulo, más trémulo que la carne que rasga.
La montaña ha llorado por la hormiga
que yace bajo el casco del caballo
un segundo de dios, siglos de trigo,
años de mar, de espumas y amapolas.
En su noche de suma coherencia
sangra el pedernal ascuas de ira.
Piedra de fuego, dura de rosas sin salida,
auroras pisoteadas y ojos ciegos,
si el ascua solamente ¡solamente!
La noche del mineral, apretada
como el puño del odio,
sería el corazón de un niño triste.
¡Ay, si solamente, si solamente!
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El sonámbulo

Tú por tu cielo, y por el mar las naves.
Gerardo Diego

Vela sin viento que no fue rumbo.
Piedra lejos del arco y de la cúpula.
Horas podridas sin afán de musgo.
Yo descanso sobre vuestro pensamiento
como descansa el día en los surtidores.
Como en las aves descansa el viento,
en la voz el espacio, el llanto en los relojes,
la sombra en la frente de los ciegos.

Sólo un faro es la muerte, estupefacto,
oscuro entre sus sombras luminosas.
Un faro solo y azul, alto y puro,
entre un azoro de paloma oculto.

Como una flor de hielo sobre un piano,
Lázaro en medio de la noche, ciego.
El barco por el mar, tú por tu cielo.
En medio tú del sueño de tu dueño…

Eres rebelde, luminosa y firme
vela dura de sueño sin estela.
Veladura de sueño que revela
paraíso de espuma de arlequines.

Perjuros en el alba: luna y barco.
Agua profunda para alondra y trébol.

Sonámbulo y lucero se negaron.
Dulce la muerte con su voz de fuego.
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Transparente

Ciego, tu sol de hollín sólo entreoye las cosas opacas,
como el sordo el trueno ante el relámpago.

Matar el tiempo que te mata.
Vivir el tiempo que te vive.

El río se desnuda.
Perpetuo renacer
que no termina nunca
en su muerte perpetua.

¿Vive el río su corriente
o su corriente lo vive?
Su corriente es el tiempo.
El río no existe.

Vida, anomalía de la muerte.
No pasa el tiempo. Pasa nuestro sueño.
De pronto, lo ves todo.
Porque todo es transparente.

Qué extraño que los vivos estén vivos.
Qué extraño que los muertos estén muertos.
¡Ubicua soledad súbita siempre!

Por las cosas opacas
sabes las transparentes.

De la muerte sonámbulos.
Muy pronto despertamos.

Nos sueña el tiempo.
El río no existe. Sólo, su muerte.

El agua, elemental.
La pena, capital.
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Entonces, solo entonces

Nostálgico de polvo,
con mansa ley violenta,
ya casi real, mi cuerpo
sueña sólo la sombra.

Para no ser incierto,
yo necesito el fruto
divino del dolor.
La muerte es un insulto.

Su radiante materia
olvida la ceniza.
Ya casi real, mi sombra
sólo mi cuerpo sueña.

Quieren sufrir las piedras.
Quieren amar las piedras.
Quieren reír las piedras.
Quieren soñar las piedras.

Olvidar y morir.
Vivir y recordar.
Las dulces tercas piedras.
La muerte es un indulto.

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