Yo leo a los maestros

jueves, 23 de enero de 2014

Rafael Cadenas (1930 - ) Venezuela


Derrota

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme
                                                                                 es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces
                                                                   más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
                                                ("Ud. es muy quedado, avíspese despierte")
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras
                                                           cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas
                                               haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,
                                               barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación,
                                               mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente
                                               me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros
                                               y de mí hasta el día del juicio final.
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Las paces

Lleguemos a un acuerdo, poema.
Ya no te forzaré a decir lo que no quieres
ni tú te resistirás tanto a lo que deseo.
Hemos forcejeado mucho.
¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen
cuando sabes cosas que no sospecho?
Líbrate ya de mí.
Huye sin mirar atrás.
Sálvate antes de que sea tarde.
Pues siempre me rebasas,
sabes decir lo que te impulsa
y yo no,
porque eres más que tú mismo
y yo sólo soy el que trata de reconocerse en ti.
Tengo la extensión de mi deseo
y tú no tienes ninguno,
sólo avanzas hacia donde te diriges
sin mirar la mano que mueves
y te cree suyo cuando te siente brotar de ella
como una sustancia
que se erige.
Imponle tu curso al que escribe, él
sólo sabe ocultarse,
cubrir la novedad,
empobrecerse.
Lo que muestra es una reiteración
cansada.
Poema,
apártate de mí.
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Fracaso

Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.
Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente,
difícil de entreleer es tu letra.
Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje
que traías, más precioso que todos los triunfos.
Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para
salvarme.
Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles
éxitos, me has quitado salidas.
Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.
De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches
me ha hecho hablar afiebrado a una ausente.
Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer
prefiera a alguien más resuelto, me desplazaste de oficios suicidas.
Tú siempre has venido al quite.
Sí, tu cuerpo llagado, escupido, odioso, me ha recibido en mi más
pura forma para entregarme a la nitidez del desierto.
Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé contra ti.
Tú no existes.
Has sido inventado por la delirante soberbia.

¡Cuánto te debo!
Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.
Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.
Por ti yo no conozco la angustia de representar un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón, trepar con esfuerzos propios, reñir por jerarquías, inflarme hasta reventar.

Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.
Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.
Me has brindado sólo desnudez.
Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo traías el cauterio!, pero también me diste la alegría de no temerte.
Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.
Gracias a ti que me has privado de hinchazones.
Gracias por la riqueza a que me has obligado.
Gracias por construir con barro mi morada.
Gracias por apartarme.
Gracias
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Mi pequeño gimnasio

Consta de una almohadilla que golpeo con acompañamiento musical.
Un saco de arena donde descargo todo el peso de la calle.
Una esterilla para hacer contorsiones que producen olvido.
Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.
Una cuerda donde me castigo por toda la prudencia del día.
Un artefacto en forma de O en el que me doblo para evitar los reclamos de mi conciencia.
Una barra horizontal sobre la cual me río de mis intenciones.
Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor dirigidos.
Un pequeño extensor de idiota que me estira por todos los frutos que no tomé, los actos que no hice, las paIabras que no me atreví a decir.
Una soga donde extorsiono mi brazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.
EI resto lo compone el ajuar ordinario de todo deportista. Los ejercicios son efectuados en la oscuridad. Por vergüenza no admito espectadores. (EI descontento sordo, por otra parte, ahogaría al que osara entrar.)
Soy de todas maneras un aprendiz. No he podido alcanzar mis rodillas con la frente, todavía me es imposible arquearme hacia atrás hasta tocar el suelo, tampoco logro pararme sobre las manos.
Algunas veces el exceso de pesadez me vuelve ridículo. (Me recuerdo en lamentables posiciones y siento dolor). A pesar de mis esfuerzos sigo siendo carnívoro, rudo, indisciplinado.
En el fondo los ejercicios están enderezados a hacer de mí un hombre racional, que viva con precisión y burle los laberintos. En clave, persiguen mi transformación en Hombre Número Tal. Llanamente y en mi intimidad, espero con ellos dejar de ser absurdo.
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Nombres

te llamas hoja húmeda, noche de apartamento
solo, vicisitud, campana, tersura y lascivia,
ingenuidad, lisura de la piel, luna llena, crisis
oh mi cueva, mi anillo de saturno, mi loto de
mil pétalos
Éufrates y Tigris, erizo de mar, guirnalda, Jano,
vasija, tórtola, S. y trébol
ovípara
uva, vellocino y petrificación
podrías llamarte…
pero tu nombre es
lecho, lavamanos, dentífrico, café, primer cigarrillo,
luego sol de taxis, acacia, también te llamas acacia
y six pi em -em- or half past six or seven,
cerveza y Shakespeare
y vuelves a llamarte hoja húmeda, noche de
apartamento solo
día tras día,
sí, tienes tantos nombres
y no te puedo llamar
todo tan absurdo como esas mañanas sin amor
que el espejo de los baños recoge y protege
todo tan desoladamente inabordable
todo tan causa perdida.
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Inquisidores

Van de un sitio a otro midiendo, anotando, mordiendo aquí, más allá, llenos de baba de pasado, muecas, rótulos. Indician, señalan, dictan, corrigen, acosan. Ahí, dicen, está el culpable. Nuestros códigos amaestrados lo perseguirán ladrando día y noche. Ahí está, nuestros mastines olisquean el rastro sucio. Él es la mancha en nuestras baldosas. Agravia nuestra pureza. Por el mundo, siempre, con sus libros de cuentas, sus lápices perversos, sus esto sí esto no, sus autos de fe, sus pócimas vengativas, extendiendo un rojo metro sobre el cuerpo que la jauría va a perseguir.

Ahí está el que nos traicionó, dice. Escupamos, que ahí viene.

Espiémoslo como un solo ojo.
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Desolado

De tanto imaginarte, sonreírte, esperarte, me canso. Te veo y pregunto ¿eres tú?
Respiro tu llegada; ya sin creer.

No me pidas explicaciones.
No me quites la idea que tengo, tan vaga.
No me pruebes, por favor, en terreno firme (me harías a un lado).

Algunas veces de ti no queda nada, una pequeña lámina.
Si llegas, te aproximas, te parece bien, sencillamente será otra cosa, otra cosa, cosa de delirio.
Tendrás magnitud y calor.

Eres el otro lado del botín.
¿Comprendes?
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Moradas

En medio de la incertidumbre, el reto: la pregunta sobre el sentido de esta constancia que inscribe letras en el gran hueco.

               Ser boca, a pesar de todo. Una manera de asentir.

Líneas perplejas. Voces en la espesura, sobrias.
               Ramazones.

Lo andado nos sitia.
                Camino en los bordes con venia extraña, de fondo. ¿Quién nos sostiene abajo? No veo la roca, lo último de la fundación, a donde no llegan las tormentas. Oscuro venero del adorador que arriba es espuma. Debajo Yace, contrafigura de una ausencia, lo incólume.
Después de la espera donde el rostro ser olvida, lo informulado desafiando la boca.
                Nos quebramos sobre el existir que tiene manos simples. Nos enzarzamos entre lo nombrable. Caemos, recaemos.
                 Sabemos que no se puede entrar.
Este peso es el acompañante de todas las ingravideces. La ligereza se funda en lo más lejano. Tenemos horcas para cada desconcierto. Las preguntas caen solas. Las desgrava la corporeidad que restalla en el esplendor, tan ajeno y perteneciente.
En el centro de la magna ausencia asentamos nuestras casas. Su rumor inaudible las anima. Aunque vivimos para obedecer, somos los nómadas que invaden el terreno de un tirano. Una vez —se dice— nuestra voz resonó con fuerza, pero hoy se consume en su propia resonancia como una cara en un estanque, y cuando nos hablan de pesadumbre sabemos que ninguna sobrepasa casa una de nuestros nacimientos, este hilo roto que dejan nuestros pasos.
               Sentir es magnífico; escribir, exultante; habitar, lo sumo. Pero ¿dónde está el ligar aplacado, el sitio de reunión, el punto del encuentro solvente?
                Abandonamos. Decidimos vivir. Algo sigue sustrayendo fuerza a la fuerza. Porque existe un espacio, que no se entrega, donde los enemigos se reconcilian.
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Conjunto residencial

Aquí se vuelve a oír el viento.
Pasa entre los edificios, mece
los pinos, hiela el autocine.
Morador de ninguna parte,
no puedo decirte: Sé tú, fiero espíritu,
mi espíritu.
Sólo hay una espera
en la noche,
pero nadie tiene el ímpetu para hablarte
como en los tiempos del entusiasmo.
Eres lo que eres, una voz solitaria
que resuena en los aledaños de las ciudades.
Las palabras que te dirigían también pasaron
como las alucinantes hojas.
Éste es otro mundo, no hay dirección.
El viento, cuando azota,
golpea en el caos.
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De "Una Isla" 1958:

1. Coney Island

Rosa de claras risas
que golpea siempre
un mismo jirón de luz
y a un blanco río
de trópico que duerme
va girando,
girando
en la noche
amante.

2. Escribiste: "Estos muros se hacen transparentes cuando te siento.
Mañana traigo los libros.
Te besa".
Mi libertad había nacido tras aquellas paredes. El calabozo núm. 3
se extendía como un amanecer. Su día era vasto.
El pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero
a través de ti yo era innumerable.

3. Vengo de un reino extraño,
vengo de una isla iluminada,
vengo de los ojos de una mujer.
Desciendo por el día pesadamente.
Música perdida me acompaña.

Una pupila cargadora de frutas
se adentra en lo que ve.

Mi fortaleza,
mi última línea,
mi frontera con el vacío
ha caído hoy.

4. Sola,
insegura,
apremiante
palabra,
casa sin atavío.

Para ella desearía
la fuerza
de los árboles.

5. Te extiendes, camino de arena, más suave que la memoria de un ciego.

Salimos a recorrer la ciudad.
Tú te tiendes sobre una tibia hojarasca,
Más tarde me encuentras, tocas mi hombro y te vuelves noche.

6. Tú que caminas esta noche en la soledad de la calle, vas llena de besos que no has dado.
Del amor ignoras la escritura prodigiosa.

Aunque no me conoces, en mi cuerpo tiembla el mismo mar que en tus venas danza.
Recibe mis ojos milenarios, mi cuerpo repetido, el susurro de mi arena.

7. Una urbe áspera sella mi boca.

Yo viajo a los espacios transparentes.
Conmigo está tu chal de lana, el viejo fonógrafo que cuidabas tanto,
tus zarcillos con que ibas al mercado, tu pulsera de oro, la vajilla humilde.
El perro que nos despertaba pasa su hocico por mi lecho.
No es magia, sencillamente nada he olvidado a no ser que existo sin ti.

8. You

Tú apareces,
tú te desnudas,
tú entras en la luz,
tú despiertas los colores,
tú coronas las aguas,
tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,
tú rematas la más cegadora de las orillas,
tú predices si el mundo seguirá o va a caer,
tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo a tu lentitud de lava,
tú reinas en el centro de esta conflagración
y del primero
al séptimo día
tu cuerpo es un arrogante
                                                      palacio
donde vive
                          el
                               temblor.

jueves, 2 de enero de 2014

Álvaro Mutis (1923 - 2013) Colombia


204
                                                Para Fernando López

I

    Escucha Escucha Escucha

la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos

     Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina,
     donde se fragua un agrio olor a comida, que muy pronto estará en todas partes,
     el ronroneo de los ascensores

Escucha Escucha Escucha

a la hermosa inquilina del "204" que despereza sus miembros
     y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
     sale un vaho tibio de campo recién llovido.

     ¡Ay qué tránsito el de sus noches tremulantes como las banderas en los estadios!

     Escucha Escucha Escucha

el agua que gotea en los lavatorios, en las gradas que invade un resbaloso y maloliente verdín.
     Nada hay sino una sombra, una tibia y espesa sombra que todo lo cubre.

Sobre esas losas -cuando el mediodía siembre de monedas el mugriento piso-
     su cuerpo inmenso y blanco sabrá moverse dócil para las lides del tálamo y conocedor
     de los más variados caminos. El agua lavará la impureza y renovará las fuentes del deseo.

     Escucha Escucha Escucha

la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire que viene de la calle. Un desocupado
     la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.

II

De la ortiga al granizo
del granizo al terciopelo
del terciopelo a los orinales
de los orinales al río
del río a las amargas algas
de las algas amargas a la ortiga
de la ortiga al granizo,
del granizo al terciopelo
del terciopelo al hotel

     Escucha Escucha Escucha

la oración matinal de la inquilina
su grito que recorre los pasillos
y despierta despavoridos a los durmientes,
el grito del "204"
¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!
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Amén

Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con tu primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.
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Programa para una poesía

Terminada la charanga, los músicos recogen adormilados sus
instrumentos y aprovechan la última luz de la tarde para ordenar
sus papeles.

Antes de perderse en la oscuridad de las calles, algunos espectadores dicen su opinión sobre el concierto. Unos se expresan con deliberada y escrupulosa claridad.

Los hay que se refieren al asunto con un fervor juvenil que guardaron cuidadosamente toda la tarde, para hacerlo brillar en ese momento con un fuego de artificio en el crepúsculo.

Otros hay que opinan con una terrible certeza y convicción, dejando entrever, sin embargo, en su voz, fragmentos del gran telón de apatía sobre el cual proyectan todos sus gestos, todas sus palabras.

La plaza se queda vacía, inmensa en la oscuridad sin orillas.

El agua de una fuente subraya la espera y la ansiedad que con paulatina tersura se van apoderando de todo el ambiente.

A lo lejos comienza a oírse la bárbara música que se acerca.

Del fondo más profundo de la noche surge este sonido planetario y rugiente que arranca de lo más hondo del alma las palpitantes raíces de pasiones olvidadas.

Algo comienza.
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La orquesta
1
     La primera luz se enciende en el segundo piso de un café. Un
sirviente sube a cambiarse de ropas. Su voz gasta los tejados y en
su grasiento delantal trae la noche fría y estrellada.

2
     Aparte en un tarro de especias vacío, guarda un mechón de pelo.
Un espeso y oscuro cadejo de color indefinido como el humo de los trenes
cuando se pierde entre los eucaliptos.

3
     Vestido de amianto y terciopelo, recorrió la ciudad. Era el pavor disfrazado
de tendero suburbano. Cuántas historias se tejieron alrededor de sus palabras
con un sabor de antaño como las nieves del poeta.

4
     Así a primera vista, no ofrecía belleza alguna. Pero detrás de un cuerpo
temblaba una llama azul que arrastraba el deseo, como arrastran ciertos ríos
metales imaginarios.

5
     Otra luz vino a sumarse a la primera. Una voz agria la apagó como se mata
un insecto. A dos pasos de allí, el viento golpeaba ciegas hojas contra ciegas estatuas.
Paz del estanque... luz opalina de los gimnasios.

6
     Sordo peso del corazón. Tenue gemido de un árbol. Ojos llorosos limpiados furtivamente
en el lavaplatos, mientras el patrón atiende a los clientes con la sonrisa sucia de todos los días.
     Penas de mujer.

7
     En las aceras, el musgo dócil y las piernas con manchas aceitosas de barro milenario.
En las aceras, la fe perdida como una moneda o como una colilla. Mercancías.
Cáscara débil del hollín.

8
     Polvo suave en la oreja donde brilla una argolla de pirata. Sed y miel de las telas.
Los maniquíes calculan la edad de los viandantes y un hondo, innominado deseo surge
de sus pechos de cartón. Mugido clangoroso de una calle vacía. Rocío.

9
     Como un loco planeta de liquen, anhela la firme baranda del colegio con su campana
y el fresco olor de los laboratorios. Ruido de las duchas contra las espaldas dormidas.
     Una mujer pasa y deja su perfume de cebra y poleo. Los jefes de la tribu se congregaron después de la última clase
y celebran el sacrificio.

10
     Una vida perdida en vanos intentos por hallar un olor o una casa. Un vendedor ambulante
que insiste hasta cuando oye el último tranvía. Un cuerpo ofrecido en gesto furtivo y ansioso.
Y el fin, después, cuando comienza a edificarse la morada o se entibia el lecho de ásperas cobijas.
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Grieta matinal

Cala tu miseria,
sondéala, conoce sus mas escondidas cavernas.
Aceita los engranajes de tu miseria,
ponla en tu camino, ábrete paso con ella
y en cada puerta golpea
con los blancos cartílagos de tu miseria.
Compárala con la de otras gentes
y mide bien el asombro de sus diferencias,
la singular agudeza de sus bordes.
Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.
Ten presente a cada hora
que su materia es tu materia,
el único puerto del que conoces cada rada,
cada boya, cada señal desde la calida tierra
donde llegas a reinar como Crusoe
entre la muchedumbre de sombras
que te rozan y con las que tropiezas
sin entender su propósito ni su costumbre.
Cultiva tu miseria,
hazla perdurable,
aliméntate de su savia,
envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.
Aprende a reconocerla entre todas,
no permitas que sea familiar a los otros
ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.
Que te sea como agua bautismal
brotada de las grandes cloacas municipales,
como los arroyos que nacen en los mataderos.
Que se confunda con tus entrañas, tu miseria
que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,
los elementos de tu más certero abandono.
Nunca dejes de lado tu miseria,
así descanses a su vera
como junto al blanco cuerpo
del que se ha retirado el deseo.
Ten siempre lista tu miseria,
y no permitas que se evada por distracción o engaño.
Aprende a reconocerla hasta en sus más breves signos:
el encogerse de las finas hojas del carbonero,
el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,
la soledad de una jaula de circo varada en el lodo
del camino, el hollín en los arrabales,
el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,
la ropa desordenada de los ciegos,
las campanillas que agotan su llamado
en el solar sembrado de eucaliptos,
el yodo de las navegaciones.
No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.
Aprende a guardarla para las horas de tu solaz
y teje con ella la verdadera,
la sola materia perdurable
de tu episodio sobre la tierra.
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Canción del este

A la vuelta de la esquina
un ángel invisible espera
una vaga niebla, un espectro desvaído
te dirá algunas palabras del pasado.
Como agua de acequia, el tiempo
cava en ti su arduo trabajo
de días y semanas,
de años sin nombre ni recuerdo.
A la vuelta de la esquina
te seguirá esperando vanamente
ese que no fuiste, ese que murió
de tanto ser tú mismo lo que eres.
Ni la más leve sospecha,
ni la más leve sombra
te indica lo que pudiera haber sido
ese encuentro. Y, sin embargo,
allí estaba la clave
de tu breve dicha sobre la tierra.
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Tres imágenes

I
La noche del cuartel fría y señera
vigila a sus hijos prodigiosos.
La arena de los patios se arremolina
y desaparece en el fondo del cielo.
En su pieza el Capitán reza las oraciones
y olvida sus antiguas culpas,
mientras su perro orina
contra la tensa piel de los tambores.
En la sala de armas una golondrina vigila
insomne las aceitadas bayonetas.
Los viejos húsares resucitan para combatir
a la dorada langosta del día.
Una lluvia bienhechora refresca el rostro
del aterido centinela y hace su ronda.
El caracol de la guerra prosigue su arrullo
interminable.

II
Esta pieza de hotel donde ha dormido un
asesino, esta familia de acróbatas con una nube
azul en las pupilas,
este delicado aparato que fabrica gardenias,
esta oscura mariposa de torpe vuelo,
este rebaño de alces,
han viajado juntos mucho tiempo
y jamás han sido amigos.
Tal vez formen en el cortejo de un sueño
inconfesable
o sirvan para conjurar sobre mí
la tersa paz que deslíe los muertos.

III
Una gran flauta de piedra
señala el lugar de los sacrificios.
Entre dos mares tranquilos
una vasta y tierna vegetación de dioses
protege tu voz imponderable
que rompe cristales,
invade los estadios abandonados
y siembra la playa de eucaliptos.
Del polvo que levantan tus ejércitos
nacerá un ebrio planeta coronado de ortigas.
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Razón del extraviado

Para Alastair Reid 

Vengo del norte,
donde forjan el hierro, trabajan las rejas,
hacen las cerraduras, los arados,
las armas incansables,
donde las grandes pieles de oso
cubren paredes y lechos,
donde la leche espera la señal de los astros,
del norte donde toda voz es una orden,
donde los trineos se detienen
bajo el cielo sin sombra de tormenta.
Voy hacia el este,
hacia los más tibios cauces
de la arcilla y el limo
hacia el insomnio vegetal y paciente
que alimentan las lluvias sin medida;
hacia los esteros voy, hacia el delta
donde la luz descansa absorta
en las magnolias de la muerte
y el calor inaugura vastas regiones
donde los frutos se descomponen
en una densa siesta
mecida por los élitros
de insectos incansables.
Y, sin embargo, aún me inclinaría
por las tiendas de piel, la parca arena,
por el frío reptando entre las dunas
donde canta el cristal
su atónita agonía
que arrastra el viento
entre túmulos y signos
y desvía el rumbo de las caravanas.
Vine del norte,
el hielo canceló los laberintos
donde el acero cumple
la señal de su aventura.
Hablo del viaje, no de sus etapas.
En el este la luna vela
sobre el clima que mis llagas
solicitan como alivio
de un espanto tenaz y sin remedio.
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Cada poema

Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.
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El deseo

     Hay que inventar una nueva soledad para el deseo. Una vasta  soledad de delgadas orillas
en donde se extienda a sus anchas  el ronco sonido del deseo. Abramos de nuevo todas las
venas del placer. Que salten los altos surtidores no importa hacia dónde.
Nada se ha hecho aún. Cuando teníamos algo andado, alguien se detuvo en el camino para ordenar sus vestiduras y todos se detuvieron tras él. Sigamos la marcha. Hay cauces secos
en donde pueden viajar aún aguas magníficas.
     Recordad las bestias de que hablábamos. Ellas pueden ayudarnos antes de que sea tarde
y torne la charanga a enturbiar el cielo con su música estridente.
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Nocturno

La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.
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Nocturno 2

Respira la noche,
bate sus claros espacios,
sus criaturas en menudos ruidos,
en el crujido leve de las maderas,
se traicionan.
Renueva la noche
cierta semilla oculta
en la mina feroz que nos sostiene.
Con su leche letal
nos alimenta
una vida que se prolonga
más allá de todo matinal despertar
en las orillas del mundo.
La noche que respira
nuestro pausado aliento de vencidos
nos preserva  y protege
"para más altos destinos".
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Nocturno 3

Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el zinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.