Yo leo a los maestros

miércoles, 28 de mayo de 2014

Eugénio de Andrade (1923 - 2005) Portugal



El amor

Estoy amándote como el frío
corta los labios.

Arrancando la raíz
a lo más diminuto de tus ríos.

Inundándote de dagas
de saliva esperma lumbre.

Estoy rodeado de agujas
tu boca más vulnerable.

Marcando en tus costados
el itinerario de la espuma.

Así es el amor: mortal y navegable.
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Un amigo es a veces el desierto...

Un amigo es a veces el desierto,
otras el agua.
Despréndete del ínfimo rumor
de agosto; no siempre
un cuerpo es el lugar de la furtiva
luz desnuda, de cargados
limoneros de pájaros
y el verano en el pelo;
en el follaje oscuro del sueño
es donde brilla
la piel mojada,
la floración difícil de la lengua.
Lo cierto es la palabra.
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Blanco en lo blanco

Haz una llave, aunque sea pequeña,
entra en la casa.
Consiente en la dulzura, ten piedad
de la materia de los sueños y de las aves.

Invoca el fuego, la claridad, la música
de los flancos.
No digas piedra, di ventana.
No seas como la sombra.

Di hombre, di niño, di estrella.
Repite las sílabas
donde la luz es feliz y se demora,

vuelve a decir: hombre, mujer, niño.
Donde la belleza es más nueva.
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La lluvia cae en el polvo igual que el poema...

La lluvia cae en el polvo igual que en el poema
de Li Po. En el sur
los días tienen ojos grandes
y redondos; en el sur el trigo ondula,

sus crines danzan en el viento,
son la bandera
descamisada de mi embarcación;

en el sur la tierra huele a lino blanco,
a pan en la mesa,
el fulvo ardor de luz invade el agua,
cayendo sobre el polvo, leve, encendida.

Igual que en el poema
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Las palabras que envío están prohibidas

Las palabras que envío están prohibidas,
mi amor, el halo de los campos de maíz;
si los hubiere devuelto o ya reconocidos
su nombre en sus curvas de luz.

Me duele esta agua, este aire que respiramos,
me duele esta soledad de piedra oscura,
Donde la noche agarre estas manos
mis días rotos en la cintura.

Y la noche crece apasionadamente.
En sus márgenes desnudas, desolado,
cada hombre no tiene más que dar
un horizonte de ciudades bombardeadas.
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En un lugar al sur...

Es un lugar al sur, un lugar donde
la cal
amotinada desafia el mirar.
Donde viviste. Donde a veces en sueños
vives aún. El nombre empapado de agua
te escurre de la boca.
Por caminos de cabras descendías
a la playa, el mar batía

en aquellas piedras, en estas sílabas.
Los ojos se perdían ahogados
en el fulgor
del último o del primer día.

Era la perfección.
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Únicamente un cuerpo

Respira. Un cuerpo horizontal,
tangible, respira.
Un cuerpo desnudo, divino,
respira, ondula, infatigable.
Amorosamente todo lo que queda de los dioses.
Las manos siguen la pendiente
del pecho y tiemblan,
pesadas de deseo.
Un río interior espera.
Espera un relámpago,
un rayo de sol,
otro cuerpo.
Si apoyo el oído en su desnudez
una música sube,
se yergue de la sangre,
prolonga otra música.
Un nuevo cuerpo nace,
nace de esa música que no cesa,
de ese bosque rumoroso de luz,
debajo de mi cuerpo desvelado.
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Las cigüeñas

Las cigüeñas.
Me traen el atrio,
dos casas, o tres, si fueran blancas,
la torre donde se posaban
lentas. tenía yo entonces
la edad de las moras,
el sol sobre la boca sofocaba.
¿te acuerdas? , o el peso de otra boca.
de otra razón. No sé.
Corría a pedradas
a los perros de los que tenías miedo.
y huía de ti para acariciar
en secreto
el caballito bayo que enamoraba entonces.
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Consejo

Sé paciente; espera
que la palabra madure
y se desprenda como un fruto
al pasar el viento que la merezca.
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Tres o cuatro sílabas

En este país
donde se muere de corazón incompleto
dejaré tan sólo tres o cuatro sílabas
de cal viva junto al agua.

Es lo único que me queda
y el bosque inocente de tu pecho
mi desvariado y dulce y frágil
pájaro de las arenas borradas.

Qué extraño oficio el mío
buscar a ras de tierra
una hoja entre el polvo y el sueño
húmeda aún del primer sol.
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Sílaba

Toda la mañana he buscado una sílaba.
Es poca cosa, es cierto: una vocal,
una consonante, casi nada.
Pero me hace falta. Sólo yo sé
la falta que me hace.
Por eso la buscaba con obstinación.
Sólo ella me podía defender
del frío de enero, de la aridez
del verano. Una sílaba.
Una única sílaba.
La salvación.
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Adiós

Ya hemos gastado las palabras en la calle, amor mío,
y lo que nos ha quedado no basta
para alejar el frío de cuatro paredes.
Lo hemos gastado todo salvo el silencio.
Hemos gastado los ojos con la sal de las lágrimas,
hemos gastado las manos a fuerza de apretárnoslas,
hemos gastado el reloj y las piedras de las esquinas
en esperas inútiles.

Meto las manos en los bolsillos y no me encuentro nada.
Antes teníamos tanto que darnos;
era como si todo fuese mío:
cuanto más te daba más tenía que darte.

A veces decías: tus ojos son unos peces verdes
y yo me lo creía.
Me lo creía
porque a tu lado
todas las cosas eran posibles.

Pero eso era en el tiempo de los secretos,
era en el tiempo en que tu cuerpo era un acuario,
era en el tiempo en que mis ojos
eran realmente peces verdes.
Hoy son sólo mis ojos.
Es poco, pero es la verdad,
unos ojos como los demás.

Ya hemos gastado las palabras.
Cuando ahora te digo amor mío,
ya no pasa absolutamente nada.
Y sin embargo, antes de gastarse las palabras,
estoy seguro de que todo se estremecía
sólo con murmurar tu nombre
en el silencio de mi corazón.

No tenemos ya nada para darnos.
Dentro de ti
no hay nada que me pida agua.
El pasado es inútil como un trapo.
Ya te lo he dicho: las palabras están gastadas.

Adiós.