Yo leo a los maestros

viernes, 9 de noviembre de 2012

Aldo Pellegrini (1903 – 1973) Argentina


La máscara de medianoche

La casa
es una sombra del vértigo
que agita las manos de los moradores de la espera
un único juguete
la máscara
delante del gato inexplicable
el ente que detiene las horas
la apacible inexistencia de la noche del tiempo
vive la multitud en uno
¿a quién puede sorprender
el gato inmóvil que contempla la espera?
las sombras cubren el muro de la pequeña ausencia
no existe la multitud no existe uno
sólo las manos que se sumergen cada vez más en la sombra
para beber con extraña avidez el cálido licor nocturno
¿a quién puede sorprender
la visita de la pequeña ausencia envuelta en su repetido vértigo?
la única vigilia de la máscara
que despierta a los ausentes
que detiene la hora del gato inexplicable
un rayo de luz
hace más profundas las sombras
la casa
cesa de girar
la inmovilidad se arranca la máscara.
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La certidumbre de existir


lo he visto todo
todo lo que no existe destruir lo que existe
la espera arrasa la tierra como un nuevo diluvio
el día sangra
unos ojos azules recogen el viento para mirar
y olas enloquecidas llegan hasta la orilla del país silencioso
donde los hombres sin memoria
se afanan por perderlo todo

En una calle de apretado silencio transcurre el asombro
todo retrocede hasta un limite inalcanzable para el deseo

pero tú y yo existimos

tu cuerpo y el mío se adelantan y aproximan
y aunque nunca se toquen aunque un inmenso vacío los
separe
tú y yo existimos
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Arte poética o de las significaciones

La palabra puede tornar transparente al hombre
he aquí un ejercicio permitido sólo a los más puros
lo verdadero
surge en la desnudez de la aparente carencia de sentido
cabalgando en la extrema mirada de las significaciones alejadas
todo se vuelve próximo
la claridad meridiana ahoga cualquier esperanza
de alcanzar lo más hondo
en el ámbito sin aire de las significaciones cotidianas
fracasa
el nacimiento maravilloso
con el furor sagrado se destruye la podredumbre
alimento natural del buen burgués que acaricia diariamente la cretinización civilizada
cuando el furor sumerge sus manos en océano se llama desprecio
y con sus dedos innumerables alcanza a tocar en el fondo la luz absoluta
copulando el desprecio y la luz cumplen el acto supremo de la creación
el nacimiento del hombre verdadero a partir de la podredumbre
pero todo ha cambiado
después de la invención del mordisco luminoso
que hace sangrar la realidad última de los seres y las cosas
detrás de la piel del hombre está el hombre
detrás de la inmovilidad de lo inerte
está la gran vida cósmica que palpita
por cada herida de luz se derrama el gozo esencial y único
el gozo de sí mismo
que se confunde con el gozo de ser universal
por cada herida de luz se derrama
la perfecta identidad, lo uno y lo múltiple
lo separable y unible
más allá del tiempo y del espacio
no se pueden palpar las palabras sólo se palpan los gritos
en el fondo del océano la voz va a despertar a los sueños
la imagen
es un signo de la penetración del sueño en el mundo
la imagen
hace estallar los oídos indiferentes
toda palabra desnuda de sentido se colma de vida
de la vida ardiente que quema los labios
y que se transfigura en el silencio
como en un sagrado contacto
es el triunfo final de la palabra casi silenciosa
la palabra mezclada con noche
la palabra que vuela incansable hacia el deseo
haremos así cantar el silencio poblado de imágenes
en una noche iluminada por la luz absoluta.
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Pesadilla litúrgica

La llama se extingue
la calle sembrada de cenizas
las mujeres comercian con el fuego
los enemigos marchan de la mano
las lágrimas brotan de las puertas
los ciclistas ruedan sobre los principios morales
el gran órgano de la catedral
el humo
gris
una canción sorda
una llama sorda
la alegría hace estallar las venas de los ángeles
un gemido alucinante guía los pasos del sacerdote hacia el deleite
el asombro es rojo
un líquido gotea sobre el altar
la sangre la fugacidad la desnudez
la desnudez la inmortalidad
los ojos como relámpagos, las mejillas veloces
las lágrimas no brotan
tormenta de la fugacidad
lo eterno se paraliza
los ciclistas corren detrás de la indiferencia
el sacerdote acompaña con los ojos la danza
geometría de lo agónico
suspendida en el centro de la mirada
está la desnudez
¿habrá alguien que pueda comprender nuestra fiesta?
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Sobre la contradicción

Si extiendo una mano encuentro una puerta
si abro la puerta hay una mujer
entonces afirmo que existe la realidad
en el fondo de la mujer habitan fantasmas monótonos
que ocupan el lugar de las contradicciones
más allá de la puerta existe la calle
y en la calle polvo, excrementos y cielo
y también ésa es la realidad
y en ésa realidad también existe el amor
buscar el amor es buscarse a sí mismo
buscarse a sí mismo es la más triste profesión
monotonía de las contradicciones
allí donde no alcanzan las leyes
en el corazón mismo de la contradicción
imperceptiblemente
extiendo la mano
y vivo.
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A valija de fuego

Que se viva, sueñe o hable
que se busque o se den las gracias
nada evita que en lo más oculto
existan pequeñas deliciosas inmundicias
siempre lugares secretos objetos invisibles, lo despreciable que se ama
borra de café, polvos, gargajos, legaña, insectos, mugre
un mondadientes usado, pústulas
flujos, náuseas, fetidez, diarreas
la embriaguez que vomita
la cómica felicidad con caries dental y callos
oh nada de esto aterroriza a los ociosos
ni a los comediantes que hacen prudentes imitaciones de la vida
agua de rosas, betún y baba
las cucarachas nos persiguen de noche y las moscas de día
todo encerrado en la famosa valija de fuego
rodeada de admirables burbujas de aire irrespirable.

Meditemos en la valija de fuego
se la usa en los infiernos despiadados
contra la nieve, contra el lirismo, contra el odio de los amigos
sólo fracasa con el frío de la muerte
busquemos en nuestra valija de fuego las suculentas podredumbres
para mezclarlas con los sombríos deseos celestes.

Retornemos a la valija de fuego
a la valija de fuego de
a la valija de fuego de madre que da a luz en el instante imprevisto
y más tarde, cuando el niño se pierde y reclama a su madre, todos lo recriminan duramente, y se da el caso de algunos que –en el colmo de la exasperación– cortan los extremos de los tiernos dedos infantiles y cometen otros actos de piadosa crueldad: el amor a la humanidad, frente al cual el amor de madre debe reservarse para la valija de fuego.

Retornemos al canto de fuego repleto de los cuchicheos de los sabios que abrazan llenos de pasión a las prostitutas
Y de los sabios que simulan dormir
Y de aquellos que mastican mañana tarde y noche
Y piensan al compás de las mandíbulas
(delicioso juego de las mandíbulas que ocultan todos los otros juegos).

Retornemos al sollozo de fuego del niño
el niño que llora perdido en la calle
y le preguntan: “¿No buscas, hermoso niño, a tu madre?”
y contesta: “No, busco a mi padre el sabio, en el interior de la ballena
atravesado por relámpagos que parecen hormigas
devorado por hormigas que parecen catedrales”.
oh hermoso niño, te llevaré a tu cálida cuna atravesando los siglos
y mediante la ciencia de los puntapiés
te arrancaré de tu sueño
para ir al encuentro de la sabiduría parricida
allí donde Edipo y sus hijos bailan cabeza abajo.

Retornemos al canto de hielo de los santos en cuclillas, saludando respetuosamente a las cadenciosas fricciones eléctricas
las chispas eléctricas surgidas del roce de vírgenes satinadas
al compás de la inocencia que circula por las vetustas morales
el canto de hielo, el canto que congela
a las viejas cotorras que penetran contoneándose en su túnel de olvido
donde padres feroces arrasan los castillos de hadas
para arrebatar su botín de pieles y tortugas
donde harapos de piedras cuelgan del vientre de Dios
y multitud de arqueólogos se agitan incansablemente
masticando la felpa gris-perla de los pensamientos vegetales.

Retornemos a la vida fugaz del hombre inventor del fuego de la melancolía
los argumentos de la muerte se encierran también en la valija de fuego
cuando los generosos, los justos, los tenebrosos, los tristes
arrojan su timidez bastarda
y hacen explotar los vientres estériles
con filtros mágicos
con invenciones saturadas de dulzura que oprimen el pecho, sobre el cual caen mechones de cabellos negativos desde la indescriptible altura de las ideas
inconmovibles ante toda humana razón
torrentes de lágrimas deshaciendo las inexpertas rocas del egoísmo
y todos se van
y queda un gran vacío circular
¿y a quién llama entonces al niño?
a su madre, la portadora de la valija de fuego, la primera y última
la que muestra su perenne sonrisa triunfal
la que siempre retorna
la que afronta los inmensos peligros de la moralidad
la que vibra henchida de la más pura sabiduría zoológica.

Retornemos al niño que busca juguetes multiangulares
en el centro de espacios extinguidos
a la vera de noches emboscadas, arrastrando pesadillas bituminosas
alimentado con leche de perras violadas
para alcanzar así la madurez de la inocencia
ése es el hijo terrible, el hijo impródigo, el hijo no deseado
que recorre el hilo de las conversaciones hasta hacer estallar su sensatez
que incendia las posiciones correctas de los visitantes ocasionales
audaz explorador de selvas de cacahuetes.

Retornemos a la valija de fuego de nada
donde se consumen los sensibles al fuego del tedio moral
donde se amontonan los triunfadores despanzurrados
retornemos al fuego de alejarnos
al fuego de acercarnos
mientras Dios camina incansablemente a tu lado por toda la eternidad
sin pensar en ti
heroicamente solo
humanamente solo
marchando sobre arenas siderales
donde mundos exasperados se desheredan alternativamente.

He aquí el gran espectáculo que la valija de fuego no puede contener
el espectáculo de la soledad de Dios y de su hijo el hombre
solos en la multiplicidad de lo creado
en la infinita multiplicidad
todos heroicamente solos
dios y los hombres
irritantemente heroicos.

Simulando una sonrisa
recoge tu valija de fuego extinguido
tu valija de noche abandonada por sus fantasmas
juguete inolvidable
revelador del gran secreto
con los argumentos de la muerte se puede triunfar en la vida.
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La muerte inmortal

Rebeldía de los comensales. La fiesta despierta a los visionarios que fratemizan con el alba.

Guerreros nocturnos de espaldas contra las murallas de luz. Los mensajeros del tiempo no obedecen las órdenes. Fracaso de la ceremonia frente al mar. Los desterrados te abandonan oh tierra inaccesible a las súplicas.

Las esclavas se mueven en el infinito espacio de las palabras. La desesperación se detiene a la puerta de los insensibles. La voz henchida de una misteriosa ternura llama.

Oscuras en el recuerdo. Despiertan. Izan sus manos hasta más allá del tiempo. Se clavan las uñas. Se desgarran con calculada indiferencia.

Falta el dolor y todas las heridas son mortales. Los besos son mortales. La desesperación llama a todas las puertas. El tiempo cambia los cuerpos de lugar. Pasa la noche sin dejar rastros. La voz calla. Una última sonrisa se desvanece. El humo queda. Un viento de piedra nos envuelve. Solo
la muerte es inmortal.
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En voz baja

En voz muy baja
para poder atravesar la fragilidad de tu sueño
te haré la revelación de las formas
te contaré la belleza
de lo que nunca se vive
las maravillas que nacen imprevistas de la intensidad
del ardor
te enseñaré a caminar con firmeza en la oscuridad
a iluminar la noche con los deseos
a investigar el secreto inmortal
las aventuras galantes alineadas por orden
cronológico
de la vigilia
las borrará el sueño que busca la mujer que todos
rechazan
la mujer que enciende su espíritu caída en las
maravillas del amor
Yo
despierto
predico la absurda técnica de la irresolución
inmóvil
en voz muy baja
te revelo
que el mundo es una graciosa mentira inventada por el
buen humor de los mártires.
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 Alguien que despierta

Abre tus ojos de barro
tus ojos de cielo y de noche interrumpida
tus ojos de alfombra, tus ojos pisoteados
ábrete a la luz y a la sombra y a los vientos
a la sombra negra que arrojan los cuerpos.

Árbol de la ceguera, de las muertes,
camino de las desapariciones,
marchas hacia los ojos abiertos del tiempo
hacia el agua pura del instante que corre
cuando te detienes te tornas invisible
cuando andas te destruyes
sólo eres la sombra de la idea de ser
pero con el hueco de tu mano ves todo
por el hueco de tu mano te derramas,
cuerpo ávido de caricias de atmósferas,
mil veces impasible, mil veces tierno
pero finalmente absorvido por la nada
que corroe lentamente el agua del tiempo.
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He encontrado el secreto de tus ojos

Mírame
busco en el fondo del pozo la cantárida dorada
y para salvar a la noche asesino a los noctámbulos
mírame hasta el agotamiento de las fuentes
donde el temblor se deshace
en la inmovilidad de tus ojos
¿desde qué día señalado por la ausencia de horas
has dejado de creer en la noche?
el amor es una forma de la maduración de los ríos
es un pasatiempo vertiginoso al borde del abismo
y tú has comenzado a caminar por la cuerda de mis sueños
a embellecer la muerte de los pasos.

Para que sólo tu luz me ilumine
ordena que hoy sea el último día
ordena que se derrumben las alturas
arranca la blanca mancha del sol
de otros ojos extraños que pasan.

Mírame
mírame en la luz de un universo sin mundos
en la luz de esa aurora feroz
mírame con tus dientes
y a través de la espuma
de océanos interminables que nos acechan.
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La fiesta de las arañas

¿Ah sí, te has despertado?
una mañana prodigiosa abre de par en par las ventanas
el último árbol de la noche ha dejado una huella
sobre la piel de tu frente.

Sí, te has despertado
agitando tu manto de telarañas de sueño
ahuyentaste el tropel de ratas ciegas
que te roían dormida.

Ya estás despierta, ¿adonde vas ahora?
abandonas tu riqueza nocturna por el gran vacío del día
y con la pálida debilidad construyes tu marcha sin objeto.

Ya estás despierta, subamos
por la angosta escalera hasta el confín del tiempo
para sorprender allí a los minutos perdidos
fugados de la vida.

No
un brusco desaliento te detiene
frente al espacio sin cielo donde nieblas aterradas
con inexplicable dulzura
transforman en viento a los que avanzan.

Algas marinas de la esperanza
horas inútiles se ocultan tras la puerta dorada
las palabras se encadenan a un profundo secreto
el diamante del desaliento brilla hacia adentro
los que se atreven a sonreír pierden su lugar en el mundo.

¿Adonde vas sin mí? buscas tu fiesta única
tu borrachera de signos y cataratas
tu jaula de libertad
donde amigos desconocidos beben tus gestos líquidos
y el veneno te mira con ojos fosforescentes.
Prepárate para tu fiesta
la fiesta de las manos que se resquebrajan
la fiesta del sudor de los crujidos
allí donde el letargo de tu carne
se precipita en una oscura danza.

Tu fiesta es la fiesta de las arañas
que devoran ferozmente tu riqueza nocturna
para alimentar su miseria inagotable
allí sumergida en un olvido sin límites
comprarás motivos para tu risa
comprarás estruendo para llenar tu silencio

viernes, 5 de octubre de 2012

Serguei Esenin (1895 - 1925) Rusia



Cesó de hablar...

Cesó de hablar el bosque rubio
en su lenguaje alegre de abedul.
Las grullas que van pasando
por nadie sienten pesar.

¿Por quién sentir? Cada uno es un viajero:
llega, entra y de nuevo deja su hogar.
El cañamar y la luna sobre la charca azul
sueñan con los que ya no volverán.

Estoy solo, de pie ante la desnuda llanura;
el viento lleva las grullas a lo lejos;
estoy pensando en mi alegre juventud,
pero no me lamento de los tiempos idos.

No me lamento de los años disipados.
No lamento la blanca flor de mi alma.
En el jardín arde el fuego del serbal
sin dar calor a nadie ya.

No se quemarán los ramos del serbal.
No perecerá la hierba en la sequía.
Como un árbol que pierde sus hojas sin quejarse,
así dejo caer mis nostálgicas palabras.

Y si el viento de los años las dispersa
y las rastrilla todas en un montón inútil,
decid así: que el bosque rubio
cesó de hablar en su lenguaje tierno.
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Las hojas caen...

Las hojas caen... Las hojas caen...
El viento gime lento y sordo...
¿Quién alegrará mi corazón?
¿Quién lo calmará, amigo mío?

Con párpados pesados
miro y miro la luna.
De nuevo cantan los gallos
en la quietud sombría.

El amanecer. Lo azul. Lo matinal.
Y de las estrellas fugaces la felicidad.
¿Formularme un deseo cualquiera?
Pero, no sé qué desear.

Qué desear bajo la carga de la vida
maldiciendo mi destino y mi hogar.
Quisiera ver ahora una buena muchacha
bajo la ventana.

Muchacha de ojos azules
—sólo para mí; para nadie más—
que calme mi corazón
con palabras y sentimientos nuevos.

Que bajo esta blancura de luna,
aceptando mi suerte dichosa,
no sufra yo con la canción ajena,
y al ver en otros juventud alegre,
no me lamente de la mía jamás.
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Arde estrella mía...

Arde, estrella mía, no caigas.
Derrama tus rayos fríos.
Tras la muralla del cementerio
ya no late ningún corazón.

Luces con el agosto y el centeno
y llenas la quietud de los campos
con el temblor sollozante
de las grullas que aún no partieron.

Me alcanza viniendo de lejos,
quizás del bosque o del cerro,
otra vez aquella canción
de mi país, y de mi casa natal.

Y el otoño dorado
reduciendo la savia de los abedules
llora sus hojas sobre la arena
por todos los seres que amé.

Lo sé. Lo sé. Dentro de poco,
ni por mi culpa ni por la ajena
tendré que tenderme también
detrás de la negra muralla.

Se apagará la llama cariñosa
y se convertirá en polvo el corazón.
Los amigos pondrán una piedra gris
con una alegre inscripción.

Mas yo, pensando en la triste muerte
así la compondría para mí:
“Amó a su patria y a su suelo
como un borracho a su taberna”.
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Hasta la vista...

Hasta la vista, amigo mío, hasta la vista.
Querido mío, estás en mi pecho.
La predestinada separación
promete una cita en el porvenir.

Hasta la vista, amigo mío, sin dar la mano, sin palabras.
No te afijas; no pongas tan triste el ceño.
En esta vida el morir no es cosa nueva;
pero el vivir —seguro— es menos novedad.

Escrito con la sangre de sus venas cortadas en la noche del suicidio,
27 de diciembre de 1925, en Leningrado
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Confesión de un golfo

No todos saben cantar,
No todos saben ser manzana
Y caer a los pies de otro.
Esta es la suprema
Confesión de un granuja.

Ando intencionalmente despeinado,
Con la cabeza como una lámpara a petróleo.
Me gusta alumbrar en las tinieblas
El otoño sin hojas de vuestros espíritus.
Me gusta que las piedras de los insultos
Caigan sobre mí como granizo vomitado por la tormenta.
Entonces es cuando aprieto con más fuerza
El globo oscilante de mi cabezota.

Con qué nitidez recuerdo entonces
La laguna cubierta de hierba y la voz ronca del aliso
Y que en algún lugar viven mi padre y mi madre.
Mis versos les importan un comino,
Pero me quieren como a un campo, como a la carne de su carne,
Como a la buena lluvia que en primavera ayuda a salir a los brotes.
Ellos les clavarían a ustedes sus horquetas
Cada vez que me lanzan una injuria.

¡Pobres, pobres campesinos!
Seguramente están viejos y feos
Y siguen temiendo a Dios y a los espíritus del pantano.
¡Si sólo pudieran comprender
Que su hijo
Es el mejor poeta de Rusia!
¿Acaso sus corazones no temían por él
Cuando se mojaba los pies en los charcos del otoño?
Ahora anda de sombrero de copa
Y con zapatos de charol.

Pero con el mismo espíritu juguetón de antes.
De aldeano travieso.
Desde lejos saluda con una gran reverencia
Alas vacas pintadas en los letreros de las carnicerías.
Y cuando se cruza con los coches de la plaza,
El olor del estiércol lo remonta a los campos de su tierra
Y está dispuesto a sostener en el aire la cola de cada caballo
Como si fuese la cola de un traje de novia.

Amo mi tierra.
¿La amo con locura!
Aunque sobre ella caiga toda la tristeza y el moho de los sauces.
Gozo con los hocicos inmundos de los cerdos
Y con las notas estridentes de los sapos en el silencio nocturno.
Estoy enfermo de los recuerdos de infancia,
Sueño con la niebla y con la humedad de las tardes de abril,
Cuando nuestro arce se puso en cuclillas
Para calentarse los huesos en la hoguera del crepúsculo.
¡Trepando de rama en rama,
Cuántos huevos no robé de los nidos de las cornejas!
¿Seguirá siendo el mismo de antes, con su copa verde?
¿Tendrá todavía la corteza tan dura?

¿Y tú, mi querido perro fiel
Overo?
La vejez te ha puesto gruñón y ciego
Y vas de un lado a otro del patio arrastrando tu cola caída.
Tu nariz no distingue ya el establo de la casa.
Cuánto no significan para mí nuestras pillerías de antaño
Cuando le robaba pan a mi madre
Y lo comíamos entre los dos, mordiéndolo por turno
Sin sentir repugnancia.

Soy siempre el mismo,
Mi corazón es siempre el mismo.
Los ojos florecen en el rostro como los azulíes en el trigo.
Y yo, extiendo las esteras doradas de mis versos
Quiero decirles a ustedes
Mis palabras más tiernas.

¡Buenas noches a todos!
¡Buenas noches!
Rozando por última vez la hierba del crepúsculo
Ha enmudecido la guadaña de la aurora.
Y siento unas ganas locas
De mear a la luna desde la ventana.
¡Luz azul, en este azul profundo
Ni siquiera la muerte me importa!
¡Que importa que yo parezca un cínico
Con un farol colgando del trasero!
Viejo, buen y supercabalgado Pegaso,
¿Qué falta me hace a mí tu trote blandengue?
Yo he venido como un severo maestro
A cantar y a ensalzar a las ratas.
Como agosto, vierte
Mi cabeza el vino espumoso de mis cabellos.

Yo quiero ser ese amarillo
Que nos lleva al país que navegamos.
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Estoy cansado

Estoy cansado de vivir en mi país natal,
con la nostalgia de las extensiones de trigo negro;
dejaré mi choza,
partiré como un vagabundo y un ladrón…

Volveré a la casa paterna
a regocijarme con el júbilo ajeno.
Y en una noche verde, bajo la ventana,
con la manga de mi camisa me ahorcaré.

Los sauces de plata contiguos a la cerca
inclinarán sus cabezas con mayor dulzura aún.
Y sin lavarme, sin el menor ritual,
se me enterrará bajo los aullidos de los perros.

La luna continuará bogando por el cielo,
perdiendo sus remos en el agua de los lagos;
y Rusia siempre será la misma,
danzando y llorando alrededor de las empalizadas.
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Carta a una mujer

Usted se acuerda,
usted, claro, de todo se acuerda,
cuando andaba nerviosa
por la estancia
–yo a la pared pegado–
y me reñía
con acerbas palabras.

Decía usted
que había llegado
la hora de separarnos,
que a causa de mis locuras
sufría mucho,
que iba a dedicarse a sus cosas,
y que yo estaba condenado
a rodar por la pendiente.

Querida:
Usted no me amaba.
Ignoraba que entre el gentío
era yo cual caballo espumeante,
espoleado por audaz jinete.
Ignoraba
que entre aquella humareda,
en la fosca tormenta de la vida
sufría yo, sin comprender
lo que se avecinaba.
De cara a cara
no se ve el rostro.
Lo grande se ve a distancia.
Cuando el mar se encrespa,
corren riesgo las naves.
¡Y de pronto
se convirtió la tierra
en una nave!
Alguien
empuñó majestuoso el timón
rumbo a la nueva vida prodigiosa
por entre vendavales y tormentas.
¿Quién no se cayó en la cubierta?
¿Quién no vomitó y no maldijo?
Pocos hubo que no se mareasen,
que venciesen aquel torbellino.
Entonces
entre un clamor salvaje,
sabiendo bien lo que me hacía
bajé a la bodega
para no ver vomitar a la gente.
Aquella bodega
era eso: la taberna.
Yo me entregué al vino
para no padecer por nadie
y hundirme
en la embriaguez.
Querida:
La hice sufrir, es cierto.
En sus cansados ojos
se asomaba la pena
al ver que yo, ostentosamente,
me consumía en escándalos diarios.
Pero usted ignoraba
que entre aquella humareda,
en la fosca tormenta de la vida,
sufría yo,
sin comprender
lo que se avecinaba…
•••••••••••••••••••••••••••••••••
Han pasado los años.
Mi edad es ya otra.
Ahora pienso de distinto modo.
Ahora brindo en los días de fiesta
por el gran timonel.
Me embargan hoy
amables sentimientos.
Al recordar su angustia
quiero apresurarme
a decirle
lo que fui antes,
lo que soy ahora.
Querida:
Me complace comunicarle
que no rodé por la pendiente.
Vivo en el Territorio Soviético
como el más entusiasta adherente.
No soy ya
el de antes.
Ahora no la haría sufrir
como entonces.
Tras la bandera de la libertad
y del trabajo luminoso,
estoy dispuesto a ir
al fin del mundo.
Perdóneme…
Sé que usted no es la de ayer.
Ahora vive
con un marido serio, inteligente.
A usted no le hacen falta
nuestros duros quehaceres,
y yo tampoco
le hago la menor falta.
Viva bajo
el signo de su estrella,
bajo su mansión renovada.

La saluda su amigo
que jamás la olvida,

Serguéi Esenin
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El otoño

Hay calma en el enebral espeso.
El otoño, potro taheño, peina su crin;
sobre la orilla del río suena
el retín azul de sus herraduras.
El viento, ermitaño de paso cauteloso,
aplasta la hojarasca en el camino
y en una mata de serbal besa
las llagas rojas de un Cristo invisible.
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Sin lamentos

Sin quejas, ni lamentos ni llantos
como el humo a través del florido manzano
hasta mí llegó la marchitez dorada
ya no seré más joven y lozano.

Ya no lates con la fuerza de antes
mi corazón tocado por el hielo
y caminar descalzo por el bosque
ya no es una ilusión, no es un anhelo.

El deseo de aventura cada vez es menor
y el fuego de los labios ya se ha ido
¡oh mi joven y lejano frescor
mis antaños pletóricos sentidos!

Ahora son escasos mis afanes
¿he vivido mi vida o la he soñado?
Es como si en un alba primaveral
galopé sobre un caballo rosado.

Nuestro destino es frágil y finito
el cobre de las hojas lento emana
por todos los siglos sea bendito
lo que florece hoy para morir mañana.
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Sólo me queda una diversión...

Sólo me queda una diversión:
los dedos en los labios y un alegre silbido.
Ya se ha esparcido mi mala fama
de peleador y escandaloso.
¡Qué ridícula mala fama!
Hay muchas caídas tontas en la vida.
Me avergüenzo de haber creído en Dios,
y me entristezco de no creer ahora.
¡Remotas lejanías doradas!
Todo arde en la rutina cotidiana.
Si blasfemé y fui escandaloso
fue para arder con mayor fulgor.
Acariciar y fustigar es el don del poeta
lleva sobre sí un signo fatal.
Yo quise enlazar sobre este mundo
a la rosa blanca y el sapo negro.
¡Qué importa no se hayan realizado
estos designios de los días buenos!
Si los demonios anidaron en mi espíritu
es porque los ángeles vivían en él.
Por estos alegres desvaríos,
yo quisiera en el postrer instante
antes de partir hacia otras comarcas
pedir a todos los que me acompañen
que por mis pecados mortales,
por no creer en el paraíso,
con mi camisa rusa me amortajen
y bajo los astros me dejen expiar.
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¡Dejaos ya de riñas! ¡Es la vida!...

¡Dejaos ya de riñas! ¡Es la vida!
¡Yo no comercio con palabras!
Se ha vuelto grave y ya se dobla
mi cabeza dorada hacia la espalda.

Por aldea y ciudad amor no siento.
¿Cómo pude sentir alguno?
Todo lo dejaré y, con barba larga,
iré por Rusia cual vagabundo.

Olvidaré los poemas y los libros,
me echaré un saco sobre la espalda,
porque en los campos, a un perdido,
más que a ninguno el viento canta.

Apestaré a rábano y cebolla
y, turbando la quietud del la tarde,
me sonaré ruidosamente con la mano
y haré simplerías en todo.

Y no necesito mejor suerte
que olvidar escuchando la cellisca,
pues sin estas extravagancias
no sé vivir en este mundo.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Luis Rogelio Nogueras (1944 - 1985) Cuba



El último caso del inspector

El lugar del crimen
no es aún el lugar del crimen:
es sólo un cuarto en penumbras
donde dos sombras desnudas se besan.

El asesino
no es aún el asesino:
es sólo un hombre cansado
que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,
después de un largo viaje.

La víctima
no es aún la víctima:
es sólo una mujer ardiendo
en otros brazos.

El testigo de excepción
no es aún el testigo de excepción:
es sólo un inspector osado
que goza de la mujer del prójimo
sobre el lecho del prójimo.

El arma del crimen
no es aún el arma del crimen:
es sólo una lámpara de bronce apagada,
tranquila, inocente
sobre una mesa de caoba.
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Poética

Lo que he escrito
tiene a veces el aspecto gastado de algo escrito ya por otros
pero también mucho de lo que han escrito otros
lleva mi firma
en la eterna espiral yo soy igualmente una consecuencia y una referencia
las palabras vuelven siempre
las oscuras palabras cada cierto tiempo
toda palabra tiene pasado
toda palabra hizo ya el amor
pero no hay palabras de uso
cada palabra tiembla de nuevo
entre las manos del escritor
..................................................................
El entierro del poeta

A Víctor Casaus

Dijo de los enterradores cosas francamente
impublicables.
Blasfemaba como un condenado
y a sus pies un par de águilas lloraban pensando
en las derrotas.
En el entierro estaba Lautréamont,
yo lo vi desde mi puesto en la cola:
dejaba el sombrero al borde de la tumba
y cantaba algo triste y oscuro
(lloraba honradamente, ya lo creo, y los
caballos devoraban higos en silencio).
Hubo discursos,
sonrisitas de Rimbaud junto a la cruz,
paraguas abiertos a la lluvia como
a él le hubiera gustado.
Hubo más:
hubo viernes y
canciones funerarias,
palomas que volaban sin sentido, como niños,
versos oscuros,
la hermosa voz de Aragón,
suicidios deportivos de Georgette y nunca más
y hasta siempre.
A la hora más triste del asunto
no quería bajar porque decía que allí estaba
oscuro.
Pero estaba muerto y hubo que bajarlo.
Los sombreros abandonaron las cabezas,
se alzaron copas, adioses, letreros de nunca te
olvidamos.
(Un joven poeta a mi derecha le mesaba las
rodillas a la muerte).
Lo bajaron.
Se aplaudió en forma delirante;
la gente corría como loca asumiendo lo grave
del momento.
Lo bajaban.
Las mujeres lloraban en silencio
porque bajaban las águilas, los sueños, países
enteros a la tierra.
Se intentó una última sentencia:
Nerval se acercó con una tiza y escribió con
letra temblorosa:
Su cadáver estaba lleno de mundo.
Desde el fondo, Vallejo sonreía sin descanso
pensando en el futuro,
mientras una piedra inmensa le tapaba el
corazón y los papeles.
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Oración por el hijo que nunca va a nacer

Éramos tan pobres, oh hijo mío,
tan pobres
que hasta las ratas nos tenían compasión.
Cada mañana tu padre iba a la ciudad
para ver si algún poderoso lo empleaba
-aunque tan sólo fuera para limpiar los establos
a cambio de un poco de arroz-.
Pero los poderosos
pasaban de largo sin oír quejas
ni ruegos.
Y tu padre volvía en la noche,
pálido, y tan delgado bajo sus ropas raídas
que yo me ponía a llorar
y le pedía a Jizo,
dios de las mujeres encintas
y de la fecundidad,
que no te trajera al mundo, hijo mío,
que te librara del hambre
y la humillación.
Y el buen dios me complacía.

Así fueron pasando años sin alma.
Mis pechos se secaron,
y al cabo
tu padre murió
y yo envejecí.
Ahora sólo espero el fin,
como espera el ocaso a la noche
que habrá de echarle en los ojos
su negro manto.
Pero al menos
gracias al buen Jizo
tú escapaste del látigo de los señores
y de esta cruel existencia de perros.
Nada ni nadie te hará sufrir.
Las penas del mundo no te alcanzarán
jamás,
como no alcanza la artera flecha
al lejano halcón.
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Pérdida del poema de amor

                                      Para Luis Marré
Ayer he escrito un poema magnífico
lástima
lo he perdido no sé dónde
ahora no puedo recordarlo
pero era estupendo
decía más o menos
que estaba enamorado
claro lo decía de otra forma
ya les digo era excelente
pero ella amaba a otro
y entonces venía una parte
realmente bella donde hablaba de
los árboles el viento y luego
más adelante explicaba algo acerca de la muerte
naturalmente no decía muerte decía
oscura garra o algo así
y luego venían unos versos extraordinarios
y hacia el final
contaba cómo me había ido caminando
por una calle desierta
convencido de que la vida comienza de nuevo
en cualquier esquina
por supuesto no decía esa cursilería
era bueno el poema
lástima de pérdida
lástima de memoria.                          
......................................................................
Lección de dialéctica

Un hombre y una mujer
dejan de pronto olvidada la cartera
donde llevan
los sueños, las fotos donde están juntos,
las almohadas para tenderse en cualquier sitio,
el dinero, las victorias,
y no regresan a buscarla.
Luego otro hombre y otra mujer, prácticamente desconocidos,
encuentran en el asiento de una guagua,
en el cine, en la noche,
en los sitios más inverosímiles
la cartera,
y vuelven de nuevo a compartir
los sueños, las fotos (que ahora han cambiado de caras),
los pañuelos, las almohadas.
Hasta que un día ellos también la dejan olvidada
a la salida de un cine, en la orilla del mar, en un parque.
Y así.
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Ama al cisne salvaje
             
No intentes posar tus manos sobre su inocente
cuello (hasta la más suave caricia le parecería el
brutal manejo del verdugo).
No intentes susurrarle tu amor o tus penas
(tu voz lo asustaría como un trueno en mitad de la noche).
No remuevas el agua de la laguna no respires.
Para ser tuyo tendría que morir.

Confórmate con su salvaje lejanía
con su ajena belleza
(si vuelve la cabeza escóndete en la hierba).
No rompas el hechizo de esta tarde de verano.
Trágate tu amor imposible.
Ámalo libre.
Ama el modo en que ignora que tú existes.
Ama al cisne salvaje.
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A la hora señalada

La boca buena, imperturbable, acepta por fin
           el reto de la boca mala,              
que le ha jurado caería eterna              
(como en esos spaghetti-westerns            
donde un pistolero bueno, imperturbable,    
acepta por fin el reto del pistolero malo  
que le ha jurado cacería eterna            
hasta que se encuentran por fin,            
en un pequeño pueblo,                      
ambos de pie, frente a frente,              
en la única calle solitaria y polvorienta).
                                             
Y entonces                                  
avanzan despacio una hacia la otra,        
bajo el sol fijo.                          
                                             
La boca mala besa primero, pero falla;      
es la boca buena la que hace blanco        
y mata.                            
.......................................................................
Labios sim beijos

Otra boca besa la boca que mi boca ya no besa
otras manos tocan las manos que mis manos
ya no tocan
otros ojos se miran en los ojos que ya no ven
mis ojos

boca que te fuiste
manos que se fueron
ojos que se fueron

mi mano escribe el poema
que mi boca no quiere repetir, no
que mis ojos no quieren leer, no
mi mano escribe el poema de tu boca
(que tampoco repetirá tu boca)
el poema de tus ojos
(que tampoco leerán tus ojos)
el poema de tus manos
(que tus manos no tocarán)

se fue la boca, sí
se fueron las manos, sí
se fueron los ojos, sí

sólo queda el poema
manco
ciego
mudo
............................................................................
 Halt!
Auschwitz-Cracovia octubre 21 de 1979

Recorro el camino que recorrieron 4000000
de espectros.
Bajo mis botas, en la mustia, helada tarde de
otoño
cruje dolorosamente la grava.
Es Auschwitz, la fábrica de horror
que la locura humana erigió
a la gloria de la muerte.
Es Auschwitz, estigma en el rostro sufrido de
nuestra época.
Y ante los edificios desiertos,
ante las cercas electrificadas,
ante los galpones que guardan toneladas de
cabellera humana
ante la herrumbrosa puerta del horno donde
fueron incinerados
padres de otros hijos,
amigos de amigos desconocidos,
esposas, hermanos,
niños que, en el último instante,
envejecieron millones de años,
pienso en ustedes, judíos de Jerusalem y Jericó,
pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión,
que estupefactos, desnudos, ateridos
cantaron la hatikvah en las cámaras de gas;
pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso
camino
desde las colinas de Judea
hasta los campos de concentración del III Reich.
Pienso en ustedes
y no acierto a comprender
cómo
olvidaron tan pronto
el vaho del infierno.
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Mirando un grabado erótico chino

Mirando un grabado erótico chino
tú me preguntaste
que cómo era posible hacerlo de ese modo

Lo intentamos
¿recuerdas?
Lo intentamos

Pero fue un fracaso

China tiene sus arcanos
China tiene sus secretos
China tiene murallas infranqueables.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Novalis (1772 - 1801) Alemania


Himnos a la noche

I
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a la que todo lo alegra, la Luz
–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,
cuando ella es el alba que despunta?
Como el más profundo aliento de la vida
la respira el mundo gigantesco de los astros,
que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,
la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,
la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,
y el salvaje y ardiente animal multiforme,
pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,
de ojos pensativos y andar flotante,
de labios dulcemente cerrados y llenos de música.
Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,
la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,
ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.
Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.

Pero me vuelvo hacia el valle,
a la sacra, indecible, misteriosa Noche.
Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–
desierta y solitaria es su estancia.
Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.
En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.
–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,
breves alegrías de una larga vida,
vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,
como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.
En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.
¿No tenía que volver con sus hijos,
con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?

¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota
en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?
¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura?
¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?
Un bálsamo precioso destila de tu mano,
como de un haz de adormideras.
Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.
Obscuramente, inefablemente nos sentimos movidos
–alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave,
un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,
y, entre la infinita maraña de sus rizos,
reconozco la dulce juventud de la Madre–.
¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz!
¡Qué alegre y bendita la despedida del día!
Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,
por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,
para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.
Más celestes que aquellas centelleantes estrellas
nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.
Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos
–sin necesitar la Luz,
ellos penetran las honduras de un espíritu que ama–
y esto llena de indecible delicia un espacio más alto.
Gloria a la Reina del mundo,
a la gran anunciadora de Universos sagrados,
a la tuteladora del Amor dichoso
–ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–
ahora permanezco despierto
–porque soy Tuyo y soy Mío –
tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida
–tú me has hecho hombre–
que el ardor del espíritu devore mi cuerpo,
que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente
y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.

II
¿Tiene que volver siempre la mañana?
¿No acabará jamás el poder de la Tierra?
Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega.
¿No va a arder jamás para siempre la víctima secreta del Amor?
Los días de la Luz están contados;
pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche.
–El Sueño dura eternamente. Sagrado Sueño.–
No escatimes la felicidad
a los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche.
Solamente los locos te desconocen, y no saben del Sueño,
de esta sombra que tú, compasiva,
en aquel crepúsculo de la verdadera Noche
arrojas sobre nosotros.
Ellos no te sienten en las doradas aguas de las uvas,
en el maravilloso aceite del almendro
y en el pardo jugo de la adormidera.
Ellos no saben que tú eres
la que envuelves los pechos de la tierna muchacha
y conviertes su seno en un cielo,
ellos ni barruntan siquiera
que tú,
viniendo de antiguas historias,
sales a nuestro encuentro abriéndonos el Cielo
y trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados,
de los silenciosos mensajeros de infinitos misterios.

III
Antaño,
cuando yo derramaba amargas lágrimas;
cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza;
cuando estaba en la estéril colina,
que, en angosto y obscuro lugar albergaba la imagen de mí
–solo, como jamás estuvo nunca un solitario,
hostigado por un miedo indecible–
sin fuerzas, pensamiento de la miseria sólo.
Cuando entonces buscaba auxilio por un lado y por otro
–avanzar no podía, retroceder tampoco–
y un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía:
entonces, de horizontes lejanos azules
–de las cimas de mi antigua beatitud–,
llegó un escalofrío de crepúsculo,
y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,
se rompieron las cadenas de la Luz.
Huyó la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza
–la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable
ebriedad de la Noche, Sueño del Cielo–,
tú viniste sobre mí
el paisaje se fue levantando dulcemente;
sobre el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu,
libre de ataduras, nacido de nuevo.
En nube de polvo se convirtió la colina,
a través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada
–en sus ojos descansaba la eternidad–.
Cogí sus manos. y las lágrimas se hicieron un vínculo
centelleante, indestructible.
Pasaron milenios huyendo a la lejanía, como huracanes.
Apoyado en su hombro lloré;
lloré lágrimas de encanto para la nueva vida.
–Fue el primero, el único Sueño.–
Y desde entonces,
desde entonces sólo,
siento una fe eterna. una inmutable confianza en el Cielo de la Noche,
y en la Luz de este Cielo: la Amada.

IV
Ahora sé cuándo será la última mañana
–cuándo la Luz dejará de ahuyentar la Noche y el Amor–
cuándo el sueño será eterno y será solamente Una Visión inagotable,
un Sueño.
Celeste cansancio siento en mí:
larga y fatigosa fue mi peregrinación al Santo Sepulcro, pesada, la cruz.
La ola cristalina,
al sentido ordinario imperceptible,
brota en el obscuro seno de la colina,
a sus pies rompe la terrestre corriente,
quien ha gustado de ella,
quien ha estado en el monte que separa los dos reinos
y ha mirado al otro lado, al mundo nuevo, a la morada de la Noche
–en verdad–, éste ya no regresa a la agitación del mundo,
al país en el que anida la Luz en eterna inquietud.

Arriba se construyen cabañas, cabañas de paz,
anhela y ama, mira al otro lado,
hasta que la más esperada de todas las horas le hace descender
y le lleva al lugar donde mana la fuente,
sobre él flota lo terreno,
las tormentas lo llevan de nuevo a la cumbre,
pero lo que el toque del Amor santificó
fluye disuelto por ocultas galerías,
al reino del más allá,
donde, como perfumes,
se mezcla con los amados que duermen en lo eterno.

Todavía despiertas,
viva Luz,
al cansado y le llamas al trabajo
–me infundes alegre vida–
pero tu seducción no es capaz de sacarme
del musgoso monumento del recuerdo.
Con placer moveré mis manos laboriosas,
miraré a todas partes adonde tú me llames
–glorificaré la gran magnificencia de tu brillo–,
iré en pos, incansable, del hermoso entramado de tus obras de arte
–contemplaré la sabia andadura de tu inmenso y luciente reloj–,
escudriñaré el equilibrio de las fuerzas
que rigen el maravilloso juego de los espacios, innúmeros, con sus tiempos.
Pero mi corazón, en secreto,
permanece fiel a la Noche,
y fiel a su hijo, el Amor creador.
¿Puedes tú ofrecerme un corazón eternamente fiel?
¿Tiene tu Sol ojos amorosos que me reconozcan?
¿Puede mi mano ansiosa alcanzar tus estrellas?
¿Me van a devolver ellas el tierno apretón y una palabra amable?
¿Eres tu quien la ha adornado con colores y un leve contorno,
o fue Ella la que ha dado a tus galas un sentido más alto y más dulce?
¿Qué deleite, qué placer ofrece tu Vida
que suscite y levante los éxtasis de la muerte?
¿No lleva todo lo que nos entusiasma el color de la Noche?
Ella te lleva a ti como una madre y tú le debes a ella todo tu esplendor.
Tú te hubieras disuelto en ti misma,
te hubieras evaporado en los espacios infinitos,
si ella no te hubiera sostenido,
no te hubiera ceñido con sus lazos para que naciera en ti el calor
y para que, con tus llamas, engendraras el mundo.
En verdad, yo existía antes de que tú existieras,
la Madre me mandó, con mis hermanos,
a que poblara el mundo,
a que lo santificara por el Amor,
para que el Universo se convirtiera
en un monumento de eterna contemplación
–me mandó a que plantara en él flores inmarcesibles–.
Pero aún no maduraron estos divinos pensamientos.
–Son pocas todavía las huellas de nuestra revelación.–
Un día tu reloj marcará el fin de los tiempos,
cuando tú seas una como nosotros,
y, desbordante de anhelo y de fervor,
te apagues y te mueras.
En mí siento llegar el fin de tu agitación
–celeste libertad, bienaventurado regreso–.
Mis terribles dolores me hacen ver que estás lejos todavía de nuestra patria;
veo que te resistes al Cielo, magnífico y antiguo.
Pero es inútil tu furia y tu delirio.
He aquí, levantada, la Cruz, la Cruz que jamás arderá
–victorioso estandarte de nuestro linaje–.

Camino al otro lado,
y sé que cada pena
va a ser el aguijón
de un placer infinito.
Todavía algún tiempo,
y seré liberado,
yaceré embriagado
en brazos del Amor.
La vida infinita
bulle dentro de mí:
de lo alto yo miro,
me asomo hacia ti.
En aquella colina
tu brillo palidece,
y una sombra te ofrece
una fresca corona.
¡Oh, Bienamada, aspira
mi ser todo hacia ti;
así podré amar,
así podré morir.
Ya siento de la muerte
olas de juventud:
en bálsamo y en éter
mi sangre se convierte.
Vivo durante el día
lleno de fe y de valor,
y por la Noche muero
presa de un santo ardor.

V
Sobre los amplios linajes del hombre reinaba,
hace siglos, con mudo poder,
un destino de hierro:
Pesada, obscura venda envolvía su alma temerosa.
La tierra era infinita, morada y patria de los dioses.
Desde la eternidad estuvo en pie su misteriosa arquitectura.
Sobre los rojos montes de Oriente, en el sagrado seno de la mar,
moraba el Sol, la Luz viva que todo lo inflama.
Un viejo gigante llevaba en sus hombros el mundo feliz.

Encerrados bajo las montañas yacían los hijos primeros de la madre Tierra.
Impotentes en su furor destructor contra la nueva y magnífica estirpe de Dios
y la de sus allegados, los hombres alegres.
La sima obscura y verde del mar, el seno de una diosa.
En las grutas cristalinas retozaba un pueblo próspero y feliz.
Ríos y árboles, animales y flores tenían sentido humano.
Dulce era el vino, servido por la plenitud visible de los jóvenes,
un dios en las uvas,
una diosa, amante y maternal,
creciendo hacia el cielo en plenitud y el oro de la espiga,
la sagrada ebriedad del Amor, un dulce culto a la más bella de las diosas,
eterna, polícroma fiesta de los hijos del cielo y de los moradores de la Tierra,
pasaba, rumorosa, la vida,
como una primavera, a través de los siglos.
Todas las generaciones veneraban con fervor infantil la tierna llama,
la llama de mil formas, como lo supremo del mundo.
Un pensamiento sólo fue, una espantosa imagen vista en sueños.

Terrible se acercó a la alegre mesa,
y envolvió el alma en salvaje pavor;
ni los dioses supieron consolar
el pecho acongojado de tristeza.
Por sendas misteriosas llegó el Mal;
a su furor fue inútil toda súplica,
Era la muerte, que el bello festín
interrumpía con dolor y lágrimas.

Entonces, separado para siempre
de lo que alegra aquí el corazón,
lejos de los amigos, que en la Tierra
sufren nostalgia y dolores sin fin,
parecía que el muerto conocía
sólo un pesado sueño, una lucha impotente.
La ola de la alegría se rompió
contra la roca de un tedio infinito.

Espíritu osado y ardiente sentido,
el hombre embelleció la horrible larva;
un tierno adolescente apaga la Luz y duerme,
dulce Tierra, como viento en el arpa,
el recuerdo se funde en los ríos de sombra,
la poesía cantó así nuestra triste pobreza,
pero quedaba el misterio de la Noche eterna,
el grave signo de un poder lejano.

A su fin se inclinaba el viejo mundo.
Se marchitaba el jardín de delicias de la joven estirpe
–arriba, al libre espacio, al espacio desierto, aspiraban los hombres subir,
los que ya no eran niños, los que iban creciendo hacia su edad madura.
Huyeron los dioses, con todo su séquito.
Sola y sin vida estaba la Naturaleza.
Con cadena de hierro ató el árido número y la exacta medida.
Como en polvo y en brisas se deshizo
en obscuras palabras la inmensa floración de la vida.
Había huido la fe que conjura y la compañera de los dioses,
la que todo lo muda, la que todo lo hermana:
la Fantasía.
Frío y hostil soplaba un viento del Norte sobre el campo aterido,
y el país del ensueño, la patria entumecida por el frío, se levantó hacia el éter.
Las lejanías del cielo se llenaron de mundos de Luz.
Al profundo santuario, a los altos espacios del espíritu,
se retiró con sus fuerzas el alma del mundo,
para reinar allí hasta que despuntara la aurora de la gloria del mundo.
La Luz ya no fue más la mansión de los dioses,
con el velo de la Noche se cubrieron.
Y la Noche fue el gran seno de la revelación,
a él regresaron los dioses, en él se durmieron,
para resurgir, en nuevas y magníficas figuras, ante el mundo transfigurado.
En el pueblo, despreciado por todos, madurado temprano,
extraño tercamente a la beata inocencia de su juventud,
apareció, con rostro nunca visto, el mundo nuevo
–en la poética cueva de la pobreza–.
Un Hijo de la primera Virgen y Madre,
de un misterioso abrazo el infinito fruto.
Rico en flor y en presagios, el saber de Oriente
reconoció el primero el comienzo de los nuevos tiempos.
Una estrella le señaló el camino que llevaba a la humilde cuna del Rey.
En nombre del Gran Futuro le rindieron vasallaje:
esplendor y perfume, maravillas supremas de la Naturaleza.
Solitario, el corazón celestial se desplegó en un cáliz de omnipotente Amor,
vuelto su rostro al gran rostro del Padre,
recostado en el pecho, rico en presagios y dulces esperanzas, de la Madre
amorosamente grave.
Con ardor que diviniza,
los proféticos ojos del Niño en flor
contemplaban los días futuros;  miraba
a sus amados, los retoños de su estirpe divina,
sin temer por el destino terrestre de sus días.
Muy pronto, extrañamente conmovidos por un íntimo Amor,
se reunieron en torno a él los espíritus ingenuos y sencillos.
Como flores,
germinaba una nueva y extraña vida a la vera del Niño.
Insondables palabras, el más alegre de los mensajes, caían,
como centellas de un espíritu divino, de sus labios amables.
De costas lejanas,
bajo el cielo sereno y alegre de Héllade
llegó a Palestina un cantor, y entregó su corazón entero al Niño del Milagro:

Tú eres el adolescente que desde hace tiempo
estás pensando, sobre nuestras tumbas:
un signo de consuelo en las tinieblas
–alegre comenzar de un nuevo hombre–.
Lo que nos hunde en profunda tristeza
en un dulce anhelar se nos lleva:
la Muerte nos anuncia eterna Vida,
Tú eres la Muerte, y sólo Tú nos salvas.

Lleno de alegría,
partió el cantor hacia Indostán
–ebrio su corazón de dulce Amor–;
y esparció la noticia con ardientes canciones bajo aquel dulce cielo,
y miles de corazones se inclinaron hacia él,
y el alegre mensaje en mil ramas creció.
El cantor se marchó,
y la vida preciosa fue víctima pronto de la honda caída del hombre.
Murió en sus años mozos,
arrancado del mundo que amaba,
de su madre, llorosa, y los amigos, medroso.
El negro cáliz de indecibles dolores
tuvieron que apurar sus labios amorosos.
Entre angustias terribles llegaba la hora del parto del mundo nuevo.
Libró duro combate con el espanto de la vieja muerte,
–grande era el peso del viejo mundo sobre él–.
Una vez más volvió a mirar a su madre con afecto
–y llegó entonces la mano que libera,
la dulce mano del eterno Amor–,
y se durmió en la eternidad.
Por unos días, unos pocos tan sólo,
cayó un profundo velo sobre el mar rugiente y la convulsa Tierra
–mil lágrimas lloraron los amados–,
cayó el sello del misterio
–espíritus celestes levantaron la piedra,
la vieja losa de la obscura tumba–.
Junto al durmiente
–moldeados dulcemente por sus sueños–
estaban sentados ángeles.
En nuevo esplendor divino despertado
ascendió a las alturas de aquel mundo nacido de nuevo,
con sus propias manos sepultó el viejo cadáver en la huesa que había abandonado
y, con mano omnipotente, colocó sobre ella una losa que ningún poder levanta.

Tus amados aún lloran lágrimas de alegría, lágrimas de emoción, de gratitud infinita,
junto a tu sepulcro –sobrecogidos de alegría, te ven aún resucitar–
y se ven a sí mismos resucitar contigo;
te ven llorar, con dulce fervor, en el pecho feliz de la Madre;
pasear, grave, con los amigos;
decir palabras que parecen arrancadas del Árbol de la Vida;
te ven correr anhelante a los brazos del Padre,
llevando contigo la nueva Humanidad,
el cáliz inagotable del dorado Futuro.
La Madre corrió pronto hacia ti –en triunfo celeste–.
Ella fue la primera que estuvo contigo en la nueva patria.
Largo tiempo transcurrió desde entonces,
y en creciente esplendor se agitó tu nueva creación
–y miles de hombres siguieron tus pasos:
dolores y angustias, la fe y la añoranza les llevaron confiados tras ti–
contigo y la Virgen celeste caminan por el reino del Amor
–servidores del templo de la muerte divina, tuyos para la Eternidad–.

Se levantó la losa.
–Resucitó la Humanidad.–
Tuyos por siempre somos,
no sentimos ya lazos.
Huye la amarga pena
ante el cáliz de Oro,
Vida y Tierra cedieron
en la última Cena.

La muerte llama a bodas.
–Con Luz arden las lámparas.–
Las vírgenes ya esperan
–no va a faltar aceite–.
Resuene el horizonte
del cortejo que llega,
nos hablen las estrellas
con voz y acento humanos.

A ti, mil corazones,
María, se levantan.
En esta vida en sombras
te buscan sólo a ti.
La salud de ti esperan
con gozo y esperanza,
si tú, Santa María,
a tu pecho les llevas.

Cuántos se consumieron
en amargos tormentos,
y, huyendo de este mundo,
volvieron hacia ti,
Ellos son nuestro auxilio
en penas y amarguras,
vamos ahora a ellos,
para ser allí eternos.

Nadie que crea y ame
llorará ante una tumba:
el Amor, dulce bien,
nadie le robará.
–Su nostalgia mitiga
la ebriedad de la Noche.–
Fieles hijos del Cielo
velan su corazón.

Con tal consuelo avanza
la vida hacia lo eterno;
un fuego interno ensancha
y da Luz a nuestra alma;
una lluvia de estrellas
se hace vino de vida,
beberemos e él
y seremos estrellas.

El Amor se prodiga:
ya no hay separación.
La vida, llena, ondea
como un mar infinito;
una Noche de gozo
–un eterno poema–
y el Sol, el Sol de todos,
será el rostro de Dios.

VI 
Descendamos al seno de la Tierra,
dejemos los imperios de la Luz;
el golpe y el furor de los dolores
son la alegre señal de la partida.
Veloces, en angosta embarcación,
a la orilla del Cielo llegaremos.

Loada sea la Noche eterna;
sea loado el Sueño sin fin.
El día, con su Sol, nos calentó,
una larga aflicción nos marchitó.
Dejó ya de atraernos lo lejano,
queremos ir a la casa del Padre.

¿Qué haremos, pues, en este mundo,
llenos de Amor y de fidelidad?
El hombre abandonó todo lo viejo;
ahora va a estar solo y afligido.
Quien amó con piedad el mundo pasado
no sabrá ya qué hacer en este mundo.

Los tiempos en que aún nuestros sentidos
ardían luminosos como llamas;
los tiempos en que el hombre conocía
el rostro y la mano de su padre;
en que algunos, sencillos y profundos,
conservaban la impronta de la Imagen.

Los tiempos en que aún, ricos en flores,
resplandecían antiguos linajes;
los tiempos en que niños, por el Cielo,
buscaban los tormentos y la muerte;
y aunque reinara también la alegría,
algún corazón se rompía de Amor.

Tiempos en que, en ardor de juventud,
el mismo Dios se revelaba al hombre
y consagraba con Amor y arrojo
su dulce vida a una temprana muerte,
sin rechazar angustias y dolores,
tan sólo por estar a nuestro lado.

Medrosos y nostálgicos los vemos,
velados por las sombras de la Noche;
jamás en este mundo temporal
se calmará la sed que nos abrasa.
Debemos regresar a nuestra patria,
allí encontraremos este bendito tiempo.

¿Qué es lo que nos retiene aún aquí?
Los amados descansan hace tiempo.
En su tumba termina nuestra vida;
miedo y dolor invaden nuestra alma.
Ya no tenemos nada que buscar
–harto está el corazón–, vacío el mundo.

De un modo misterioso e infinito,
un dulce escalofrío nos anega,
como si de profundas lejanías
llegara el eco de nuestra tristeza:
¿Será que los amados nos recuerdan
y nos mandan su aliento de añoranza?

Bajemos a encontrar la dulce Amada,
a Jesús, el Amado, descendamos.
No temáis ya: el crepúsculo florece
para todos los que aman, para los afligidos.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos sumerge en el seno del Padre.
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De los poemas tardíos de Novalis


Conócete a ti mismo

Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo,
y lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas
   del mundo.
Bajo nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre,
y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos.
Hubo hace tiempo un hombre que en amables mitos
   infantiles
revelaba a sus hijos las llaves y el camino de un castillo
   escondido.
Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma,
pero esos pocos se convertían entonces en maestros
   del destino.
Discurrió largo tiempo –el error nos aguzó el ingenio–
y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad.
Feliz quien se ha hecho sabio y ha dejado su obsesión
   por el mundo,
quien por sí mismo anhela la piedra de la sabiduría
   eterna.
El hombre razonable se convierte entonces en discípulo
   auténtico,
todo lo transforma en vida y en oro, no necesita ya los
   elixires.
Bulle dentro de él el sagrado alambique, está el rey en él,
y también Delfos, y al final comprende lo que significa
   conócete a ti mismo.
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El poema 

Vida celestial de azul vestida,
sereno deseo de pálida apariencia,
que en arenas de colores traza
los rasgos huidizos de su nombre.

Bajo los arcos altos, firmes,
iluminado sólo por las lámparas,
yace, huido ya el espíritu,
el mundo más sagrado.

En silencio nos anuncia una hoja
perdida los mejores días,
y vemos abrirse los ojos poderosos
de la antigua leyenda.

Acercaos en silencio a la puerta solemne,
escuchad el golpe que produce al abrirse,
bajad luego del coro y contemplad allí
dónde está el mármol que anuncia los presagios.

Vida fugaz y formas luminosas
llenan la noche anchurosa y vacía.
Ha transcurrido un tiempo sin final
que se ha perdido haciendo bromas sólo.

Trajo el amor las copas llenas,
como entre flores se derrama el espíritu,
y beben sin parar los comensales,
hasta que se rasga el tapiz sagrado.

En extrañas filas llegan
veloces carruajes de colores,
y llevada en el suyo por insectos variados
sola llegó la princesa de las flores.

Velos como nubes descendían
de su frente luminosa hasta los pies.
Caímos de rodillas para saludarla,
rompimos a llorar, y ya no estaba.
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El extranjero
Cansado estás y frío, oh extranjero, y no pareces
adaptado a este cielo. Vientos más calientes
     soplan que en tu patria, y más libre
  en otro tiempo se alzaba el pecho joven.

¿No expandía la vida allí su colorido
por el campo sereno y la eterna primavera?
     ¿No tendía allí la paz sus densos hilos?
  ¿No florecía allí eternamente lo que una vez brotó?

Oh, buscas en vano. Se ha hundido
aquella tierra celestial. Ningún mortal
     conoce ya el sendero inaccesible
  que el mar ha sumergido para siempre.

Muy pocos de los tuyos han logrado
ponerse a salvo del feroz oleaje. Están dispersos
     aquí y allá, y esperan
  mejores tiempos para reencontrarse.

Ten voluntad y sígueme. Te ha sido
favorable el destino que aquí te ha conducido.
     Gentes de tu tierra hay aquí, y que en silencio
  celebran una fiesta entrañable.

No puedes sin embargo entender cómo sus corazones
allí se unían. Ves brillar en sus rostros
     inocencia y amor, igual
  que en otro tiempo allí en la patria.

Más clara se alza tu mirada. La tarde se despliega
como un sueño amistoso, y transcurre veloz
    en dulce charla, y entre tanto
  tu corazón se funde con la bondad que reina.

Mirad. Está aquí el extranjero. De una misma tierra
a la que pertenecéis se siente desterrado. Horas sombrías
     han pasado por él. Muy pronto
  se ha acabado para él el día feliz.

Con gusto permanece entre los suyos.
Feliz celebra entre ellos la fiesta del hogar.
     La primavera, que fresca florece
  en torno de sus padres, le cautiva.

Vuelva a celebrarse la fiesta entre nosotros,
antes de que la madre, disgustada, se aleje
     de los hijos que lloran, y por sendas oscuras
  siga al guía que la lleve a la patria.

Que el hechizo que estrecha vuestro lazo
no ceda, y los que lejos están
     lo disfruten también, y todos juntos
  caminéis felices por un mismo camino.

Esto es lo que el huésped desea, pero ha hablado el poeta
en su lugar, porque prefiere permanecer callado
     cuando está contento y anhela la venida
  de los seres que quiere y que están lejos.

Permaneced amables con el extranjero.
Escasas alegrías le están deparadas.
Rodeado de personas amigas espera con paciencia
el día de su gran nacimiento.