Yo leo a los maestros

lunes, 1 de octubre de 2018

Charles Simic (1938 - ) Serbia


Escena callejera

Un muchachito ciego
con un letrero de papel
prendido en su pecho.
Demasiado pequeño para estar fuera
mendigando solo,
pero allí estaba.

Este extraño siglo
con sus matanzas de inocentes,
su vuelo a la luna,
y ahora él aguardándome
en una ciudad extraña,
en una calle donde me perdí.

Al oírme aproximar,
se sacó un juguete de goma
de la boca
como para decir algo,
pero no lo hizo.

Era una cabeza, la cabeza de un muñeco,
muy mordisqueado,
la levantó para que la viera.
Los dos sonrieron con una mueca.
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En la Biblioteca

                                                                 Para Octavio

Hay un libro llamado
"Diccionario de Ángeles".
Nadie lo ha abierto en cincuenta años,
lo sé, porque cuando lo abrí
sus tapas crujieron, las páginas
se derrumbaron. Allí descubrí

que los ángeles habían sido una vez tan numerosos
como especies de moscas.
El cielo al ocaso
Solía estar espeso de ellos.
Había que agitar las manos
para mantenerlos apartados.

Ahora el sol brilla
a través de las altas ventanas.
La biblioteca es un lugar apacible.
Ángeles y dioses se apilaban
en libros oscuros no abiertos.
El gran secreto está
en algún estante junto al cual la Srta. Jones
pasa todos los días en sus rondas.

Ella es muy alta, de modo que mantiene
su cabeza inclinada como si escuchara.
Los libros están susurrando.
Yo no oigo nada, pero ella sí.
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En esta nuestra cárcel

Donde el celador es tan discreto
que nadie lo ve nunca
hacer su ronda,
hay que ser muy valiente
para dar golpecitos en la pared de una celda
cuando las luces están apagadas
esperando ser oído,
si no por los arcángeles del cielo,
sí por los condenados del infierno.
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Temor

El temor pasa de hombre a hombre
sin saberlo,
como una hoja pasa su temblor
a otra.
De repente todo el árbol tiembla
y no hay ni rastro de viento.
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Escolares canosos

Los viejos tienen malos sueños,
duermen poco por eso.
Andan descalzos,
sin encender la luz,
o se quedan de pie, apoyados
en qué muebles tristísimos,
escuchando sus propios latidos.

Hay en el cuarto una ventana,
y es negra igual que una pizarra.
Cada viejo está solo
en el salón, fijos los ojos
en la delgada línea de gis
entre el estar aquí
y el ya no estar aquí.

No importa. Un vaso de agua,
eso venían a buscar,
aunque no nada más.
Escuchan: la pared tiene ratones,
un auto pasa por la calle,
sus padres muertos pasan arrastrando los pies
cuando van hacia la cocina.
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Soledad

La única casa que tú y yo tuvimos.
No mayor que una caja de cerillas
—o vasta como el cielo constelado—
y contigo como único inquilino,
feliz de tener pulga que rascarse
mientras se pone a recordar la noche
en que oyó que llamaban a la puerta.

Te daba miedo abrir, pero lo hiciste.
Preguntó si tendrías una vela.
Respondiste que no tenías ninguna.
Se quedaron mirándose las caras
entre los dos departamentos negros,
sin saber qué decir ni tú ni ella
antes de darse al fin los dos la espalda.
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Haciendo el cuervo

¿Estás autorizado a hablar
en nombre de los árboles desnudos?
¿Eres capaz de explicar
lo que pretende el viento
con la camisa y el camisón 
abandonados en la lavandería?
¿Qué sabes tú de las nubes negras?
¿Y de los estanques repletos de hojas muertas?
¿De coches antiguos oxidándose en la entrada?
¿Quién te ha dado permiso
para mirar la lata de cerveza en la cuneta?
¿Y la cruz blanca junto a la carretera?
¿El columpio en el jardín de las viudas?
Pregúntate a ti mismo si las palabras bastan
o si sería mejor agitar tus alas
de árbol en árbol 
y seguir haciendo el cuervo.
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El significado

Oculto como aquel niño pequeño
que no pudieron encontrar
el día que jugaba a las escondidas
en un parque lleno de árboles muertos.

¡Nos damos por vencidos! Gritaron.

Estaba oscureciendo.
Tuvieron que llamar a su madre
para que le ordenara salir.
Primero ella lo amenazó,
luego tuvo miedo.

Al fin escucharon una ramita
Quebrarse tras sus espaldas,
¡y ahí estaba!
el enano de piedra, el ángel de la fuente.
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Ojos sujetos con alfileres

Cómo trabaja la muerte,
nadie sabe cuán largo es su día. La pequeña
esposa siempre sola
plancha la ropa de la muerte.
Las hermosas hijas
se sientan a cenar a la mesa de la muerte.
Los vecinos juegan
naipes en el patio
o sencillamente se sientan en las gradas
a beber cerveza. La muerte,
mientras tanto, en una extraña
parte de la ciudad busca
a alguien con un mal resfriado,
pero de algún modo la dirección está equivocada.
Incluso la muerte no puede encontrarla
entre todas las puertas cerradas…
Y la lluvia empieza a caer.
Una noche larga y ventosa se aproxima.   
La muerte no tiene ni un periódico
para cubrirse, tan siquiera
una moneda para llamar al elegido,
que se desviste lentamente, somnoliento,
y se acurruca desnudo
en el lado de la cama de la muerte. 
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Prodigio

Crecí inclinado sobre
un tablero de ajedrez.

Amaba la expresión final de partida.

Todos mis primos parecían preocupados.

Era una pequeña casa
cerca de un cementerio romano.
Aviones y tanques
sacudían los cristales de sus ventanas.

Un profesor de astronomía jubilado
me enseñó cómo jugar.

Aquello debió haber sido en 1944.

En el juego que utilizábamos,
la pintura casi se había desprendido
de las piezas negras.

El rey blanco había desaparecido
y tuvo que ser sustituido.

Me contaron pero no lo creo
que aquel verano vi a hombres
colgados de postes telefónicos.

Recuerdo a mi madre
tapándome mucho los ojos.

Tenía un talento para meter mi cabeza
rápidamente bajo su abrigo.

En ajedrez también, me dijo el profesor,
los maestros juegan a ciegas;
los mejores en varios tableros
al mismo tiempo.
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Mis zapatos

Zapatos, cara secreta de mi vida interior:
Dos enormes bocas desdentadas,
Dos pieles de animal parcialmente descompuestas
Oliendo a nidos de ratones.

Mi hermano y mi hermana que murieron al nacer
Continúan su existencia en ustedes,
Guiando mi vida
Hacia su incomprensible inocencia.

De qué me sirven los libros
Cuando en ustedes es posible leer
El evangelio de mi vida en la Tierra
Y aún más allá, de las cosas por venir.

Quiero proclamar la religión
Que he creado para su perfecta humildad
Y la extraña iglesia que estoy construyendo
Con ustedes como altar.

Ascéticos y maternales, soportan:
Parientes de los bueyes, de los santos, de los condenados,
Con su muda paciencia, formando
La única y verdadera semejanza de mí mismo.