Yo leo a los maestros

jueves, 16 de abril de 2020

Hermann Broch (1886 - 1951) Austria


La tradición...

La tradición ha llegado a su fin,
Ha dejado de ser el espejo del hombre,
Y la mirada que contempla en los fragmentos ciegos
Se vuelve ciega.
Quién en esta época
No puede desprenderse de la tradición
Está perdido;
Quién no puede recordar
Su origen
Perece.
Desnudo y sin espejo está el mundo,
Sin espejo estás tú mismo.
Pero, en medio del espanto, la gracia de la desnudez
Te ha sido regalada:
Como un niño desamparado puedes mirar a diario,
De nuevo
En el mundo que ya no tiene espejo,
En su desnudez abierta,
Y a diario de nuevo el mundo te anuncia
Tu verdad,
La verdad de tu morir solitario.
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 Mitad de la vida

Nunca reconozco el lenguaje en mi boca ni las palabras escritas,
y lo que digo sucede en un discurso perdido o
en uno futuro, no es sino seducción, seducción y ser seducido,
y ese miedo que invade al hombre cuando descubre
que grito y eco, gesto y comprensión, todo lo habitual,
es como algo regalado para siempre que de repente puede
extinguirse, y que él está solo
en la mitad de la vida.

Constantemente nos atrapa el río del principio y del fin, una y otra
vez,
apenas ya un río, ya sólo una corriente, apenas ya una corriente,
ya sólo una caída, pues sin orilla, sin desembocadura, sin fuente
se echa a rodar vacilante el silencioso murmullo,
ningún cielo lo cubre con su bóveda y ningún suelo lo sostiene,
ninguna mirada divina descansó jamás sobre él: ni principio ni fin,
más allá terrible
del alma, su luz, su oscuridad, fundidas en la ola de lo indistinguible.
¿Dónde se separan la desembocadura y la fuente?, ¿dónde el ser y
el no ser?,
¿allí donde Jacob liberó al ángel?

Oh, hombre en mitad de la vida,
nadie se lamenta contigo por el lenguaje perdido,
nadie, por el mundo creado, por el regalado y roto de nuevo,
nadie se lamenta contigo por el amor, por la sonrisa apagada. Pues
ya ni siquiera nadie es, ni nada ha sido. 
Tú, sin embargo, cegado y empujado por las olas,
no oyes ya tu propia queja, tan mudo es su lamento,
y más mudo aún su eco en las paredes y los barrancos de las
aguas.
¿Por qué, oh, por qué sigues luchando contra las olas que ruedan?,
¿tienes esperanza y aún esperas, como si hubiera espera en el
tiempo sin tiempo?, ¿por qué no desfalleces feliz y cansado, hundiéndote feliz en el silencio que fluye?

¿Sigues espiando, ciego, a la estrella apagada?
Nunca centellea para ti,
de ninguna orilla llega respuesta y en ningún astro se te hace visible
el cielo,
ninguno te satisface el anhelo ciego con la mirada que conoce,
ninguno la esperanza en la agitada soledad.
Feliz y doloroso fue tu primer despertar, fue el primer don del
resplandor,
más doloroso y más feliz fue el nuevo enlace del día con la
oscuridad de la noche,
feliz fue quien retornó a la ceguera.
Pero más poderosa es la certeza, inexplicable el destino humano
de engendrarse a sí mismo, divino el ojo del ser, y separar de nuevo
en el latido del corazón su luz, sus tinieblas, la esfera sublime de los patriarcas.
Pues preñado del tiempo está lo intemporal y preñada del renacer,
el alma intemporal. Y sobre el seno infinito de las aguas, más infinito aún se arquea el espejo de lo incomprensible para siempre,  el espejo del origen y del paisaje entretejido, 
recibiendo y ofreciendo en la calma tardía
del mediodía la copa dorada del otoño.

Mutismo de la madurez, el silencio del que conoce. Y tú ya no
entiendes el lenguaje en tu boca ni las palabras de otro tiempo, 
pero tan clara e intacta, como si fuera un grito desde la otra orilla del lago, sopla expuesta al sol del mediodía la voz olvidada de la niñez, y desde una sombra más fresca, 
desde el espejo oscuramente verdoso bajo las montañas
suena la canción de la vejez, la agitación sosegada.
Desembocadura y fuente del alma, su pregunta y su respuesta
intemporal, así caen los días y las olas giratorias de la noche en la copa dorada, y, apacible,
en el arco de siete colores se tensa el borde celestial sobre el
paisaje
de la mañana a la noche sagradamente renovado, creado de nuevo,
creación de los amantes,
que caminan en él. Sólo entonces, terrenal su luminosidad pesar del
luminoso universo,
descubres la muerte casada con tu vida, aunque separada de la
vida, la descubres
como una estrella de la sublime esfera infinita, eco de tu ser que
sonriente satisface tu anhelo,
transformado en sosegado mirar: y mano con mano del alma amada
y amante,
oh, mitad de la vida, escuchas contemplando la canción de tu vejez:
el lenguaje reencontrado.
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Como ya no te reconozco…

Como ya no te reconozco
Te conviertes en el árbol que da sombra
Y en el verde que respira
Se arrodilla mi sueño….
Tiemblan las hojas de la luz,
Oh, mundo… lleno de las sombras,
Llevo en mi olvido,
En la respiración y en el olvido,
Tu imagen profundamente olvidada.
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Prado en verano

Preñado de azulada existencia,
Tembloroso, desciende
Lo invisible, tembloroso,
Al prado que se agita:
Aliento del sol en el patio de las montañas
Y alzado a las esferas día tras día,
Calor tras calor,
El corazón tembloroso.
Invisible la nube
Que me lleva.
.........................................................................                                    Lo que nunca fue                     

Lo que nunca fue
Susurra cada noche
Cuando el animal humano,
Soplado, lanzado
Con ojos que saben sin mirar,
Descansa en el abrevadero del sueño,
A la vez anfibio y fiera,
Informe e ingrávido,
Inclinado sobre la orilla
Del inmenso e insondable pantano,
Sumerge las patas
En lo húmedo, que seco y fresco
Como el aire, pero sin serlo,
Corre por los dedos que se agitan.
¿Te atreves a mirar hacia abajo
Sobre el borde de tu ser
En el pozo de millones de años?
¿Te atreves a reconocer en el fondo indistinto
El anillo de las tinieblas,
El cuerpo de las serpientes?
Concha de la noche que suena ante las tinieblas
Se hunde una metáfora tras otra
Y queda lo sobriamente irreal
Inflamando a modo de invierno
El secreto.
Así, también tú estarás tendido
Al borde de la muerte,
Antes de que te arrojes al pozo de tu alma,
Y toda la sabiduría que evitas
Habrás de cargarla sobre ti;
Pues árboles y animales,
Reunidos en la orilla de tu frente,
De nuevo te hablarán.
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Recordando la infancia…

Recordando la infancia, desde un principio
Me di cuenta de lo pasajero de la imagen:
Hombre y árbol y prado y animal
Existieron y, sin embargo, no existieron, fueron conocidos
Y permanecieron desconocidos,
La desconfianza, cuya confianza constantemente
Hubo de ganarse.
Y particularmente entretejido en todo lo irreconocible y
Toda la inconstancia,
Irreconocible pero más constante y más permanente que
Todo lo demás,
Entretejido en toda imagen pasajera, inmerso en el hombre,
El prado, el animal,
Tejía el morir, tejía la muerte,
Lo real desconocido en lo irreal.
¿Cómo pueden, rodeados de tanta irrealidad, y a su vez
Pasajeros,
Abandonarse los hombres los unos a los otros? ¿No están
Obligados
A hacer del abandono algo soportable?
El hombre en el que he querido pensar,
Si muero,
El que quisiera tener a mi lado en esa hora, para que se me
Hiciera real,
Puede desaparecerme;
Nunca he podido comprender esto y nunca lo
Comprenderé.

No es un lamento. También el dolor es digno de ser vivido.
Pero, confiando en la desconfianza, he exigido demasiado
De ti,
Demasiado para esta época en la que vivimos,
Demasiado para este tiempo que amenaza con ser tan
Corto,
Que apenas otra cosa estará permitida en él
Sino la escasa protección que el hombre es capaz de ofrecer
Al hombre,
Protección en el sueño,
Protección en la irrealidad convertida en realidad,
Protección en el miedo último.

He exigido mucho y demasiado de ti,
He sentido ansias de ti y no de ti y, sin embargo, he temido
Por ti.

He exigido de ti lo existente en lo inexistente,
La confianza en la desconfianza,
Algo permanente que no sea el morir y que perdure hasta
Que éste llegue
Para que sea más fácil,
Un saber común en torno a la caducidad, que la sobrepase,
La resistencia, oh tú, en la desaparición.

¡Qué despedida más anticipada, qué recaída en lo irreal!
Ahora cada uno debe volver a morir solo, sin
Saber del otro,
Cada uno morir solo.

A pesar de todo, no es un lamento. Pues nada ha cambiado;
Hombre, prado, árbol, mar y animal, ilimitados en la
Desconfianza,
Y en medio de un horror creciente
Se vuelve más rica la vida, se vuelve más rica la experiencia
Con cada día,
Cada día se convierte en un día regalado, ilimitado ante la
Desconfianza,
Harto de recuerdos, potente de recuerdos,
Oh, alma:
Qué azul estaba el mar en Staffa,
Cómo confiaba, cómo confío en ti.
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De lo creativo

Quien sólo sabe lo que sabe no puede expresarlo;
Sólo cuando el conocer se sobrepasa a si mismo se convierte en palabra,
sólo en lo inexpresable nace el lenguaje.
Y, porque se le ha impuesto lo divino, debe el hombre
cruzar una y otra vez la frontera y bajar
al lugar más allá de lo humano, una sombra
en el lugar del olvido cognoscente, de donde el retorno es difícil
y sólo pocos lo logran.
Pero la creación de lo terrestre se les encarga a aquellos
que han estado en la oscuridad y sin embargo se han liberado
órficamente para el retorno doloroso.
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Tercetos en la noche

La calle, abajo, está vacía en la noche,
A lo lejos suena aquí y allá una sirena de niebla
Y todo lo no sucedido me pesa:

El sueño ha llegado, fin y origen de la vida,
La ligera soledad que oculta lo pesado...
¿Comienzo de nuevo desde el principio?

Todavía no duermo, pero pronto estaré despierto,
Pues lo que sabemos se manifiesta de noche;
La oscuridad muestra lo que la luz oculta.

Frente a mi ventana están los árboles silenciosos;
Miro hacia abajo, luego apago las luces:
Qué feliz lo hace a uno esta calma,
Y siempre alguna casa vecina en algún lugar lejano.
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La sombra de Dante

Él no se tomó a la ligera lo que tan ligeramente le habían
Dado,
Y, sin embargo, no volvió difícil lo que difícilmente se apartó
De él:
Se teje lo anónimo intemporal alrededor de Beatriz,
En donde él se suspende, en donde se suspenden los tiempos,
Así que nada en él se declaró partidario de él….
¿Le era esto apropiado? Para alcanzar la totalidad debió
Elevarlo
A su propio ser. Oh, ¿se encontró? Se encontró solamente
Fuera de sí
Extraño en lo anónimo. Y, sin embargo, se llamó Dante.

Su audacia era la soledad y por ello nada como la huida,
Una audacia que afectó más a los amigos que a los enemigos;
El dolor, sin embargo, lo afectó, pero estaba siempre
Condenado al verso,
Pese al tormento de la vigilia, pese a la angustia ante el
Sueño:
¿es la audacia infernal la que canta, es el miedo celestial el
Que calla?
El final cercano, maduro, declina en el comienzo.
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Lo inencontrable

Buscas el comienzo, lo vuelves a buscar;
Tan bello, tan bello era que tú ahora crees
Que es el sentido que haces de nuevo reverdecer,
Y te resucita trozo a trozo
El pasado, la dicha.

¡La montaña, el paisaje, un hotel,
Los buenos tiempos! Amaste a una mujer,
Casi tenía sentido; un jardín de infancia lleno de rocío...
¿No te arrodillaste? Oh, se escapó, se escapó tan rápido,
Un modelo de dicha.

De nuevo te arrodillas, ahora ya un anciano,
Y buscas lo bello, en lo que ya no crees,
Porque como siempre te privas a ti mismo de belleza,
Privado del sentido que corría por los dedos,
Buscas tu culpa en el pasado, la buscas en él cuando
Palpando lo inaprensible, conmovido de tu robo:
¿Cuándo comenzó la desdicha,
Cuándo comenzó?

sábado, 4 de abril de 2020

Julio Cortázar (1914 - 1984 ) Argentina


A una mujer

No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón,
no hay que estar triste
si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera lo inmóvil,
ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí,
constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo
-pero por qué nombrar el polvo y la ceniza.
Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta hundirse en la tierra.

Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la tortuga,
esa blanda tortuga que tantea en la eternidad con ojos huecos,
y el sonido sin música, la palabra sin canto, la cópula sin grito de agonía,
las torres del maíz, los ciegos montes.
Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo,
no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados
para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del balcón,
cómo corren las nubes al futuro.

¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té.
No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel
que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de creer
que se nace o se muere,
cuando lo único real es el hueco que queda en el papel,
el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.
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After such pleasures

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni
esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.
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Después de las fiestas

Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,

eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.
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Cinco poemas para Cris

I
Ya mucho más allá del mezzo
«camin di nostra vita»
existe un territorio del amor
un laberinto más mental que mítico
donde es posible ser
lentamente dichoso
sin el hilo de Ariadna delirante
si espumas ni sábanas ni muslos.

Todo se cumple en un reflejo de crepúsculo
tu pelo tu perfume tu saliva.
Y allí del otro lado te poseo
mientras tú juegas con tu amiga
los juegos de la noche.

II
En realidad poco me importa
que tus senos se duerman
en la azul simetría de otros senos.
Yo los hubiera hollado
con la cosquilla de mi roce
y te hubieras reído justamente
cuando lo necesario y esperable
era que sollozaras.

III
Sé muy bien lo que ganas
cuando te pierdes en el goce.
Porque es exactamente
lo que yo habría sentido.

IV
La justa errata
habernos encontrado al final del día
en un paseo púbico.

V
Me gustaría que creyeras
que esto es el irrisorio juego
de las compensaciones
con que consuelo esta distancia.
Sigue entonces danzando
en el espejo de otro cuerpo
después de haber sonreído
apenas
para mí.
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Esta ternura

Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.

Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.

Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?
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Canada dry

Sé que me acordaré de un cielo raso
donde las manchas de humedad eran un gato, un número, una mano cortada.

Sé que me acordaré del ruido
de un water en alguna habitación lejana del hotel,
su triste catarata de bolsillo, su inevitable recurrencia.

Chaçun ses madeleines, chaçun ses Albertines*

Serás por siempre imán de imágenes,
las más turbias y vanas me traerás con el gesto
que en la caliente oscuridad del cuarto
era encender los cigarrillos del hartazgo,
ver asomar nuestros desnudos cuerpos flanco a flanco,
Las más pequeñas turbias cosas,
una uña lastimada que te dolía tanto, el triste
rito de ir a lavarte y regresar, las servidumbres.

Tan sólo compartimos los bares y las calles
antes de amarnos contra tres espejos:
¿qué más podría darme tu recuerdo?

Pero yo sé guardar y usar lo triste y lo barato
en el mismo bolsillo donde llevo esta vida
que ilustrará las biografías. Ve, pequeño fantasma,
el baño está ahí al lado,
yo fumaré esperándote
empezaremos otra vez. El cielo raso
dibuja un gato, un número, una mano cortada.

* Cada una sus magdalenas, cada una sus albertinas
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Los amantes

¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos ?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.

Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.
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Romance de los vanos encuentros

No preguntes quién pone en este canto
un alma destinada al sufrimiento
y un pobre corazón que te ama tanto.

I
Bronces de las ocho y media
nos llaman cada mañana
—entre tu casa y mi casa—
de dos cornisas y un breve saludos de camaradas.

¡Estás tan bella, vestida
de crujiente espuma blanca
baje ese sol de las ocho
que te ciñe y que te alaba!

Sus amarillas saetas
bordan en tu pelo el aura
que me recuerda las leves
imágenes de las santas.

(Pienso que rezarte a ti
tal vez me salvará el alma...)

II
Las campanas matinales
ponen música en la senda
por donde a tu escuela vas,
por donde voy a mi escuela.

Tontamente, tontamente
me vuelve la vieja idea
cada vez que nos cruzamos
en nuestras rutas opuestas:
pienso en el ayer que ataba
con una risa dos sendas,
cuando jamás nos cruzábamos
tú y yo en camino a la escuela.

Con una misma campana,
con una misma existencia,
y por una misma calle
con sol de las ocho y media...
Para nosotros, entonces,
había una sola escuela.

III
La señorita maestra
pasa vestida de blanco ;
en su oscuro pelo duerme
la noche aún, perfumado,
y en lo hondo de sus pupilas
yacen dormidos los astros.

Buenos días señorita
del caminar apurado;
cuando su voz me sonríe
olvido todos los pájaros,
cuando sus ojos me cantan
se torna el día más claro,
y subo la escalinata
un poco como volando,
y a veces digo lecciones.
................................................................
Billet deux

Ayer he recibido una carta sobremanera.
         Dice que “lo peor es la intolerable, la continua”.
                 Y es para llorar, porque nos queremos,
             pero ahora se ve que el amor iba adelante,
                           con las manos gentilmente
      para ocultar la hueca suma de nuestros pronombres.
                                En un papel demasiado.
                                           En fin, en fin.
    Tendré que contestarte, dulcísima penumbra, y decirte:
Buenos Aires, 4 de noviembre de mil novecientos cincuenta.
         Así es el tiempo, la muesca de la luna presa en los
                                 almanaques, cuatro de.
Y se necesitaba tan poco para organizar el día en su justo paso,
         la flor en su exacto linde, el encuentro en la precisa.
                           Ahora bien, lo que se necesitaba.
Sigue a la vuelta como una moneda, una alfombra, un irse.
                        (No se culpe a nadie de mi vida.)
..........................................................................................
Los amigos

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.
....................................................................
La patria

Esta tierra sobre los ojos,
este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,
esta noche continua, esta distancia.
Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,
pobre sombra de país, lleno de vientos,
de monumentos y espamentos,
de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,
escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,
repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando
de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.

Pobres negros.

Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,
dónde el que come los asados y te tira los huesos.
Malandras, cajetillas, señores y cafishos,
diputados, tilingas de apellido compuesto,
gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,
centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,
coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,
bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,
secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,
contraflor al resto. Y qué carajo,
si la casita era su sueño, si lo mataron en
pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,
te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña
envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,
mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate
con su verde consuelo, lotería del pobre,
y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos
para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.
Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,
pobres blancos que viven un carnaval de negros,
qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,
en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,
en los ranchos que paran la mugre de la pampa,
en las casas blanqueadas del silencio del norte,
en las chapas de zinc donde el frío se frota,
en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.
Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,
vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,
tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,
tango, coraje, puños, viveza y elegancia.
Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado
en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo
saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,
no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.
La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,
ser argentino es estar triste,
ser argentino es estar lejos.
Y no decir: mañana,
porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome la cara
(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)
me acuerdo de una estrella en pleno campo,
me acuerdo de un amanecer de puna,
de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,
de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos
quemando un horizonte de bañados.
Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles
cubiertas de carteles peronistas, te quiero
sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,
nada más que de lejos y amargado y de noche.