Yo leo a los maestros

jueves, 16 de abril de 2020

Hermann Broch (1886 - 1951) Austria


La tradición...

La tradición ha llegado a su fin,
Ha dejado de ser el espejo del hombre,
Y la mirada que contempla en los fragmentos ciegos
Se vuelve ciega.
Quién en esta época
No puede desprenderse de la tradición
Está perdido;
Quién no puede recordar
Su origen
Perece.
Desnudo y sin espejo está el mundo,
Sin espejo estás tú mismo.
Pero, en medio del espanto, la gracia de la desnudez
Te ha sido regalada:
Como un niño desamparado puedes mirar a diario,
De nuevo
En el mundo que ya no tiene espejo,
En su desnudez abierta,
Y a diario de nuevo el mundo te anuncia
Tu verdad,
La verdad de tu morir solitario.
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 Mitad de la vida

Nunca reconozco el lenguaje en mi boca ni las palabras escritas,
y lo que digo sucede en un discurso perdido o
en uno futuro, no es sino seducción, seducción y ser seducido,
y ese miedo que invade al hombre cuando descubre
que grito y eco, gesto y comprensión, todo lo habitual,
es como algo regalado para siempre que de repente puede
extinguirse, y que él está solo
en la mitad de la vida.

Constantemente nos atrapa el río del principio y del fin, una y otra
vez,
apenas ya un río, ya sólo una corriente, apenas ya una corriente,
ya sólo una caída, pues sin orilla, sin desembocadura, sin fuente
se echa a rodar vacilante el silencioso murmullo,
ningún cielo lo cubre con su bóveda y ningún suelo lo sostiene,
ninguna mirada divina descansó jamás sobre él: ni principio ni fin,
más allá terrible
del alma, su luz, su oscuridad, fundidas en la ola de lo indistinguible.
¿Dónde se separan la desembocadura y la fuente?, ¿dónde el ser y
el no ser?,
¿allí donde Jacob liberó al ángel?

Oh, hombre en mitad de la vida,
nadie se lamenta contigo por el lenguaje perdido,
nadie, por el mundo creado, por el regalado y roto de nuevo,
nadie se lamenta contigo por el amor, por la sonrisa apagada. Pues
ya ni siquiera nadie es, ni nada ha sido. 
Tú, sin embargo, cegado y empujado por las olas,
no oyes ya tu propia queja, tan mudo es su lamento,
y más mudo aún su eco en las paredes y los barrancos de las
aguas.
¿Por qué, oh, por qué sigues luchando contra las olas que ruedan?,
¿tienes esperanza y aún esperas, como si hubiera espera en el
tiempo sin tiempo?, ¿por qué no desfalleces feliz y cansado, hundiéndote feliz en el silencio que fluye?

¿Sigues espiando, ciego, a la estrella apagada?
Nunca centellea para ti,
de ninguna orilla llega respuesta y en ningún astro se te hace visible
el cielo,
ninguno te satisface el anhelo ciego con la mirada que conoce,
ninguno la esperanza en la agitada soledad.
Feliz y doloroso fue tu primer despertar, fue el primer don del
resplandor,
más doloroso y más feliz fue el nuevo enlace del día con la
oscuridad de la noche,
feliz fue quien retornó a la ceguera.
Pero más poderosa es la certeza, inexplicable el destino humano
de engendrarse a sí mismo, divino el ojo del ser, y separar de nuevo
en el latido del corazón su luz, sus tinieblas, la esfera sublime de los patriarcas.
Pues preñado del tiempo está lo intemporal y preñada del renacer,
el alma intemporal. Y sobre el seno infinito de las aguas, más infinito aún se arquea el espejo de lo incomprensible para siempre,  el espejo del origen y del paisaje entretejido, 
recibiendo y ofreciendo en la calma tardía
del mediodía la copa dorada del otoño.

Mutismo de la madurez, el silencio del que conoce. Y tú ya no
entiendes el lenguaje en tu boca ni las palabras de otro tiempo, 
pero tan clara e intacta, como si fuera un grito desde la otra orilla del lago, sopla expuesta al sol del mediodía la voz olvidada de la niñez, y desde una sombra más fresca, 
desde el espejo oscuramente verdoso bajo las montañas
suena la canción de la vejez, la agitación sosegada.
Desembocadura y fuente del alma, su pregunta y su respuesta
intemporal, así caen los días y las olas giratorias de la noche en la copa dorada, y, apacible,
en el arco de siete colores se tensa el borde celestial sobre el
paisaje
de la mañana a la noche sagradamente renovado, creado de nuevo,
creación de los amantes,
que caminan en él. Sólo entonces, terrenal su luminosidad pesar del
luminoso universo,
descubres la muerte casada con tu vida, aunque separada de la
vida, la descubres
como una estrella de la sublime esfera infinita, eco de tu ser que
sonriente satisface tu anhelo,
transformado en sosegado mirar: y mano con mano del alma amada
y amante,
oh, mitad de la vida, escuchas contemplando la canción de tu vejez:
el lenguaje reencontrado.
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Como ya no te reconozco…

Como ya no te reconozco
Te conviertes en el árbol que da sombra
Y en el verde que respira
Se arrodilla mi sueño….
Tiemblan las hojas de la luz,
Oh, mundo… lleno de las sombras,
Llevo en mi olvido,
En la respiración y en el olvido,
Tu imagen profundamente olvidada.
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Prado en verano

Preñado de azulada existencia,
Tembloroso, desciende
Lo invisible, tembloroso,
Al prado que se agita:
Aliento del sol en el patio de las montañas
Y alzado a las esferas día tras día,
Calor tras calor,
El corazón tembloroso.
Invisible la nube
Que me lleva.
.........................................................................                                    Lo que nunca fue                     

Lo que nunca fue
Susurra cada noche
Cuando el animal humano,
Soplado, lanzado
Con ojos que saben sin mirar,
Descansa en el abrevadero del sueño,
A la vez anfibio y fiera,
Informe e ingrávido,
Inclinado sobre la orilla
Del inmenso e insondable pantano,
Sumerge las patas
En lo húmedo, que seco y fresco
Como el aire, pero sin serlo,
Corre por los dedos que se agitan.
¿Te atreves a mirar hacia abajo
Sobre el borde de tu ser
En el pozo de millones de años?
¿Te atreves a reconocer en el fondo indistinto
El anillo de las tinieblas,
El cuerpo de las serpientes?
Concha de la noche que suena ante las tinieblas
Se hunde una metáfora tras otra
Y queda lo sobriamente irreal
Inflamando a modo de invierno
El secreto.
Así, también tú estarás tendido
Al borde de la muerte,
Antes de que te arrojes al pozo de tu alma,
Y toda la sabiduría que evitas
Habrás de cargarla sobre ti;
Pues árboles y animales,
Reunidos en la orilla de tu frente,
De nuevo te hablarán.
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Recordando la infancia…

Recordando la infancia, desde un principio
Me di cuenta de lo pasajero de la imagen:
Hombre y árbol y prado y animal
Existieron y, sin embargo, no existieron, fueron conocidos
Y permanecieron desconocidos,
La desconfianza, cuya confianza constantemente
Hubo de ganarse.
Y particularmente entretejido en todo lo irreconocible y
Toda la inconstancia,
Irreconocible pero más constante y más permanente que
Todo lo demás,
Entretejido en toda imagen pasajera, inmerso en el hombre,
El prado, el animal,
Tejía el morir, tejía la muerte,
Lo real desconocido en lo irreal.
¿Cómo pueden, rodeados de tanta irrealidad, y a su vez
Pasajeros,
Abandonarse los hombres los unos a los otros? ¿No están
Obligados
A hacer del abandono algo soportable?
El hombre en el que he querido pensar,
Si muero,
El que quisiera tener a mi lado en esa hora, para que se me
Hiciera real,
Puede desaparecerme;
Nunca he podido comprender esto y nunca lo
Comprenderé.

No es un lamento. También el dolor es digno de ser vivido.
Pero, confiando en la desconfianza, he exigido demasiado
De ti,
Demasiado para esta época en la que vivimos,
Demasiado para este tiempo que amenaza con ser tan
Corto,
Que apenas otra cosa estará permitida en él
Sino la escasa protección que el hombre es capaz de ofrecer
Al hombre,
Protección en el sueño,
Protección en la irrealidad convertida en realidad,
Protección en el miedo último.

He exigido mucho y demasiado de ti,
He sentido ansias de ti y no de ti y, sin embargo, he temido
Por ti.

He exigido de ti lo existente en lo inexistente,
La confianza en la desconfianza,
Algo permanente que no sea el morir y que perdure hasta
Que éste llegue
Para que sea más fácil,
Un saber común en torno a la caducidad, que la sobrepase,
La resistencia, oh tú, en la desaparición.

¡Qué despedida más anticipada, qué recaída en lo irreal!
Ahora cada uno debe volver a morir solo, sin
Saber del otro,
Cada uno morir solo.

A pesar de todo, no es un lamento. Pues nada ha cambiado;
Hombre, prado, árbol, mar y animal, ilimitados en la
Desconfianza,
Y en medio de un horror creciente
Se vuelve más rica la vida, se vuelve más rica la experiencia
Con cada día,
Cada día se convierte en un día regalado, ilimitado ante la
Desconfianza,
Harto de recuerdos, potente de recuerdos,
Oh, alma:
Qué azul estaba el mar en Staffa,
Cómo confiaba, cómo confío en ti.
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De lo creativo

Quien sólo sabe lo que sabe no puede expresarlo;
Sólo cuando el conocer se sobrepasa a si mismo se convierte en palabra,
sólo en lo inexpresable nace el lenguaje.
Y, porque se le ha impuesto lo divino, debe el hombre
cruzar una y otra vez la frontera y bajar
al lugar más allá de lo humano, una sombra
en el lugar del olvido cognoscente, de donde el retorno es difícil
y sólo pocos lo logran.
Pero la creación de lo terrestre se les encarga a aquellos
que han estado en la oscuridad y sin embargo se han liberado
órficamente para el retorno doloroso.
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Tercetos en la noche

La calle, abajo, está vacía en la noche,
A lo lejos suena aquí y allá una sirena de niebla
Y todo lo no sucedido me pesa:

El sueño ha llegado, fin y origen de la vida,
La ligera soledad que oculta lo pesado...
¿Comienzo de nuevo desde el principio?

Todavía no duermo, pero pronto estaré despierto,
Pues lo que sabemos se manifiesta de noche;
La oscuridad muestra lo que la luz oculta.

Frente a mi ventana están los árboles silenciosos;
Miro hacia abajo, luego apago las luces:
Qué feliz lo hace a uno esta calma,
Y siempre alguna casa vecina en algún lugar lejano.
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La sombra de Dante

Él no se tomó a la ligera lo que tan ligeramente le habían
Dado,
Y, sin embargo, no volvió difícil lo que difícilmente se apartó
De él:
Se teje lo anónimo intemporal alrededor de Beatriz,
En donde él se suspende, en donde se suspenden los tiempos,
Así que nada en él se declaró partidario de él….
¿Le era esto apropiado? Para alcanzar la totalidad debió
Elevarlo
A su propio ser. Oh, ¿se encontró? Se encontró solamente
Fuera de sí
Extraño en lo anónimo. Y, sin embargo, se llamó Dante.

Su audacia era la soledad y por ello nada como la huida,
Una audacia que afectó más a los amigos que a los enemigos;
El dolor, sin embargo, lo afectó, pero estaba siempre
Condenado al verso,
Pese al tormento de la vigilia, pese a la angustia ante el
Sueño:
¿es la audacia infernal la que canta, es el miedo celestial el
Que calla?
El final cercano, maduro, declina en el comienzo.
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Lo inencontrable

Buscas el comienzo, lo vuelves a buscar;
Tan bello, tan bello era que tú ahora crees
Que es el sentido que haces de nuevo reverdecer,
Y te resucita trozo a trozo
El pasado, la dicha.

¡La montaña, el paisaje, un hotel,
Los buenos tiempos! Amaste a una mujer,
Casi tenía sentido; un jardín de infancia lleno de rocío...
¿No te arrodillaste? Oh, se escapó, se escapó tan rápido,
Un modelo de dicha.

De nuevo te arrodillas, ahora ya un anciano,
Y buscas lo bello, en lo que ya no crees,
Porque como siempre te privas a ti mismo de belleza,
Privado del sentido que corría por los dedos,
Buscas tu culpa en el pasado, la buscas en él cuando
Palpando lo inaprensible, conmovido de tu robo:
¿Cuándo comenzó la desdicha,
Cuándo comenzó?

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