Yo leo a los maestros

domingo, 28 de marzo de 2021

Adam Zagajewski (1945 - 2021) Ucrania

El arte de Adam Zagajewski, el poeta del verano de la paz y el nomadismo -  WMagazín 

En la belleza creada por otros

Sólo en la belleza creada
por otros hay consuelo,
en la música de otros y en los poemas de otros.
Sólo otros nos salvan,
aunque la soledad sepa a
opio. Los otros no son el infierno,
si se les ve temprano, con sus
frentes puras, lavadas por sueños.
Por eso me pregunto qué
palabra debería utilizarse, "él" o "tú". Cada "él"
es una traición a un cierto "tú" pero
a cambio el poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo.
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Canción del emigrado

En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, mas breve es
el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en el circo,
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos, como los árboles, como las piedras.
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A medianoche

Hablamos en la cocina hasta bien entrada la noche:
la lámpara de kerosén brillaba suavemente
y los objetos, alentados por la calma,
se adelantaron en medio de la oscuridad
para decirnos sus nombres: silla, jarra, mesa.

A medianoche me dijiste sal,
y en la oscuridad vimos el cielo de agosto
recorrido por una explosión de estrellas.
El pálido resplandor de la noche infinita
temblaba encima de nosotros.

El mundo ardía en silencio,
un blanco fuego lo envolvía todo,
ciudades, iglesias, montones de heno
con perfumes de tréboles y hierbabuena. Los árboles
ardían en sus copas, viento, llamas, agua y aire.

¿Por qué es tan silenciosa la noche, si los volcanes
mantienen sus ojos abiertos y el pasado
es presente, amenazando, acechando
en su guardia, como el enebro o la  luna?
Tus labios están fríos, y la aurora también será
Una tela en una frente enfebrecida.
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Concha

Por la noche los monjes cantaban en voz baja,
y un viento fuerte levantaba
ramas de abetos igual que alas.
No he conocido ciudades antiguas,
nunca estuve en Tebas
ni en Delfos, ni tampoco sé
qué dijo la Sibila a los viajeros.
La nieve cubrió calles y barrancos,
y en vestidos oscuros las cornejas seguían
las huellas de los zorros en silencio.
Creía en señales efímeras,
en sombras de ruinas y en serpientes de agua,
en fuentes de montaña y en pájaros proféticos.
Los tilos florecen igual que novias,
pero sus frutos son pequeños, ásperos.
Ni en la música ni en pinturas bellas
ni en hazañas o en el coraje
ni aun en el amor hay saber,
sino en todas las cosas,
en la tierra y el aire, en el silencio y el dolor.
Un poema es capaz de retener el eco
de la tormenta, como la concha que tocó Orfeo
al escapar. El tiempo arrebata la vida,
y devuelve memoria, dorada por las llamas
y negra por las ascuas.
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Ilustración

La poesía es la infancia de la civilización,
dijeron en la Ilustración los filósofos
y nuestro profesor de polaco, alto, delgado
como signo de exclamación, quien perdió la fe.

No supe qué decir en ese momento,
todavía era un niño pequeño,
pero me parece que quería, en un poema

encontrar la sabiduría (sin resignarme)
y también una especie de locura tranquila.
Encontré, mucho después, un instante de alegría
y la oscura felicidad de la melancolía.
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Viento

Seguimos olvidando qué es la poesía
(o tal vez solo me pasa a mí).
La poesía es el viento que sopla de los dioses, dice
Cioran, citando a los aztecas.

Y sin embargo, hay tantos días silenciosos y sin viento.
Los dioses duermen entonces
o llenan declaraciones de impuestos
para dioses aún más altos.

Que vuelva ese viento.
El viento que sopla de los dioses
que venga, que se despierte
ese viento.
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Misticismo para principiantes

El día era suave, la luz era generosa.
El alemán en la terraza del café
sostenía un pequeño libro en su regazo.
Dí un vistazo al título:
Misticismo para principiantes.
De repente comprendí que las golondrinas
patrullando las calles de Montepulciano
con sus silbidos agudos,
y la plática apresurada de tímidos viajeros
del Este, de la llamada Europa Central,
y las garzas blancas de pie —¿ayer? ¿el día anterior?—
como monjas en campos de arroz,
y el crepúsculo, lento y sistemático,
borrando los contornos de casas medievales,
y los olivos en pequeñas colinas,
abandonados al viento y calor,
y la cabeza de la Princesa Desconocida
Que vi y admiré en el Louvre,
y vitrales como alas de mariposa
rociadas por el polen,
y el pequeño ruiseñor practicando
su discurso al lado de la carretera,
y cualquier viaje, cualquier tipo de ruta,
son sólo misticismo para principiantes,
el curso elemental, preludio
para una prueba que ha sido
pospuesta.
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De las vidas de las cosas

La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas
tan cómodamente como una carpa de circo.
La noche se acerca.
Bienvenida, oscuridad.
Adiós, luz.
Somos como párpados, afirmamos cosas,
tocamos ojos, pelo, oscuridad,
luz, India, Europa.
De repente me encuentro preguntando: "Cosas,
¿conocéis el sufrimiento?
¿Habéis estado alguna vez hambrientas, en la miseria?
¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo,
la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia,
pequeños pecados, no de comisión,
pero tampoco curados por la absolución?
¿Habéis amado, y muerto,
de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiendo
el frío corazón? ¿Habéis probado
la edad, el tiempo, el duelo?".
Silencio.
En la pared, baila la aguja de un barómetro.
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Habla más suave

Habla más suave: eres mayor que aquel
que fuiste tanto tiempo; eres mayor
que tú mismo y sigues sin saber
qué es la ausencia, el oro, la poesía.

El agua sucia anegó la calle; una tormenta breve
sacudió esta ciudad plana, adormecida.
Cada tormenta es un adiós, cientos de fotógrafos
parecen sobrevolarnos, inmortalizar con flash
segundos de miedo y pánico.

Sabes qué es el duelo, la desesperación
violenta que ahoga el ritmo cardiaco y el futuro.
Entre extraños llorabas, en un moderno almacén
donde el dinero, ágil, sin cesar, circulaba.

Has visto Venecia, y Siena, y en los lienzos, en la calle,
jovencísimas, tristes Madonnas que ansiaban ser
muchachas normales y bailar en carnaval.

Has visto incluso pequeñas urbes, nada bonitas,
gente vieja extenuada por el sufrimiento y el tiempo.
Ojos de santos morenos brillando en iconos
medievales, ojos ardientes de bestias salvajes.

Entre los dedos cogías guijarros de la playa La Galere,
y de pronto sentías por ellos una inmensa ternura,
por ellos y por el pino frágil, por todos los que allí
estuvieron contigo y por el mar,
que aunque potente, es tan solitario.

Una ternura inmensa, como si fuésemos huérfanos
de la misma casa, para siempre apartados los unos de los otros,
condenados a breves momentos de visitas
en las frías cárceles de la actualidad.

Habla más suave: ya no eres joven,
el éxtasis ha de pactar con semanas de ayuno,
has de elegir y abandonar, dar largas

y hablar extensamente con embajadores de secos países
y labios cuarteados, has de esperar,
escribir cartas, leer libros de quinientas páginas.
Habla más suave. No abandones la poesía.
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 En ningún lugar

Fue un día
en ningún lugar
al volver del entierro de mi
padre,
un día entre continentes, iba perdido por las calles
de Hyde Park escuchando retazos de voces americanas,
no pertenecía a ningún lugar, era libre,
pero si eso era la libertad, pensé, preferiría
ser cautivo de un buen rey, de un cálido emperador;
las hojas fluían a contracorriente del rojizo otoño,
el viento bostezaba como un perro cazador,
la cajera en el colmado, en ningún lugar
(le intrigaba mi acento), me preguntó de dónde era,
pero lo había olvidado, tenía ganas de hablarle
de la muerte de padre, pero pensé: ya soy
demasiado viejo para ser huérfano; vivía
en Hyde Park, en ningún lugar,
where fun comes to die,
como decían no sin envidia los estudiantes de otras
universidades,
era un lunes sin carácter, cobarde,
sin forma, un día sin inspiración, en ningún lugar, ni
siquiera el penar
había adoptado una forma radical, tenía la sensación
de que el mismo Chopin en un día como ése se limitaría,
en el mejor de los casos, a dar clases
a estudiantes aristocráticas, acaudaladas;
de repente me acordé de lo que había escrito de él
Gottfried Benn, dermatólogo berlinés,
en uno de mis poemas preferidos:
«Cuando delacroix anunció su teoría,
él se quedó preocupado porque no podía
justificar sus nocturnos»,
estos versos, irónicos y tiernos a la vez,
siempre me colmaron de una felicidad
casi tan grande como la música de Chopin.
Una cosa sí sabía: tampoco hace falta justificar
la noche, ni el dolor, en ningún lugar.
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Un poema chino
 
Leo un poema chino
escrito hace mil años.
El autor habla de la lluvia
que cae toda la noche
sobre el techo de bambú de la barca,
y de la paz que finalmente
anidó en su corazón.
¿Será casualidad que vuelva a ser
noviembre, haya niebla
y una puesta de sol plomiza?
¿Será por azar
que otra vez alguien viva?
Los poetas dan mucha importancia
a los éxitos y a los premios,
pero otoño tras otoño los árboles
orgullosos van deshojándose
y si algo queda es el murmullo
delicado de la lluvia
en los poemas que no son
ni alegres ni tristes.
Tan sólo la pureza es invisible
y el atardecer, cuando luz y sombra
se olvidan de nosotros un momento,
ocupados en barajar secretos.