Yo leo a los maestros

lunes, 14 de mayo de 2018

Harry Martinson (1904 - 1978) Suecia


Barcos fantasmas

Barcos fantasmas somos, silenciosos, rumbo
a las salidas del sol y los amaneceres.
Barcos sin hogar somos, eternamente errantes.
Navegamos en tempestades septentrionales
y en tibios oleajes meridionales, silentes.
Barcos sin hogar somos, eternamente errantes.
Y constantemente aparecen en nuestro viaje
como fantasmas los mismos sueños salvajes
y las mismas canciones suenan una y otra vez.
Y olvidadas tempestades se despiertan
danza de la muerte sobre las corrientes
y dulce y conciliador canturrea el mismo oleaje.
Mira: mil barcos han perdido el rumbo
y a la deriva navegan entre nieblas
y mil hombres se han ido a pique
rezando a las estrellas.
Y vemos el mismo destino todavía
camino a los rayos de un alba bella.
Y los mismos sueños llenan todavía
los cansados cerebros.
En oscuros espacios brilla sin embargo
Orión igual de centelleante
sobre hombres cansados,
que han dejado de mirar a las visiones matinales.
Nosotros, los demás, soñamos aún esta noche
con la luz del alba, que deslumbrante
se elevará sobre pecios en dunas fantasmales.
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El cedazo de los recuerdos

La mayoría de los recuerdos
caen al suelo con las hojas.
Si después uno los toca
solamente crujen secos
como si jamás hubiesen verdecido
en los matorrales de los años.
El hombre exige de las cosas
más que ellas de él.
Avaro e implacable
consume el resplandor de las cosas.
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La mejor solución 

La resignación se encarga de arreglar casi todo:
poco a poco se forma una suave costumbre del dolor.
Eso acontece sin protestas y sin vivas.

Uno se esfuerza hacia arriba
y se acostumbra hacia abajo.

No son las revoluciones, sino las resignaciones
las que han permitido al hombre que viva,
si es que en realidad ha vivido.
Nadie, sin embargo, ha sobrevivido.

Es posible arreglar las jubilaciones,
pero las resignaciones se arreglan sin nadie.
Alivian poco a poco y sin cesar todas las instituciones
de las obligaciones y de las opiniones.
Y el ocaso, sonríe.
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Lo incansable

Pronto se cansa el hombre, la vida no se cansa.
Pronto se cansa el ojo, la luz no se cansa.
Con infinita desesperanza para ti personalmente
se arrastrará libre por la espesura la cabrilleante serpiente
en la eternidad de las eternidades, y el lagarto de luz
trepará por el tronco y verá los caminos de la luna,
que yacen palpitantes en todos los mares.

Un día cuando todas las cortinas se conviertan en noche ciega
y la muerte corte abruptamente todos nuestros conflictos sobre la forma
el sol besará miles de millones de hojas
pero jamás nos buscará a nosotros en la espesura.

Quizás encuentre caballos de río,
los pesados hipopótamos, los inmensos devoradores de nenúfares,
y murciélagos durmiendo cabeza abajo
en las guaridas embriagadas del eco de los cambios.
Pero jamás ha obtenido nadie una respuesta,
una corriente sin respuesta fluye, resplandece, arde.
Una corriente sin respuesta fluye, resplandece, arde.

Ejercítate por tanto en el arte de soñar lo bueno
tan totalmente que tú puedas ser lo bueno plenamente,
y practica el gran arte del consuelo
que reúne de nuevo el coraje de tu corazón.

Tiéndete a través de la duda la mano a ti mismo
y proporciona con ella a la tierra de tu nostalgia interior
una simiente de significado para los años de tu futuro.

Y modélate en días soportables
un arte propio del pensamiento que lleve tu grito
hacia días todavía más soportables
y tierras todavía más soportables.
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La canción del prado

Un prado en flor no puede ser descrito más que por sus mariposas,
sólo puede ser cantado correctamente por sus abejas.
Mantener unido ese vuelo multitudinario
y distinguir correctamente el canto de las abejas.
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Partido en dos

Tu avidez de calma y tu ansia de movimiento, de inquietud
cantan un dúo hostil a lo largo de una vida de olas y valles.
¿Cuál es la razón de vivir? Ninguna y sin embargo todas.
¿Cuál es la razón de morir? Lo mismo.
Esos ojos desgraciados vieron más de lo que podían arreglar,
esos ojos felices vieron con una confianza heredada
las cosas rectas y redondas, los árboles con raíces y copas.
El fluir y volar y arrastrarse, una ruina felizmente combinada.
Sólo pueden hacerlo las hadas que han practicado eternamente.
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El juego

Cuando quieras creer que tú navegas
fácilmente contracorriente,
sube corriendo al puente una noche de luna.
El puente de piedra zarpa inmediatamente contra la vieja corriente de plata.
Tú nunca avanzas nada, pero en la vida mucho
tiene que ser juego para poder vivir.
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La sierva

Ella arrojó lejos su azada
y avanzó hacia él diciendo:
no derroches demasiados años en la piedra inconmovible de tu obstinación.
Demórate alguna vez con mi corazón en el rocio y escucha al zorzal y al cuchillo.
Pronto nos encontrará el sol del crepúsculo lo suficientemente viejos
para que lo sigamos para siempre cuando se acuesta detrás de las colinas.
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Nocturno marino

Clara noche invernal,
las estrellas resplandecen gélidas;
un muchacho que ansía embarcarse
está inmóvil envuelto en un frío mortal con las piernas temblando
en la mesa sin poner del muelle:
no está contando las estrellas,
está contando los barcos anclados en este mundo.
En las cubiertas se oyen los vigilantes, los suspicaces pasos de sus zapatillas.

Las chimeneas de la flotilla
dejan caer luz estelar en su hollín.
En las profundidades duermen las oscuras anclas de los barcos;
por húmedas cadenas trepa la luaz de las estrellas de a bordo
para huir en alguna parte a una isla terrenal.
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Cuento popular sueco

La deseó a través de la montaña.
Mas las condiciones fueron un monte más.
Primero tenía que romper el hielo del invierno
hasta llegar a los sembrados de la primavera.
Después abrirse paso entre los jarales primaverales
hasta el bosque sumiso del verano.
Allí la encontraría.
Mas el encuentro fue tan tímido que se volvió dureza,
la ternura tan torpe que todo se extravió.
Las palabras suaves se enredaron como madreselva.
Así empezó su vida.
Entraron en el granito de cada día de pena.
La montaña los encerró para siempre.
Adentro, muchos años, se oyeron
gritos y martillazos: querían salir.
Poco a poco se acallaron hasta los martillazos.
La montaña yace quieta y fuerte.
Y hay más nieve en el invierno.
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El instante

Sentados en silencio, durante un instante de felicidad,
mirábamos la danza de las mariposas.
Agitaban sus banderas amarillas
en el solemne resplandor del sol.

Pensamos: un día será agradable
recordar cada uno de estos instantes
cuando instantes de otra clase
se hayan ido acumulando hasta formar años,
una vez cuando todos los pinchazos recibidos
hayan crecido hasta convertirse en heridas.