Yo leo a los maestros

sábado, 7 de septiembre de 2013

Seamus Heaney (1939 - 2013) Irlanda

Una llamada

«Espera,» dijo ella, «saldré simplemente e iré por él.
El tiempo aquí es tan bueno, que aprovecha
para escardar Un poco.»
                                                    De modo que lo vi
apoyado sobre las manos y rodillas al lado del rastrillo,
tocando, inspeccionando, separando un
tallo del otro, estirando con suavidad
cada cosa no estrechada, frágil y sin hojas,
complacido de sentir cómo se abría cada raíz de malas hierbas,
pero también arrepentido...
                                                          Luego me encontré escuchando
al amplio y grave tic de los relojes de la entrada
donde el teléfono estaba desatendido en una calma
de espejo y péndulos iluminados por el sol...

y me encontré entonces pensando: si fuera hoy,
así es como la Muerte convocaría a Cualquiera.

A continuación él habló y casi le dije que le amaba.
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Dos camiones

Llueve sobre el carbón y las cenizas tibias
hay huella de un rodado, es el camión de Agnew
con sus compuertas bajas; Agnew, el carbonero
con su acento de Belfast charlando con mi madre
¿Irá ella a Magherafelt a ver una película?
Pero sigue lloviendo y aún tiene media carga
que repartir más lejos. Esta vez el filón
de donde llega nuestro carbón era de un negro
sedoso y las cenizas serán sedosas, blancas.
Parte el bus a Magherafelt. El camión despojado
con sus  sacos vacíos la conmueve a mi madre
los modales del hombre con delantal de cuero.
No menos las películas. Cosas del carbonero…
Ella se vuelve y saca el esmeril y el plomo
esta madre de mil novecientos cuarenta
todo afán de cocina limpiando las cenizas
de su cara con el dorso de la mano. Mientras, el camión
acelera y encara hacia Magherafelt.
Es la última entrega. Oh, Magherafelt,
sueño de felpa roja y carbonero urbano.
Mientras el tiempo corre y un camión diferente
ruge por Broad Street con su carga completa
que hará volar al aire la terminal de ómnibus.
Yo tuve una visión de mi madre, más tarde.
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Fuera de este mundo

En memoria de Czeslaw Milosz

1.”Como cualquier otro…”
“Como cualquier otro, incliné la cabeza
durante la consagración del pan y el vino
alcé los ojos hacia la hostia levantada y el cáliz levantado
creí (sea lo que sea que eso signifique) que sucedía un cambio.
Fui hasta el altar) y  recibí el misterio
sobre la lengua, volví a mi lugar, apreté los ojos, hice
una acción de gracias, abrí los ojos y sentí
que el tiempo comenzaba nuevamente.
                                                      Nunca hubo una escena
en que yo pusiera esto en claro conmigo o con otro.
La pérdida sucedió fuera de escena. Y con todo, no puedo
repudiar palabras tales como ‘acción de gracias’ u ‘hostia’
o ‘pan  de comunión’. Tienen un tremor
inmortal y brotan como agua de un pozo muy profundo”.
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Un papalote para Michael y Christopher

" Durante toda esa tarde de domingo voló un papalote por encima del día,
cuero bien estirado, puñado de paja al aire.
Al hacerlo, lo sentí gris y resbaloso,
lo probé cuando, ya seco, se puso blanco duro, amarré los moños de periódico
a lo largo de su cola de dos metros.
Pero ahora estaba lejos, como una pequeña alondra,
y jalaba como si la cuerda pandeada fuera una red con que alguien intentara
pescar todo un cardumen. Un amigo mío dice que el alma humana
pesa casi lo mismo que una perdiz ; pero el alma anclada ahí,
la cuerda que se afloja y luego asciende,
pesa lo que una zanja clavada en los cielos.
Antes de que el papalote se hunda en el bosque
y esta cuerda se mueva inútil, muchachos,
sientan en ambas manos el jalón de tristeza que corta, su raíz, su larga cola.
Nacieron preparados. Párense frente a mí y hagan el esfuerzo. "
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El recado

«¡Va, vete ya!  Hijo, corre como el diablo
y dile a tu madre que intente
encontrarme una burbuja para el nivel del espíritu
y un nuevo nudo para esta corbata».

Pero aún así estaba contento, lo sé, cuando planté cara,
responsabilizándolo a él
con una sonrisa que superaba su sonrisa y su encargo de bufón,
esperando el siguiente movimiento en el fuego.
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Día de boda

Tengo miedo.
El sonido se ha parado en el día
y las imágenes se repiten
sin cesar. ¿Por qué esas lágrimas,

el pesar salvaje en su rostro
fuera del taxi? Crece
el jugo del lamento
en nuestros invitados que saludan.

Tras la gran tarta estás cantando
como una novia abandonada
que persiste, demente,
y que atraviesa el ritual.

Cuando fui a los lavabos
había un corazón con una flecha
y palabras de amor. Deja que duerma
recostado en tu pecho, camino al aeropuerto.
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Casa de verano

I
¿Era el viento de los vertederos
o algo en el calor

que nos seguía los pasos, con el verano agriándose,
y un nido pestilente incubando en algún lugar?

¿De quién era la culpa?, me preguntaba, inquisidor
del aire poseído.

Para de pronto descubrir,
al levantar la estera

que había larvas, moviéndose-
e hirviendo, hirviendo, hirviendo.

II
Mientras arreglo la puerta, con mis brazos
repletos de cereza silvestre y rododendro,
a través de la entrada escucho su perdido
gimotear, que, carraspeando, tintinea
mi nombre, una y otra vez.

Oh amor, he aquí la culpa.

Las flores sueltas entre nosotros
se reúnen, componen
una especie de altar del mes de mayo.

Estos capullos francos y caídos
se tiñen pronto del color de un dulce bálsamo.

Asiste. Unge la herida.

III
Oh atendimos nuestras heridas con corrección
bajo la dulzura hogareña

y yacemos como si la superficie fría de una hoja
nos hubiese dejado sin aliento.

Postulo más y más
curas gruesas, como ahora

cuando te doblas en la ducha
el agua vive cayendo por la pila bautismal de tus pechos.

IV
Con un definitivo
impulso nada musical
largos granos empiezan
a abrirse y se separan

hacia adelante
y de nuevo agotamos
el blanco, pateado
camino al corazón.

V
Mis hijos lloran la calurosa noche extranjera.
Caminamos por el suelo, mi boca podrida se desahoga
contigo y yacemos rígidos hasta que el alba
acude a la almohada, y al maíz, y la viña

que sostiene su plena carga hacia la luz.
Las rocas de ayer cantaban cuando las golpeábamos
estalactitas en las viejas cuevas, goteando oscuridad -
nuestras llamadas de amor pequeñas como un diapasón.
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El metro

Ahí estábamos corriendo por los túneles abovedados,
tú deprisa delante, con tu abrigo de estreno
y yo, yo entonces como un dios velocísimo ganándote
terreno antes de que te convirtieras en un junco

o alguna nueva flor blanca salpicada de rojo
mientras el abrigo batía salvajemente y botón tras botón
saltaban y caían, dejando un rastro
entre el metro y el Albert Hall.

De luna de miel, luneando, ya tarde para el Baile de Promoción,
nuestros ecos mueren en ese corredor y ahora
vengo como lo hizo Hansel sobre las piedras iluminadas por la luna
recorriendo el sendero de nuevo, recogiendo botones

para acabar en una estación con corrientes de aire y luz de lámparas
cuando los trenes ya se han ido, las vías húmedas
desnudas y tensas como yo, todo atención
por si tus pasos me siguen, pero antes muerto que mirar atrás.
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Sibila

Mi lengua se movía, una relajante bisagra ondulante.
Le dije a ella, «¿qué será de nosotros?»
Y como agua olvidada en un pozo puede agitarse
tras una explosión bajo la mañana

o una fractura recorre un tejado,
empezó a hablar.
«Pienso que nuestra forma misma deberá cambiar.
Perros en un asedio. Recaídas de saurios. Hormigas.

A menos que el perdón encuentre voz y nervio,
a menos que los árboles sangrantes y con casco
puedan ser verdes y dar brotes como el puño de un niño
y el pútrido magma incube

ninfas brillantes... Mi gente piensa en el dinero
pero habla del tiempo. Los pozos petróleo calman su futuro
como simples temas de adquisición. El silencio
se vuelve bajío con el sonar de ecos que lanzan las traineras.

La tierra a la que aplicábamos nuestro oído durante tanto tiempo
está despellejada o muy callosa, y sus entrañas
tentadas por un augurio impío.

Nuestra isla está llena de ruidos nada confortantes.
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Acta de unión

I
Esta noche, un primer movimiento, un pulso,
como si la lluvia se acumulase en el pantano
hasta romper y desbordarse: una presa que estalla,
un tajo abriendo la cama de helechos.
Tu espalda es una firme línea de costa del este
y brazos y piernas se prolongan
más allá de tus colinas graduales. Acaricio
la palpitante provincia donde creció nuestro pasado.
Soy el reino elevado por encima de tus hombros
al que no halagarías ni puedes ignorar.
La conquista es mentira. Envejezco
tolerando tu orilla semi-independiente
dentro de cuyos límites ahora mi legado
culmina inexorable.

II
Imperialmente soy varón todavía,
dejando para ti todo el dolor,
el proceso de rendición en la colonia,
el ariete, la barrera que explota desde dentro.
El acta germinó en una obstinada quinta columna
cuya postura crece de forma unilateral.
Su corazón bajo tu corazón es un tambor de guerra
que llama a filas a la fuerza. Sus parasitarios
e ignorantes puños pequeños
ya golpearon tus fronteras y sé que apuntan hacia mí
por encima del agua. No veo ningún tratado
que ponga a salvo por completo
tu cuerpo hollado y estirado, el gran dolor
que, como campo abierto, te deja en carne viva, una vez más.