Yo leo a los maestros

domingo, 18 de febrero de 2018

Uri Zvi Greenberg (1896 - 1981 ) Israel

Bajo el diente del arado

La nieve ha vuelto a derretirse,
pero los asesinos son ahora labradores.
Salen y labran su campo,
el mismo camposanto donde mi gente yace.
Con el diente de su arado han desenterrado
y volcado sobre el surco
uno de mis esqueletos.
No se aflige el labrador, no se espanta, continúa su tarea
y sonríe al reconocer la huella de sus herramientas.

La primavera ha llegado deslumbrante:
capullos, flores, pájaros que cantan,
rebaños sesteando al lado del arroyo
de aguas mansas y brillantes.

Ya no hay judíos errando en el camino con sus barbas y sus trenzas.
No se les ve rezar en las posadas con los flecos de su chal
cayendo sobre la camisa,
ya no venden en sus baratillos vestidos o pitanza,
ya no laboran en sus talleres ni en los ferrocarriles,
ya no pasean por los mercados ni se acercan a la sinagoga
pues el arado del gentil se cierne de continuo sobre ellos.

El Señor se ha derramado majestuosamente sobre los cristianos.
La primavera es en verdad una primavera
y el verano que anuncia parece exhuberante.
Los árboles despliegan su esplendor en la orilla del camino
como si hubieran crecido en un jardín.
Nunca estuvieron tan rojos los frutales como ahora
que no hay judíos ya.

Y es que los judíos no tenían campanas para cantar a Dios.
Benditos los gentiles porque tienen esbeltos campanarios.
Ahora, en primavera, su son flota por toda la llanura,
y se arrastra tranquilo sobre el vasto paisaje de luz y de perfumes
dominándolo todo con su majestdad,
en cualquier lugar se escuchan sus tañidos,
no como entonces,
cuando serpenteba por los tejados judíos...

Benditos sean los cristianos
por sus altas campanas
con que glorian al Señor
que les protege...

Reposan los judíos bajo el diente del arado,
o debajo de los pastizales,
o en las zanjas del bosque,
o al borde de un camino,
en la orilla del torrente,
...o en su hondura.
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La colina de cadáveres en la nieve

Cuando sacaron a mi padre de la casa para conducirlo a la colina de
cadáveres,
en los nevados campos extranjeros aulló el general alemán: ¡A desvestirse!.
Y mi padre comprendió cuál era la sentencia.
Se quitó mi padre el abrigo y los pantalones como si se quitase la realidad
del mundo,
se arrancó los zapatos como para el duelo de la tarde de Ab,
y se quedó en su ropa blanca, con las medias...
¿Qué había más desnudo que su desnudez
bajo la bóveda del cielo y en el campo nevado, aquel día, en el mundo?
Nunca se había encontrado tan desnudo bajo el cielo
y la negra y pequeña kipá de su cabeza,
a no ser por las noches al pie de la cama,
o en la casa de los baños, cuando se quitaba la ropa blanca,
las medias y el gorro, y no miraba los pudores de su carne hasta que las aguas
por una y otra parte la cubrían, como quien baja a adorar a lo profundo.
Pero cuando el general vio que mi padre estaba aún en ropa blanca,
con el gorrito en la cabeza, aquel malvado
le asestó un golpe entre las paletillas con su arma fría,
y mi padre tosió y cayó de cara, como delante de Dios,
se postró profundamente hasta lo más hondo de la vida y no se levantó:
emitió un quejido, como el fin de una última plegaria,
y  nada existió después fuera de los cielos nublados y de la colina de cadáveres
y de ese general que resoplaba sobre la nieve
enrojecida con la sangre que salía de su boca.
Y al ver el general que no se levantaba, metió la puntera
de su bota negra por debajo del vientre del venerable padre
y le sacudió y lo puso boca arriba, y parecía que la tierra pagana
le pegaba en el rostro puntapiés.

Y al anochecer brotaron las estrellas y creció la colina de cadáveres en el
campo,
y la nieve caía en la noche con una abundancia cruelmente blanda...
Así lo quería Dios. Se notaba que había Dios,
aunque era el Dios de los paganos. No hay Dios para Israel.
Sólo la nieve era testigo, la nieve que bajaba del cielo en abundancia...

 Acertó a pasar por aquel sitio Rabi Uri de Strelisk, el Serafín, el abuelo,
sin que se oyera ruido alguno de pasos, ni respiración en el aire.
Abrió su boca y dijo susurrando:
ah, cuerpo que era arpa de las oraciones de Israel,
boca que derramaba consuelo al afligido,
¿cómo es que te cubre la nieve infinita de los campos paganos?
¿Dónde fueron a parar tus oraciones, nieto mío?
¿Dónde fueros las mías?
¿A qué región del mundo?
En la colina de cadáveres se agitó y se deslizó
el pequeño Samuel, a quien llamaban Samuelito. Rebulló
y se deslizó a los pies del abuelo Rabi Uri de Strelisk,
el Serafín...Gimoteó como un chiquillo y
no abrió sus ojos porque no podía. Palpó
con la palma de sus manos pequeñas los zapatos del abuelo,
y el abuelo se inclinó hacia él, y le besó en la frente y le dijo:

Bebé mío, criatura santa.
Contestó el hijo de mi hermano venerable, el chiquillo
de nombre Samuel, a quien llamaban por cariño Samuelito:

Abuelo, abuelo, ¿por qué no viniste antes con una muchedumbre
de serafines y de ángeles?
Abuelo, abuelo, ¿dónde está el Dios de los judíos?
Entonces el niño se calló,
y se quedó tendido a los pies del abuelo Rabi Uri,
que se había retrasado con sus lámparas
y no había traído un ejército de ángeles
como escudo a nuestra casa.
Y Rabi Uri de Strelisk, el Serafín,
estaba doblado, de rodillas, helándose en el campo extranjero.
 Y la nieve caía. Caía. Caía...
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Nunca evoqué a los muertos 

Nunca evoqué a los muertos sagrados,
ni en noches de dolor bajé, como lo hizo mi rey Saúl
a la pitonisa de Ein Dor.
Pero ahora yo sé que en mi sabiduría estuve errado,
no supe que hay espanto,
que hay una hora final desligada de todo principio,
y que en esta hora terminan las posibilidades de
salvación del hombre.
Aunque fuera rey en su ejército y sus defensores de     
hierro, aunque tuviera una armada con muchos cañones,
y los sabios del mundo fueran sus marinos,
y no hay tormenta en el mar, el timón es perfecto y     
el mástil adecuado,
pero sí un solo pie debajo del agua, hay un submarino   
llamado muerte
sólo un pie debajo...
Entonces no hay protector que defienda el corazón,
para que no se rompa cuando llega la hecatombe.
Sentencia de Dios...

Y así dentro del hundimiento está el alma de un   
hombre de Israel.
Removedme mis recuerdos, de seguro que me   
encontrarás un ejemplo.

Entonces, al caminar Jeremías sobre las tumbas de   
los padres...
Esta lacrimeante elegía de cuando era muchacho en   
mi casa paterna y mi padre y yo llorábamos...
Fue olvidada al pasar de los días; no supe en la hora     
final que hay un terror divino en la patria, que un tumulto     
me lleva a las tumbas de mis reyes de Jerusalem;
para estar de pie, abatido, con el brazo quebrado
y decir palabras dentro del hundimiento,
y pedir salvación milagrosa de los muertos del reino,
que están aquí en sus nichos.
Yo soy uno de las legiones que surgieron en Judea
y que fueron contratadas para defendernos
en el año mil novecientos veintiocho de nuestra     
Diáspora...
Si la vida se ha complicado tanto, hay muertos que   
saben el milagro pues son polvo en los pozos,
su espíritu no alcanza   
la grandeza.
En el Ecuador misterioso no hay cortes ni hay engaño
hay escalas para todas las alturas...
¡por lo tanto   
escuchadme, muertos!

Somos pocos de Israel, una sola tribu para la
conquista,
íbamos a perforar la montaña que nos separa del reino
trepamos para subir nuestras banderas sobre el monte     
Eibal y porque estaba el maravilloso oro en nuestros ojos y   
en nuestros brazos, ya no rezamos por el milagro ni por la salvación     
milagrosa.
Como capítulos de los salmos al hijo de Isaí eran   
las plegarias de las legiones que no fueron escritas en el libro:
ellas están en Israel...
Soñamos que el pueblo llega desde el mar
de la morada de los leones... y no vino.
Vive debajo del hundimiento en setenta reinos gentiles,
cubre su rostro con manto de oración para no ver subir     
sus cruces...
Da impuestos y da sangre para envejecer entre enemigos
y en las calles de Sion mora el cananeo, con sus muchas   
mujeres, niños y camellos.
Saca pan de mi tierra, exprime miel de mis árboles,
saca peces del mar y perfora mis noches con su flauta...
y de lo poco nuestro, el engaño traga el resto de lo     
sagrado y la visión final en nuestros ojos es como el ocaso del   
sol del reino.
Tuvimos falsos pastores en nuestros rebaños
que truncaron la línea de solución a nuestros sueños.
Según ellos, absorbieron las legiones de los pantanos de   
Canaán en sus cuerpos
según ellos, sufrieron malaria y dolores, por lo tanto 
tienen los ojos ensangrentados
y al reducirse la sangre en sus venas, también
se redujo su pasión.

¿Acaso hay signos en el cielo? Escucharé vuestro   
murmullo, mi rey
desde la gruta más profunda.

No, Dios no dio signos en el cielo al venir la hecatombe.
No se detuvo el sol en Guivón ni la luna en el valle de     
Ayalón.
Los cielos de Jerusalem están azules como en día de     
bodas, pero las legiones humilladas ven el abismo a la luz     
del día;
sienten la señal de la Tercera Destrucción
y ven el rostro del incendiario,
lo ven venir con su antorcha, en la noche, entre las     
chozas.
Yo soy el que lo ve y sabe que no hay salvación
y que no hay salida salvadora en la patria.
Sólo un prodigio, sólo un milagro.

Es el espanto divino de las legiones en la patria
acaso es la hora cortada de toda continuidad.
No está más el oro maravilloso en los ojos, ni en los   
brazos, ni en los objetos.

Asustado, hasta en lo más profundo de mis huesos
estoy aquí, como mi rey Saúl en Ein Dor.
En nuestra ayuda llamo a vuestras almas,
mis reyes del pasado.
Yo rezo pidiendo el milagro.
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La torre de cadáveres

Sobre nuestras márgenes, oro sin precio:
se eleva la canción del poder divino cual alfombra   
sonora...
Las aguas son azules y en ellas la claridad de la luz
de la visión del poeta cuya piel arde,
la tristeza de nuestra raza arde más aún que la zarza   
en el desierto,
arde desde los días de Tito en el fuego que quemó   
hasta los cimientos
del gran Reino de Israel, desde el mar hasta el Eufrates.

¿Acaso hay una boca en el cielo que le diga a este     
cuerpo
te doy rescate y salvación?
¿Se encuentra en el globo terrestre la mujer que lleva 
en sus entrañas el embrión del salvador?
¿O acaso está en alguna casa de exiliados el Mesías   
aún criatura,
que crece junto al seno de una madre desconocida,
y que algún día vendrá y extenderá en el cielo la carta   
de liberación,
escrita con fuego sobre la esfera celeste,
y se iluminarán los montes desde adentro y 
relampaguearán desde sus escondites?

¡No hay boca en este cielo que nos diga salvación!

Silencio... Se puede escuchar en la clave del tiempo,
hay para nosotros muchos ríos y nosotros los lloraremos.
Ni en sueños conoceremos la imagen de la madre del Mesías;
pero el hierro del arado sobre nuestras espaldas 
sentiremos como campo abierto
y la tristeza de nuestra raza arde aún más que la zarza     
del desierto.

Mártires innumerables van formando capas que elevan 
la torre de cadáveres hebreos.
¡Y a estos cielos ninguna cabeza perforó!
Cabeza, y el hacha cristiana o el puñal islámico clavado
en él,
aún marchan sobre el globo terrestre. Judíos, judíos;
ancianos de rostros luminosos cuya mano jamás   
derramó sangre humana
y niños hermosos, con la bondad de las palomas
en sus cuerpos y muchachos como de acero, de anchas espaldas
y de cuerpos duros, buenos para el ejército,
para la marina y para la industria en la patria,
para conquistar kilómetros con su fuerza
y elevar colores de regocijo en campos lejanos;
y de ellos seguramente habrá capas en la torre de     
cadáveres
que levanta mi raza hebrea en el mundo
y un mar de sangre alrededor,
naturalmente - por orden del destino.
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Con mi Señor el Herrero 

Cual capítulos de profecía arden mis días en todas sus formas.
Y entre ellos mi cuerpo, como el metal que va a ser forjado.
Y sobre mí mi Señor, el Herrero, que golpea reciamente:
cada herida que el tiempo abrió en mi Él la funde y la moldea,
y estalla en chispazos de momentos el fuego aprisionado.

Este es mi destino y mi juicio hasta que atardezca el camino.
Y cuando llego a arrojar mi materia castigada en el lecho
mi boca es ya una herida abierta.
Y desnudo hablo con mi Dios: -Trabajaste en exceso,
la noche ha llegado, descansemos los dos.
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En una noche lluviosa, en Jerusalén

Los pocos árboles del patio atruenan como árboles del bosque,
y grávidas de ríos también truenan las nubes:
Angeles de la Paz a la cabecera de mis niños,
entre el tumulto de los árboles y el gran tumulto del agua.

Afuera: Jerusalén, la ciudad de la prueba gloriosa del Padre,
de inmolar a su hijo en alguna de sus montañas.
Aquel fuego, desde el alba, aún arde sobre el monte,
no lo apagaron las lluvias: el fuego del sacrificio entre los trozos.

Si Dios me ordenara ahora, tal como lo hizo
con mi Padre Antiguo, seguro le obedezco.
Se regocijan mi corazón y mi carne en una noche como ésta.
¡Y los Angeles de la Paz a la cabecera de mis niños!

¡Qué hay de gloria y qué de parábola en esta sensación maravillosa,
que vive desde el alba del tiempo hasta ahora en el Monte Moría!
Se regocija la sangre del Pacto en el padre que reza,
dispuesto al sacrificio en el monte del Templo, cuando se haga la luz.

Afuera: Jerusalén y el tumulto de los árboles de Dios,
que talaron todos los enemigos de todos los tiempos.
Y las nubes grávidas de ríos, en ellas truenos y relámpagos,
que son sólo míos en noches de lluvia como ésta, son noticias
del Altísimo hasta la última generación.
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Una verdad y no dos

Sus Rabinos enseñaron: una tierra se compra con dinero
Usted compra la tierra y la trabaja con una azada.
Y digo: una tierra no se compra con dinero
Y con una azada también cavas y entierras a los muertos.
Y digo: una tierra es conquistada con sangre.
Y solo cuando se conquista con sangre se santifica a la gente
Con la santidad de la sangre.
Y solo uno que sigue el cañón en el campo,
Así gana el derecho de seguir después de su buen arado
En esto, el campo que fue conquistado.
Y solo ese campo proporciona pan nutritivo y saludable
Y la casa que surge en su colina es verdaderamente una fortaleza y un templo,
Porque en este campo hay sangre honorable.

Sus Rabinos enseñaron: El Mesías vendrá en las generaciones futuras:
Y Judea se levantará sin fuego y sin sangre.
Surgirá con cada árbol, con cada casa adicional.
Y digo: si tu generación será lenta
Y no lo agarrará en sus manos y moldeará forzosamente su futuro
Y en fuego no vendrá con el Escudo de David
Y en la sangre no vendrá con sus caballos ensillados
El Mesías no vendrá ni siquiera en una generación muy lejana.
Judea no se levantará.
Y serán esclavos vivos de todos los gobernantes extranjeros.
Tus casas serán paja para las chispas de todos los malvados.
Y tus árboles serán cortados con su fruta madura.
Y un hombre reaccionará igual que un bebé
Para la espada del enemigo
Y solo tus divagaciones permanecerán, tu ...
Y tu estatua, una maldición eterna.
Sus Rabinos enseñaron: Hay una verdad para las naciones:
Sangre por sangre, pero no es verdad para los judíos.

Y digo: hay una verdad y no dos.
Como hay un sol y como no hay dos Jerusalén.
Fue escrito en la Ley de Conquista de Moisés y Josué
Hasta que el último de mis reyes y mis traidores hayan consumido.
Y habrá un día en que desde el río de Egipto hasta el Éufrates
Y desde el mar hasta los pasos de montaña de Moav mis hijos subirán
Y llamarán a mis enemigos y mis enemigos a la última batalla.
Y la sangre decidirá: ¿Quién es el único gobernante aquí?
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En la oreja de un niño me relaciono

Él no vino, el Mesías ...
Como un águila que vuela sobre el abismo sangriento
Tal vez fue él quien se levantó en forma de águila del Valle de Kidron
Y voló describiendo un círculo sobre el Monte del Templo, y lloró
Lo vi describir el círculo y escuché su llanto.
Un pájaro llorando.
Mesianismo israelí en forma de pájaro,
se despide del Monte del Templo
Y el águila ha completado su círculo y vuela al mar.
Vuela sin el batir de alas, y estaba tan oscuro.
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Homesong

Ella está en silencio, mi madre mártir,
Sus ojos se levantan contra mi rostro, sin mirarme, pero más allá.
Miro detrás de ella, detrás de mi espalda, a la pared,
El espejo colgante está envuelto en una sábana
Y abajo, un barril de agua más oscura,
El chal de oración de mi padre flotando en él
Su collar de plata se ha ido.
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El gran triste

El Todopoderoso me ha tratado amargamente
Que no le creí hasta mi castigo
Hasta que se derramó en mis lágrimas, desde el medio de mis heridas.
Y he aquí que él está muy solo,
Y también le falta alguien con quien confesar,
En cuyos brazos podría llorar su miseria insoportable,
Y este Dios anda alrededor, sin un cuerpo, sin sangre,
Y su dolor es el doble del dolor de la carne,
Carne que puede calentar a otro cuerpo de un tercio,
Eso puede sentarse y fumar un cigarrillo
Y bebe café y vino,
Y duerme y sueña hasta el sol
Para él es imposible que él sea Dios.
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Canción de la Gran Mente 

Esa mente, la pequeña, es suave, como una pollita;
le tiene miedo al espacio y detesta las dimensiones del mar;
es una luciérnaga del bosque por la noche,
la astilla de luz de una taberna en la noche del prado
a los ojos del carretero
como perezosamente a través del polvo que conduce
caballo y carro, y bostezos.
Tal es esa mente, la pequeña, la pobre, que sirve
al vendedor ambulante en sus rondas diarias;
y eso torcidamente desprecia las visiones de la gloria.
Pasa por nuestras calles cerca de los techos bajos,
lamiendo el musgo de los días, bebiendo de desagües,
viendo en cada raza una especie de lobo o tigre.

Esa mente -la grande, la alada con luz,
el gobernante supremo, el rey supremo-
(desde el momento en que la gente habitó sus tierras y aguas,
y el rey desde su trono
contemplaba las montañas de Moab)
no está aqui. Se sienta en su nido olvidado,
pero vive Canto a mi gente: ¡acuérdate del águila!
Haz que venga, y vendrá,
para mostrarte
el lugar de paso que conduce desde aquí, el pantano del sueño ...
al significado.

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