Yo leo a los maestros

jueves, 12 de enero de 2012

Jaime Jaramillo Escobar (1932 - ) Colombia

MAMÁ NEGRA

Cuando mamá negra hablaba del Chocó
le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,
su largo pescuezo para beber agua en las totumas,
para husmear el cielo,
para chuparles la leche a los cocos.
Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas,
para hablar alto entre las vecinas,
para ahogar la pena,
y para besar a su negro, que era alto hasta el techo.
Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes,
para reír en las bodas.
Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.

Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles,
prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú,
pendientes que se bamboleaban en sus orejas,
y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire.
Su negro le traía mucho lujo del puerto cada vez que venían los barcos,
y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de abalorios,
y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas.
Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo,
les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela,
tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba,
y tenía una cosa envuelta en un pañuelo,
un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar.

Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar el agua,
tenía una cola de sirena dividida en dos pies,
y tenía también un secreto en el corazón,
porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.
Mamá negra se movía como el mar entre una botella,
de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,
y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa.
Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,
como si el sol saliera de ellos,
unos senos más hermosos que las olas del mar.
Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas,
tenía un canto triste, como alarido de la tierra,
no le picaba el aguardiente en el gaznate,
y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.

Mamá negra era un trozo de cosa dura, untada de risa por fuera.
Mi taita dijo que cuando muriera
iba a hacer una canoa con ella.
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PROBLEMAS DE LA ESTÉTICA CONTEMPORÁNEA

La magnitud de la humanidad pesa sobre cada uno de nosotros, y sentimos profundamente a los antípodas pateando sobre nuestro corazón.
De modo que no es extraño que andemos como unos cristos abofeteados en busca de una cruz para apoyarnos.
Habiendo subido a lo alto de una colina una noche, ante mí se extendía la ciudad como una piel de tigre.
Y en el licor de las copas cintilaban las lucecillas de tres almas.
La última era la mía, alma siempre sobrante y solitaria.
Por el aire volaban dentelladas y entonces apareció el Diablo y me dijo: –"Te lo daría todo si postrado me adoraras”.
Ser el dueño del mundo es lo mismo que no tener nada, pues el error existe en todo y siempre nos engañan.
Mis jeans y mi chaqueta no se pueden cambiar por un edificio de cinco pisos ni por un puesto en las oficinas del Gobierno.
Prefiero andar derrotado por los alrededores de talleres de mecánica y cobertizos de carros.
Allí todos tratan de poner en sus vidas las mejores cosas que pueden, y así recogen una flor, una novia y un espejo.
Este esfuerzo colectivo me enternece y de pronto, sin darme cuenta, le sonrío a la gente como un perro.
Una mañana andaba un hombre desnudo por las calles de la ciudad.
La policía lo metió a la cárcel pocas horas después, como a todo hombre que intenta ser feliz.
Porque todo lo que no está dentro de la Ley está fuera de ella.
Y dentro de la Ley no puede haber un hombre desnudo porque la Ley es hecha por los representantes de los propietarios de las fábricas de tejidos.
Como tampoco puede haber un hombre con hambre, porque el hambre del pobre es resbalosa.
A la puerta de un pequeño restaurante donde entré un día se paró un hombre hirsuto que después de mirar se fue diciendo:
–"¿Conque comiendo, eh? ¡Me alegro, me alegro!"
Y su risa cayó sobre la sopa como una araña negra.

El fabricante de rosquillas puede al menos comérselas, pero el que sólo sabe hacer poemas, ¿qué comerá?
Si una pregunta no tiene respuesta lo mejor es cambiar de pregunta y de problema.
Para eso hay petulantes que nos dicen:
–“¡Dedícate a la estética!”.
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EL DESEO

Hoy tengo deseo de encontrarte en la calle,
y que nos sentemos en un café a hablar largamente de las cosas pequeñas de la vida,
a recordar de cuando tú fuiste soldado,
o de cuando yo era joven y salíamos a recorrer juntos
la ciudad, y en las afueras, sobre la yerba, nos echábamos
a mirar cómo el atardecer nos iba rodeando.
Entonces escuchábamos nuestra sangre cautelosamente y nos estábamos callados.
Luego emprendíamos el regreso y tú te despedías siempre en la misma esquina
hasta el día siguiente,
con esa despreocupación que uno quisiera tener toda la vida,
pero que sólo se da en la juventud,
cuando se duerme tranquilo en cualquier parte sin un pan entre el bolsillo,
y se tienen creencias y confianzas
así en el mundo como en uno mismo.
Y quiero además aún hablarte,
pues tú tienes dieciocho años y podríamos divertirnos esta noche con cerveza y música,
y después yo seguir viviendo como si nada...
o asistir a la oficina y trabajar diez o doce horas,
mientras la Muerte me espera en el guardarropa para ponerme mi abrigo negro
a la salida,
yo buscando la puerta de emergencia,
la escalera de incendios que conduce al infierno,
todas las salidas custodiadas por desconocidos.
Pero hoy no podré encontrarte porque tú vives en otra ciudad.
Mientras la tarde transcurre
evocaré el muro en cuyo saliente nos sentábamos
a decir las últimas palabras cada noche,
o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir comprendí que te amaba,
y en fin, tantas otras cosas que suceden...
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EL HOMBRE BIEN EDUCADO

Si tú estás en mi casa, no puedo yo decirte nada que te hiera, ni en lo más leve, porque estás en mi casa.
Si yo estoy en tu casa, no podré decirte nada que te hiera, así sea levemente, porque estoy acogido en tu casa y sería casi un delito de mi parte.
Si estamos en el templo, no podré decirte nada que te hiera levemente, porque estamos en el templo y el respeto a los dioses es también respeto al mundo.
Si nos entretenemos en el juego, mientras estemos jugando no podré decirte nada que te hiera, porque las leyes del juego obligan a los jugadores por igual.
Si estamos en la calle, ah, de ningún modo podría yo ofenderte en la calle, en el mismo momento en que debo ofrecerte mi saludo como demostración de contento por haberte encontrado en la dichosa casualidad de la calle, en esta hermosa ciudad toda llena de árboles, de pájaros y de caprichosas fuentes.
Si te encuentro en una fiesta a la cual hemos sido invitados con fineza, ¿cómo podría yo ofenderte en el obsequio del salón, quebrantando la consideración debida a los anfitriones y el honor de la casa ajena?
Si por acaso nos encontramos en un viaje, tampoco podría yo ofenderte de ningún modo bajo el acatamiento y la atención del viaje, en presencia de la naturaleza admirablemente florecida, y los tranquilos ganados que nos miran apreciativamente desde el campo.
Tal parece que el mundo se ha vuelto estrecho, que no hay lugar para volver a ser nosotros mismos, como hemos sido siempre.
¡Y tantas ganas que tenía yo de ponerte de presente unas cuantas cosas!
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EL MAESTRO DE LOCURA

Y, hay que estar loco. Si no se está loco no se es nadie.
“Desde el momento en que uno deja de estar loco se vuelve tonto”, escribió Marcel Proust.
Pero, si se ha sabido enloquecer, se puede ser un gran poeta, o un artista.
Y, ser poeta es más que ser artista.
Ah, es necesario estar loco de verdad, no apenas medioloco,
Sino loco totalmente, así como uno al que le dicen: “¡Adiós, Napoleón!”.
Y él ni contesta, porque ya sabía que también era Napoleón. Y que, con sólo quererlo, podría asimismo adoptar cualquier otro ser, pero es bonito para el loco que crean que él es Napoleón.
¡Ah, Napoleón! ¡Napoleón sí que estaba loco!
Él solo enloqueció a medio mundo, porque, como se sabe, la locura es contagiosa.

En Barranquilla hay un joven que está loco, encadenado en un sótano, a nadie puede ver. Sólo recibe a un amigo. Con él se muestra cariñoso, le lame las manos.
Porque la locura se da por falta de amor, la locura es falta de amor.
Y, el amor domestica, amansa, sujeta.
Poeta doméstico sería como una especie de pato lírico.
La libertad de ser uno mismo se ha refugiado en los manicomios.
Y el amor es para las damas, caballeros.
Hay otros que se adueñan de la Tierra. Dejadlos. La Tierra les pesará.
Todos sus “bienes”, y con ellos las gentes acumuladas a su alrededor, les pesarán sobre los hombros,
Y fortalecerán sus hombros para un peso cada vez mayor,
Ellos, los lúcidos, dejadlos. Alguien tiene que cargar con Esto.
Al sol y al aire de los vientos el poeta ve pasar el mundo.
–Es el mundo que pasa. Que pase. Hagámonos a un lado para que pase. ¡Adiós, mundo!
“Es mejor que nos tomen por locos y no por santos”, decía San Francisco a sus compañeros. El que se proponía establecer “una nueva locura” sobre la Tierra,
San Francisco de Asís, maestro de locura. Dijo también: “La locura es la sal que impide que se pudra la sensatez”.
Aloysius Bertrand, a quien me complace citar, en “Gaspar de la Noche”:
“El loco propone al sabio cuestiones que éste no puede resolver”.
No son los sabios, sino los locos, los que le han dado el bote a este mundo.
Los sabios, tan cautelosos, conocen los peligros, pero el loco se arriesga.
El que lanzó la bomba, el que pisó la luna, no aspiraron al título de sabios, sino al de locos.
No sólo escribo desnudo, sino que tengo plumas en la cabeza, y cuido mis flechas, y estoy orgullosísimo de ello.
Flechas para cazar y pescar. Si me atacáis con la Bomba, me defiendo con mis flechas.
Vuestro Dios, si realmente es un dios y no un fantoche confeccionado por vosotros mismos, os dirá si es justo lo que hacéis.
No puedo sino atenerme a esa sentencia. Y éstas son mis flechas.
Con unos pocos hombres y unos pocos caballos, Francisco Pizarro conquistó el Perú.
Los nuevos invasores, con tácticas muy elaboradas y con mejores armas, ya nos están mirando.
¡Preparemos nuestra locura!
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LA CASA DE BOB

A San Bernardo del Viento fuimos a buscar la casa de Bob,
Es decir, donde él había nacido con sus padres,
Encontrando el mundo completamente hecho y perfeccionado,
Por lo cual se suponía que no le tocaría trabajar.
Tanta alharaca que las generaciones anteriores hicieron con el cuento de que estaban dándole los últimos toques a este mundo para nosotros,
Y venir a ver que ahora nos salen con que lo tenemos que volver a hacer todo de nuevo.
Era una casa construida con maderas olorosas y hojas de palma,
En un terreno junto al río, en medio de los árboles y los pájaros,
Algo así como una casa en los lindes del paraíso.
Desde mucho antes de llegar ya se escuchaban los pájaros, toda la mañana estuvimos oyéndolos, millares de pájaros,
Y los árboles se extendían por la llanura,
Extensos arrozales, ganados de muy largas, elegantes orejas,
Y el horizonte marino que nunca se sabe si está cerca o lejos.
En Lorica, en las escaleras de piedra y cemento del muelle, sobre el río Sinú,
Nos detuvimos como en un pasaje bíblico
Para tomar una embarcación hasta San Bernardo del Viento,
En medio de bandadas de garzas, bandadas de loros chillones, y el batelero era un muchacho, descendiente de las Mil y una Noches,
Un joven moreno, de larguísimo cuello, alta cabeza de ojos almendrados, negrísimos, con viveza de lagartija,
Y un turbante rojo encima de su antigua sonrisa de vendedor de perlas.
–"¡El Viento!, ¡El Viento!", se oye gritar en Lorica; hay pocos pasajeros para "El Viento", la carretera es un remolino de polvo,
Y en "El Viento" la estatua danzante de San Bernardo levanta el pie, el viento le levanta la sotana blanca.
–"¡El Viento! ¡El Viento!"
En San Bernardo del Viento las casas bajo las palmeras, las redes de pescar tendidas al sol.
Por esta calle se va –se iba– a la casa de Bob.
A la mañana llegaron tres hombres; habían venido de muy lejos, en una canoa,
Y traían con ellos esquejes del árbol del pan.
Los sagrados esquejes fueron admirados por los ancianos y los niños, puestos en agua y plantados al atardecer en los huertos, con tanta unción como si hubiesen sembrado el propio pan eucarístico.
Después de la ceremonia de siembra del árbol del pan
Entramos a una casa para recabar agua fresca de la tinaja, un mosquitero para dormir, un latiguillo de palma para espantar los mosquitos.
En el cine, un patio al aire libre, se apiñaba la grita de los chicos del pueblo
Y en la plaza, a la luz de los mechones de petróleo, se jugaba al dominó, se tomaban refrescos, se escuchaba la música que salía de un parlante llamado “El Bacano”.
Un niño se me acercó: –Tío, ¿me trajo usted una moneda?
En la casa un huésped: un joven pescador que había venido por mar, siete días remando en una canoa,
Para matricularse en el colegio y aprender una letras.
En el sopor de la tarde luchaba desesperadamente con la aritmética, sudaba mares. Me miró casi asfixiado.
Sin duda prefería sus redes y sus pescados que el propio mar multiplica.
Cuando amanece, algunas mujeres sobre pollinos blancos se dirigen al caserío de la playa.
En el camino encontrarán parejas de jóvenes estudiantes, vestidos de blanco, que van al colegio,
Las muchachas llevan la sombrilla para su compañero,
Él lleva los libros de ambos,
Y más adelante una escuela rural donde juegan los niños.
Las señoras que gobiernan los pollinos no están de acuerdo con que los niños gasten su tiempo en jugar, los regañan al paso.
Van chupando limones para la sed.
–“Comadre, venir a la escuela a jugar, ¡qué dice, comadre!”
Donde estaba el río hay ahora unos pantanos con pinceladas de anchas hojas,
Y todo el suelo cubierto por la cascarilla del arroz que los molinos desechan.
–¿Y es ésta la calle por donde se va –se iba– a la casa de Bob?
Hace algún tiempo los vecinos se quejaron al gobierno central porque temían que el río “se iba a llevar el pueblo”.
Vinieron los ingenieros, hicieron sus cálculos, desviaron el río,
¡Y ahora los vecinos se quejan, porque sin río y sin mar!
La casa de Bob, sin el río, perdió su razón de ser, quedó como extraviada en el monte, la abandonaron, empezaron a caerse las paredes, hasta que desapareció y ahora
Tratamos de adivinar si fue en este lugar o en aquél donde la casa se levantaba.
Si encuentras un árbol de naranjas o uno de limón,
Ese será sin duda el patio y podría describirte todo el resto.

Diseminada por el pueblo está la casa de Bob:
En las mujeres de los pollinos,
En los chicos del cine,
En los mechones de petróleo,
En la arena de las calles,
En los altos cocoteros,
En el viejo pescador que fuma su tabaco mientras construye una red nueva,
Está la casa de Bob.
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EL CANTO DE CAÍN

A través de la ventana escucho un canto profundo y desgarrador: seguramente mi hermano Caín está cerca.
Yo quisiera cantar como él, pero el extraño Señor del Paraíso sólo puso oraciones en mi lengua,
y el humo de los sacrificios de Abel el escogido sube derecho al cielo,
aunque la ofrenda sea de cabritos muertos por la luna o de frutos mordidos por la nieve.
Mi hermano Caín me escribió una carta en donde habla de la dulce lengua de la serpiente en el fondo de su garganta,
pero el guardián de las llaves de la escalera secreta permanece a discreción día y noche junto a la reja,
y estoy rodeado de querubines y serpientes.
Mi hermano Caín, perfumado con humo de locomotora, me llama a través de la noche,
mientras al fondo del paraíso se alza una gran luna roja y peluda.
El día del fin del mundo yo quiero resucitar en bicicleta, con mis jeans y mi chaqueta de asaltos.
Desenrollaré mi navaja automática para ocultar mi timidez, y con mi actitud característica me le pondré de pechos a la tarde.
Y si no pasa nada me asaltaré yo mismo en cualquier calle, pues no puedo vivir de otra manera.
Después me echaré como una gran oreja debajo del cielo estrellado para oír blasfemar a Dios.
Y esperaré que al amanecer una gota de rocío venga a hacerme el amor.
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YAIRO CONTRA MI INGLE

Mi cuchillo debajo de mi vestido, su vaina contra mi ingle.
Las flores de tu jardín temblaban en sus tallos.
Miré tus ojos junto a la reja. Dijiste: –"Me vas a matar".
Te precipitas sobre el timbre.
Se enciende la luz detrás de los cristales.
Te escondes en tu alcoba.
Mi cuchillo piensa: El amor y la muerte duermen juntos a los quince años.
Tu sangre corriendo por mis manos entre el pulgar y el índice.
Resurges mágicamente cuando el relámpago acuchilla el firmamento.
Hoy eres un presidiario, pero yo compuse un libro de amor en honor a tu adolescencia.
"El libro de Yairo" fue quemado y el humo subió derecho al Cielo,
pues era el sacrificio del puro Abel a su perverso dios.
En las noches de invierno te veo correr por la hierba húmeda, descalzo.
Hace diez años yo era un charco de amor en el invierno.
Tú chapoteando en las charcas en octubre.
Muchachos desnudos jugaban pelota en el campo de hierba mojada.
Tú preferías correr y mirar por los corredores.
¡Ay mi cuchillo!

El poeta dice:
Si de un amor queda un poema está muy bien:
eso indica que nos conmovió;
pero si no queda nada tanto mejor:
eso indica que no nos dejamos conmover.
Ay, pero él es tan sólo un poeta; no un amante.
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EL REY DARÍO

Darío era pequeño,
con un gran billete de cien en el bolsillo,
y poseía algunos de los más bellos potros brillantes de la ciudad,
sobre los que se sentía tan grande como su billete de cien.
Darío poseía un anillo, reloj y cadena de oro
(la cadena brillando sobre su pecho),
pero Darío no ofendía a sus amigos, simplemente se mostraba entre ellos,
todo constelado y adorable con su pequeña estatura,
como una estatuilla modelada y adornada por la perfección del arte antiguo,
con sus quince años bien formados y su agilidad propia y natural.

Yo en mi retiro de las montañas, cuando me alejaba del Liceo,
me pasaba todo el invierno recordándolo entre sus ademanes de oro,
como un icono en su santuario,
rodeado de todos sus compañeros que lo amaban,
y entre quienes él repartía sus sonrisas como monedas.

Después transcurrió un lustro durante el cual no lo volví a ver más,
pero en mi memoria seguía conservando sus quince años
y sus pantalones ajustados cuando me daba la mano para despedirnos,
su mano de corazón bajo los ceibos y los almendros del parque.
Mas luego lo volví a ver,
perdida la infantil vanidad,
haciendo su carrera de hombre,
elemental como un potro desbocado.

Poco después, en un camino,
una alambrada de cuchillos detuvo su carrera
por una mujer.
El pavor del puñal entrando veloz en su pecho como el rayo de Jehová en el becerro de oro
que había profanado la virginidad de una hija de Israel.

Amigos:
La noche y yo medimos nuestras varas de espanto.
Dios es una estridente carcajada seguida de un profundo silencio.
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AVISO A LOS MORIBUNDOS

A vosotros, los que en este momento estáis agonizando en todo el mundo:
os aviso que mañana no habrá desayuno para vosotros;
vuestra taza permanecerá quieta en el aparador como un gato sin amo,
mirando la eternidad con su ojo esmaltado.
Vengo de parte de la Muerte para avisaros que vayáis preparando vuestras ocultas descomposiciones:
todos vuestros problemas van a ser resueltos dentro de poco,
y ya, ciertamente, no tendréis nada de qué quejaros, ¡Oh príncipes deteriorados y próximos al polvo!
Vuestros vecinos ya no os molestarán más con sus visitas inoportunas,
pues ahora los visitantes vais a ser vosotros, ¡y de qué reino misterioso y lento!
Ya no os acosarán más vuestras deudas ni os trasnocharán vuestras dudas e incertidumbres,
pues ahora sí que vais a dormir, ¡y de qué modo!
Ahora vuestros amigos ya no podrán perjudicaros más, ¡Oh afortunados a quienes el conocimiento deshereda!
Ni habrá nadie que os pueda imponer una disciplina que os hacía rabiar, ¡Oh disciplinados y pacíficos habitantes de vuestro agujero!
Por todo esto vengo a avisaros que se abrirá una nueva época para vosotros
en el subterráneo corazón del mundo, adonde seréis llevados solemnemente
para escuchar las palpitaciones de la materia.
A vuestro alrededor veo a muchos que os quieren ayudar a bien morir,
y que nunca, sin embargo, os quisieron ayudar a bien vivir.
Pero vosotros ya no estáis para hacer caso de nadie,
porque os encontráis sumergidos en vosotros mismos como nunca antes lo estuvierais,
pues al fin os ha sido dado reposar en vosotros,
en vuestra más recóndita intimidad, adonde nadie puede entrar a perturbaros.
Vuestro suceso, no por sabido es menos inesperado,
y para algunos de vosotros demasiado cruel, como no lo merecíais,
mas nadie os dará consolación y disculpas.
De ahora en adelante vosotros mismos tendréis que hacer vuestro lecho,
quedaréis definitivamente solos y ya no tendréis ayuda, para bien o para mal.
Os ha llegado vuestro turno, ¡Oh maravillosos ofendidos en la quietud de vuestra aristocrática fealdad!
Tanto que os reísteis en este mundo, mas ahora sí que vais a poder reír a todo lo largo de vuestra boca,
¡Oh prestos a soltar la carcajada final, la que nunca se borra!
Yo os aviso que no tendréis que pagar más tributo, y que desde este momento quedáis exentos de todas vuestras obligaciones.
¡Oh próximos libertos, cómo vais a holgar ahora sin medida y sin freno!
Ahora vais a entregaros a la desenfrenada locura de vuestro esparcimiento,
no, ciertamente, como os revolcabais en el revuelto lecho de vuestros amantes,
sino que ahora seréis vosotros mismos vuestro más tierno amante,
sin hastío ni remordimiento.
Apurad vuestro último trago de agua y despedíos de vuestros parientes, porque vais a celebrar el secreto concilio
en donde seréis elegidos para presidir vuestra propia desintegración y vuestra ruina definitiva.
Ahora sí que os podréis jactar de no ser como los demás, pues seréis únicos en vuestra inflada podredumbre.
¡Ahora sí que podréis hacer alarde de vuestra presencia!
Yo os aviso
que mañana estrenaréis vestido y casa, y tendréis otros compañeros más sinceros y laboriosos,
que trabajarán acuciosamente día y noche para limpiar vuestros huesos.
Oh vosotros que aspiráis a otra vida porque no os amañasteis en ésta:
yo os aviso que vuestra resurrección va a estar un poco difícil,
porque vuestros herederos os enterarán tan hondo,
que no alcanzaréis a salir a tiempo para el Juicio Final.

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