Yo leo a los maestros

domingo, 25 de julio de 2010

HÉCTOR ROJAS HERAZO (1921-2002) Colombia

EL AMIGO

De pronto me miró,
solitario el que más como ninguno.
Me miró con sus ojos y sus huesos
y sus desnudos pies entre zapatos.
No pude resistirlo (el hombre no soporta
lo que mira hasta el fondo).
A espaldas de él estaba el paraíso
con todos sus demonios y pucheros
y papá Dios haciendo sus globitos.
Y de este lado estaba la consola,
los muebles, los testigos de la sala.
Y el amigo sentado en su silleta.
Mirándome, sentado, respirando.
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VERANO

Me iré de mañana
y buscaré un color lila sobre el campo
y me detendré bajo un árbol grande
a contarme,
hasta lograr sumas musicales,
los diez dedos de mi mano.
Y miraré las hormigas royendo un zapato
mientras los saltamontes
fabrican, élitro por élitro,
el zumbido del día.
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LÍMITE Y RESPLANDOR

Algo me fue negado desde mi comienzo,
desde mi profundo conocimiento.
Y he velado dulcemente
sobre las espadas que segaron mi luz.
Con nocturno rostro me he alzado
a batallar en el esplendor de mis dormidas normas,
con el pavor de mi júbilo primero
y en otra sombra abatida he pronunciado mi nombre,
mi tremendo, mi orgánico nombre,
mi nombre de filo y de simiente
bajo el sueño de un ángel.
Mis apetitos totales he derramado
como un tributo de reconocimiento,
mi olfato y mi tacto como duros presentes.
Mis olvidados sacrificios he reunido,
mis anteriores fuerzas,
mi casto furor,
mi más antiguo y añorado fuego.
Y he aquí que todas mis potencias
no logran arribar al límite de lo perdido.
En otra edad dichosa
mi palabra fue herida de terrestre amargura.
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EL DESEO

El deseo es vegetal
pide caminos
aire
quiere temblar en fruto
suspenderse
pide un cuerpo abonable
pide un labio
pide comer y ser comido
quiere entrabarse y gemir
con ramas duras.
Gime por ser
quiere temblar
sentirse
palparse desde dentro
saberse entre las cosas respirando.
Quiere el viento y el ala
quiere el día
quiere el follaje de su fuerza obscura
brillando entre la luz hoja por hoja.
Es vegetal por eso:
por su destino de tiniebla y cielo
porque rompe y emerge
porque sube
porque la muerte sufre con su anhelo.
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EL SALMO DE LA DERROTA

I
Cuando en el día--hojas, aire, sonido, movimiento--
algo crispa su belfo ceniciento.
Cuando en el saludo, en el regocijo de una simple llamada,
el perfume de un remoto suplicio,
algo modelado por una ambigua terquedad,
se refleja en el dibujo de nuestro labio
comunicándonos una piedad desconocida.
Cuando hemos acabado de herir
y empezamos a herir
y aspiramos--tal vez intactos--a
seguir hincando nuestro filo
en la epidermis de nuestra antigua dicha
obscurecida por el temblor de la batalla.
Cuando el sudor nos embellece con sus finas medallas.
Cuando la faena es menor que la sed
y el hambre apenas otra lanza con que llegamos al instinto.
Cuando la ciudad se repliega y deduce
y cada lámpara es un clamor meditado en secreto.
Cuando el amor —¿hablamos del amor con tan ligero
[albedrío?—
es tacto, nombre de varón y mujer,
espesa almíbar
donde sumerge un viscoso animal sus narices de oro.
Entonces, oh, sí, entonces,
hemos borrado el diezmo y la primicia
como la letra y el número demasiado fácil
o como el ataúd no acabado de cancelar
impidiéndonos un cómodo reposo más allá del alguacil y el
[sacerdote
y la mujer que nos llamaba perro
mientras suplicábamos por un poco de gomina
para sosegar el martirio de nuestras guedejas de diez y
[siete años.

II
Tal vez, tal vez, decimos,
algo de todo esto pudo haber sido la justificación.
Pero nosotros respondemos por el engaño.
Nuestra inocencia es asunto demasiado caro.
Pagamos con un poco de estupor
el corcel, la primavera, el mediodía,
nuestra firma en un documento público.
Oh, Dios mío, Dios mío, te suplicamos,
como el trazo de un barrio donde tenemos el lecho y el pan
buscamos tu dirección entre las hojas.
¿Pero qué, el rictus de tu pupila es suficiente?
¿Puedes, acaso, cubrir esta lujosa desdicha,
este abandono suculento,
esta nevada obscuridad,
con el pendón de tus despojos?
¿Basta que nos habite tu ausencia para que hayamos
[rebasado el lindero?
Hijo, hijo, me ha dicho tantas veces el retórico
la faena está a punto de cuajar,
tu desfallecimiento tiene algo de arribo.
(Pero siento que mi llegada ha roto el equilibrio,
que mi ojo es mucho más hambriento que mis vísceras,
que un ascua, para la cual no hay agua,
me devora la frente).
El mundo es una camisa demasiado grande.
Demasiado de todo esto
de verdura, de soledad, de arena, de ángel.
Caemos, sí, caemos,
hacia adentro caemos.
Sin caridad hacia nosotros contribuimos a la destrucción.
Con alegría nos destruimos.
Mirad, entonces, la derrota de nuestros elementos:
nuestra sal derramada en la yerba,
nuestro apetito en el rocío,
nuestro plumaje, aquello que aletea en nuestra sangre,
sin vuelo ya, sin hombre, diluido entre las piedras.
Lo sabemos —he aquí, ¡por fin!, nuestra victoria
[rencorosa—
es hondo y lo sabemos:
con cal y mugre y lágrima y suspiro
no podremos nunca construir el cielo.
Nos evaporamos
y el cielo se evapora con nosotros.
¿Pero, saciarás acaso nuestro furor
con el mendrugo de tu dulzura?
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ESPINA PARA CLAVAR EN TUS SIENES

Y me voy a morir - tú bien
lo sabes -
a morirme de barro bien usado,
a morirme de risa repentina,
de risa de estar vivo como un hombre.
¿Para qué me trajeron cabestreado
por rosas y rosales y escaleras?
¿Para qué me pusieron estos ojos
y estas manos sin aire
y estas venas?
¿Para qué me pusieron tanta lumbre,
tanto donde escoger y tanto frío?
Me dan risa este día y esta hora
y esta rosa en su tiesto y este muro
que me grita su yedra y su volumen.
Me da risa la tierra y mis dos piernas,
las ganas de morirme en que me pudro.
El aire que respiro me da pena.
Pena de coliflor, risa de nada.
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EL EXTRAÑO

Un día vendrán
todos aquellos que me amaron
para decir:
no nos reconocemos en tus gestos.

Otros vendrán cantando
a decir con dulzura:
sólo el tiempo ha podido
doblar su cabellera.

Pero vendrá el hermano
con un ángel y un niño:
mirarán simplemente mis ojos
y arderán en silencio.
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CRIATURA Y ESTRELLA

¿Quién era entonces,
quién era ese transeúnte desconocido
que preguntaba por mis venas
en los espejos de las farmacias
y en las portezuelas de los automóviles?
¿Y aquel que una tarde rotularon en la caldera
de un anfiteatro?
Yo solamente fui la marca de un vestido
y una corbata con unas manos suplicantes.
Y el niño que cumplió su cita
en una calle abandonada
para fecundar a una ramera.
Pero ahora, he aquí que he recuperado
el libre ejercicio de mi odio y mi risa
y camino -justo y total- con el fardo
de mi gozosa podredumbre.
Ahora puedo arrancar un cartel
y lamer con delicia sus bordes despedazados.
O ponerme a llorar a gritos en una esquina
por la muerte de un insecto.
O mirar furiosamente a los transeúntes
para entregar al primero un sobre lacrado
donde he depositado mi falsa, mi anterior alegría.
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SENTENCIA

La baba te dará su miel oscura.
EL carbón tiznará tus hombros claros.
El agua amasara tu sacrificio
sin apagar tu sed ni aplacar tu amargura.

Tendrás humores pues tendrás un cuerpo.
Pisarás firmemente con tu efímero polvo.
Negarás tantas veces que serás afirmado
de lo mismo que niegas y lo mismo que huyes.

Nadie dirá: "lo he visto, lo he tocado en su centro".
Vivirás prisionero de tu ser escondido.
Dudarás de ti mismo, sufrirás de tus ojos,
cantarás sin que nadie te mitigue la frente.

No alzarás la mirada ni pedirás sosiego.
Ni paz a tus pulmones ni reposo a tu sangre.
No dirás: "he vivido, dadme un poco de olvido"
porque la luz está sellada con tu nombre.

Arderás, lucharás, comerás de tus codos.
El luto ceñirá tu esplendor ceniciento.
Tu eternidad y espacio te colman y saludad:
Expiarás para siempre el haberte encendido.
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RECADO PARA UN TRANSEÚNTE

Antes de mirar por el ojo de una cerradura
o de aspirar el olor a hombre escondido
que tiene el aire en un patio abandonado.
Antes de redondear una uña con tus dientes
o de degustar el sabroso sabor gástrico
que tienen tus encías a la madrugada.
Antes de mirar el sol devorando
la testa de un convaleciente.
Antes de todo esto,
ordena bien un grupo de minutos amargos
que subsistan más allá de tu vientre.
Entonces podrás sorprender un brazo
al saludar a nadie desde el más claro sitio de una casa.
O encontrar a una mujer en una ciudad populosa y desconocida
guiándote, únicamente, por el olor de sus gestos
y la energía de sus pezones.
Después hablaremos.
Algún día hablaremos de todo esto en una isla olvidada
donde los cocoteros tienen un timbre musical y doloroso
como el de una anciana que acaba de dar un paso en falso
y escupe sus miembros sobre raíces polvorientas.
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