Yo leo a los maestros

jueves, 9 de abril de 2009

RABINDRANATH TAGORE (1861 - 1941) India

CUANDO NUESTROS OJOS SE ENCONTRARON A TRAVÉS DEL SETO...

Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto,
pensé que iba a decirle alguna cosa; pero ella se fue.
Y la palabra que yo tenía que decirle se mece día y noche,
como una barca, sobre la ola de cada hora.
Parece que navega en las nubes de otoño, en un ansia sin fin;
que florece en flores de anochecer,
y busca en la puesta del sol su momento perdido.
Chispeaba la palabra, como las luciérnagas, por mi corazón,
buscando su sentido en el crepúsculo de la desesperanza;
la palabra que yo tenía que decirle.
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JUGUETES

¡Qué feliz eres, niño, sentado en el polvo,
divirtiéndote toda la mañana con una ramita rota!
Sonrío al verte jugar con este trocito de madera.
Estoy ocupado haciendo cuentas,
y me paso horas y horas sumando cifras.
Tal vez me miras con el rabillo del ojo y piensas:
«¡Qué necesidad perder la tarde con un juego como ese!»

Niño, los bastones y las tortas de barro
ya no me divierten; he olvidado tu arte.
Persigo entretenimientos costosos
y amontono oro y plata.
Tú juegas con el corazón alegre con todo cuanto encuentras.
Yo dedico mis fuerzas y mi tiempo
a la conquista de cosas que nunca podré obtener.
En mi frágil esquife pretendo cruzar el mar de la ambición,
y llego a olvidar que también mi trabajo es sólo un juego.
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SI ACASO PIENSAS EN MÍ

Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso
suelta sus sombras por el río, arrastrando, lento, su luz vaga hacia el ocaso;
cuando lo que queda del día es ya demasiado poco para trabajar o jugar.
Te sentarás sola en el balcón que da al Sur, y yo me pondré a cantarte
en el cuarto oscuro. El olor de las hojas mojadas entrará por la ventana,
en el crepúsculo creciente, y los vientos tormentosos
clamorearán en los cocoteros.
Traerán la lámpara encendida al cuarto, y entonces me iré yo.
Y tú, quizá, entonces, escucharás la noche,
y oirás mi canción cuando esté yo callado.
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PÁJAROS PERDIDOS
1
Pájaros perdidos de verano vienen a mi ventana, cantan,
y se van volando.
Y hojas amarillas de otoño, que no saben cantar,
aletean y caen en ella, en un suspiro.

2
Vagabundillos del universo, tropel de seres pequeñitos,
¡dejad la huella de vuestros pies en mis palabras!

3
Para quien lo sabe amar, el mundo se quita su careta de
infinito. Se hace tan pequeño como una canción, como un
beso de lo eterno.

4
Las lágrimas de la tierra le tienen siempre en flor
su sonrisa.

5
El desierto terrible arde todo por el amor de una yerbecita;
y ella le dice que no con la cabeza, y se ríe, y se va
volando...

6
Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán
ver las estrellas.

7
En tu camino, agua bailarina, la arena te pordiosea
tu canción y tu fuga.
¿No quieres tú cargarte con la coja?

8
Tu cara anhelante persigue mis sueños como la lluvia por
la noche.

9
Una vez, soñamos los dos que no nos conocíamos. Y nos
conocíamos. Y nos despertamos a ver si era verdad que nos
amábamos.

10
Como el anochecer entre los árboles silenciosos, mi pena,
callándose, callándose, se va haciendo paz en mi corazón.
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El tiempo es infinito en Tus manos...

El tiempo es infinito en Tus manos, Dios mío.
¿Quién podrá contar tus minutos?
Pasan días y noches, se abren los años
y luego se mustian, como flores.
Tú sabes esperar.
Tus siglos vienen, uno tras otro,
perfeccionando la florecilla del campo.
Pero nosotros no podemos perder nuestro tiempo,
y tenemos que echarnos de cabeza a nuestras ocupaciones.
¡Somos demasiado pobres para llegar tarde!
Y así, el tiempo se va mientras yo se lo estoy dando a los otros que,
irritados, lo reclaman. Y así tu altar está sin una sola ofrenda.
Por la tarde, me apresuro temeroso, no vaya a estar cerrado tu portal.
Pero siempre llego a tiempo.
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Deja ya esa salmodia...

Deja ya esa salmodia, ese canturreo, ese pasar y repasar rosarios.
¿A quién adoras, di, en ese oscuro rincón solitario del templo cerrado?
¡Abre tus ojos, y ve, tu Dios no está ante ti!
Dios está donde el labrador cava la tierra dura,
donde el picapedrero pica la piedra;
está con ellos, en el sol y en la lluvia,
lleno de polvo el vestido.
¡Quítate ese manto sagrado y baja con tu Dios
al terruño polvoriento!
¿Libertad? ¿Dónde quieres encontrar libertad?
¿No se ha atado Él Mismo, lleno de alegría a la creación?
¡Sí, Él está atado a nosotros todos para siempre!
¡Sal ya de tu éxtasis, déjate ya de flores y de incienso!
¿Qué importa que tus ropas se manchen o se andrajen?
¡Ve a su encuentro, ponte a su lado, y trabaja,
y que sude tu frente!
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EL HOGAR

No se ha puesto el sol todavía
y aún no ha empezado la feria
que han montado en la ribera.
Pensé que había perdido
todo mi tiempo y mis monedas;
pero no, hermano mío, algo me resta aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

He acabado mi negocio.
Están hechas las cuentas
y regreso a mi hogar.
¿Qué he de pagarte, guardián?
Tranquilízate, algo me resta aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Se ha detenido el viento
y las nubes oscuras y bajas del crepúsculo
no anuncian nada bueno.
El agua espera callada el vendaval.
Voy a pasar al otro lado del río
pues tengo miedo de que caiga la noche.
¿Me pides el dinero de¡ viaje, barquero?
Sí, hermano mío, algo me resta aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Un mendigo se ha sentado
a la vera del camino debajo de un árbol.
Me mira esperando con timidez.
Es muy posible que crea que llevo mucho dinero.
Sí, hermano mío, algo me resta aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Ya ha caído la noche
y se ha desvanecido el camino desierto.
Brillan las luciérnagas en medio de las frondas.
¿Quién me andará siguiendo en silencio,
ocultándose si me vuelvo a mirar?
¿Quieres robarme, verdad?
Pues no te marcharás con las manos vacías,
pues algo me resta aún.
La suerte no me lo ha quitado todo.

Luego, cuando a medianoche llego a mi casa
con la bolsa sin nada,
tú me estas aguardando a la puerta,
con un mirar ansioso,
insomne y silenciosa; y te echas en mi regazo
como un tímido pájaro, llena de amor.
Sí, sí, ¡Dios mío! ¡Cuánto me resta aún!
¡La suerte no me lo ha quitado todo!
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