Yo leo a los maestros

martes, 15 de marzo de 2022

Ernesto Cardenal (1925 - 2020) Nicaragua

 


Amanecer


Ya están cantando los gallos.

Ya ha cantado tu gallo comadre Natalia

ya ha cantado el tuyo compadre Justo.


Levántense de sus tapescos, de tus petates.

Me parece que oigo los congos despiertos en la otra costa.


Podemos ya soplar un tizón.

Botar la bacinilla.

Traigan un candil para vernos las caras.


Latió un perro en un rancho

y respondió el de otro rancho.

Será hora de encender el fogón comadre Juana.

La oscurana es más oscura pero porque viene el día.


Levántate Chico, levántate Pancho.

Hay un potro que montar,

hay que canaleatar un bote.


Los sueños nos tenían separados, en tijeras

tapescos y petates (cada uno en su sueño)

pero el despertar nos reúne.


La noche ya se aleja seguida de sus seguas y cadejos.

Vamos a ver el agua muy azul: ahorita no la vemos.

Y esta tierra con sus frutales, que tampoco vemos.


Levántate Pancho Nigaragua, cogé el machete

hay mucha yerba mala que cortar

cogé el machete y la guitarra.


Hubo una lechuza a medianoche y un tecolote a la una.


Luna no tuvo la noche ni lucero ninguno.

Bramaban tigres en esta isla y contestaban los de la costa.


Ya se ha ido el pocoyo que dice: Jodido, Jodido.

Después el zanate clarinero cantará en la palmera,

cantará: Compañero, Compañera.


Delante de la luz va la sombra volando como un vampiro.


Levántate vos, y vos, y vos.

(Ya están cantando los gallos.)


¡Buenos días les dé Dios!

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Ha venido la primavera con su olor a Nicaragua


Ha venido la primavera con su olor a Nicaragua:

un olor a tierra recién llovida, y un olor a calor,

a flores, a raíces desenterradas, y las hojas mojadas

(y el oído el mugido de un ganado lejano…)

¿O es el olor del amor? Pero ese amor no es el tuyo.

Y amor a la patria fue el del dictador: el dictador

gordo, con su traje de sport y su sombrero tejano,

en el lujoso yate por los paisajes de tus sueños:

él fue el que amó la tierra y la robó y la poseyó.

Y en su tierra amada está ahora el dictador embalsamado

mientras que a ti el Amor te ha llevado al destierro.

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Epitafio para la tumba de Adolfo Báez Bone


Te mataron y no 

nos dijieron donde 

enterraron su cuerpo,


pero desde entonces 

todo el territorio 

es tu sepulcro


o más bien; 

en cada palmo 

de territorio nacional 

en que 


no está tu cuerpo, 

tú resucitaste.


Creyeron que te 

mataban con una orden 

de ¡fuego!


Creyeron que te 

enterraban


y lo que hacían era 

enterrar una semilla.

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Sobre el mojado camino


Sobre el mojado camino en el que las muchachas con sus cántaros

van y vienen,

cortado en gradas en la roca,

colgaban como cabelleras o como culebras

las lianas de los arboles.

Y una especie de superstición flotaba en todas partes.

Y abajo:

la laguna de color de limón,

pulida como jade.

Subían los gritos del agua

y el ruido de los cuerpos de color de barro contra el agua.

Una especie de superstición…

Las muchachas iban y venían con sus cántaros

cantando un antiguo canto de amor.

Las que subían iban rectas como estatuas,

bajo sus frescas áncoras rojas con dibujos

los cuerpos frescos de figura de ánfora.

Y las que bajaban

iban saltando y corriendo como ciervas

y en el viento se abrían sus faldas como flores

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 Epigrama


Al perderte yo a ti,

tú y yo hemos perdido:


yo, porque tú eras

lo que yo más amaba,


y tú, porque yo era

el que te amaba más.


Pero de nosotros dos,

tú pierdes más que yo:


porque yo podré

amar a otras

como te amaba a ti,


pero a ti nadie te amará

como te amaba yo.


Muchachas que algún día

leáis emocionadas estos versos


Y soñéis con un poeta


Sabed que yo los hice

para una como vosotras


y que fue en vano.

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Salmo 21


Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?

Soy una caricatura de hombre

el desprecio del pueblo

Se burlan de mí en todos los periódicos


Me rodean los tanques blindados

estoy apuntado por las ametralladoras

y cercado de alambradas

las alambradas electrizadas

Todo el día me pasan lista

Me tatuaron un número

Me han fotografiado entre las alambradas

y se pueden contar como en una radiografía todos mis huesos

Me han quitado toda identificación

Me han llevado desnudo a la cámara de gas

y se repartieron mis ropas y mis zapatos

Grito pidiendo morfina y nadie me oye

grito con la camisa de fuerza

grito toda la noche en el asilo de enfermos mentales

en la sala de enfermos incurables

en el ala de enfermos contagiosos

en el asilo de ancianos

agonizo bañado de sudor en la clínica del psiquiatra

me ahogo en la cámara de oxígeno

lloro en la estación de policía

en el patio del presidio

en la cámara de torturas

en el orfanato

estoy contaminado de radioactividad

y nadie se me acerca para no contagiarse


Pero yo podré hablar de ti a mis hermanos

Te ensalzaré en la reunión de nuestro pueblo

Resonarán mis himnos en medio de un gran pueblo

Los pobres tendrán un banquete

Nuestro pueblo celebrará una gran fiesta

El pueblo nuevo que va a nacer

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Muchachos de La Prensa


Muchachos que salían a diario fotografiados en La Prensa acostados

con los ojos entrecerrados, los labios entreabiertos

como si se estuvieran riendo, como si estuvieran gozando.

Los de la horrenda lista.


O bien salían serios en sus fotitos de carnet, de pasaporte,

tal vez profundamente serios.

Muchachos que aumentaban a diario la lista del horror.


Uno fue a dar una vuelta por el barrio

y lo hallaron tirado en un predio montoso.

O salió para el trabajo, de su casa del barrio San Judas,

y no volvió más.

El que salió a comprar una Coca Cola a la esquina.

El que salió a ver a su novia y no volvió.

O sacado de su casa

y llevado en un jeep militar que se hundió en la noche.

Y después encontrado en la morgue,

o a un lado de la carretera en la Cuesta del Plomo,

o en un basurero.

Con los brazos quebrados,

los ojos sacados, la lengua cortada, los genitales arrancados.

O simplemente nunca aparecieron.

Los llevados por la patrulla del “Macho Negro” o de “Cara e’ León”

Los amontonados en la costa del lago detrás del Teatro Darío.


Lo único que quedó a las mamás de sus físicos,

la mirada brillantes, la sonrisa, planas, en un papel.

Cartulinas que las mamás mostraban como un tesoro en La Prensa.

(La imagen grabada en las entrañas: en esa cartulinita chiquita).

El del pelambre despeinado.

El de los ojos de venado asustado.

Este risueño, picaresco.

La muchacha de mirada melancólica.

Uno de perfil. O con la cabeza ladeada.

Pensativo uno. Otro con la camisa abierta.

Otro con bucles. O con el pelo en la cara. Con boina.

Otro borroso sonriendo debajo de sus bigotes.

Con la corbata de graduación.

La chavala sonriendo con el ceño fruncido.

La chavala en la foto que andaría su novio.

El muchacho en pose en la foto que le daría a su novia.


De veinte, de veintidós, dieciocho, de diecisiete, de quince años.

Los jóvenes matados por ser jóvenes. Porque

tener entre los quince y los veinticinco años en Nicaragua era ilegal.

Y pareció que Nicaragua iba a quedar sin jóvenes.

Y después del triunfo hasta me sorprendí a veces, de pronto,

ante un joven que en una concentración me saludaba

(yo preguntándole en mi interior: “¿Y vos cómo escapaste?”)

Se les temió por jóvenes.


Ustedes los agarrados por la guardia. Los “amados de los dioses”.

Los griegos dijeron que los amados de los dioses mueren jóvenes.


Será, pienso yo, porque los siempre quedaron jóvenes.

Los otros podrán envejecer mucho pero para ellos

aquellos estarán siempre jóvenes y frescos,

la frente tersa, el pelo negro.

La romana de pelo rubio que murió quedó siempre rubia en el recuerdo.


Pero ustedes, digo yo, no son los que no envejecieron

porque quedaron jóvenes (efímeramente) en el recuerdo

de los que también morirían.

Ustedes estarán jóvenes porque siempre habrá jóvenes en Nicaragua

y los jóvenes de Nicaragua serán ya todos revolucionarios, por

las muertes de ustedes que fueron tantos, los matados a diario.

Ellos serán ustedes otra vez, en vidas siempre renovadas,

nuevos, como nuevo es cada amanecer.

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Barricada


Fue una tarea de todos.

Los que se fueron sin besar a su mamá

para que nos supiera que se iban.

El que besó por última vez a su novia.

Y la que dejó los brazos de él para abrazar un Fal.

El que besó a la abuelita que hacía las veces de madre

y dijo que ya volvía, cogió la gorra, y no volvió.

Los que estuvieron años en la montaña. Años

en la clandestinidad, en las ciudades más peligrosas que la montaña.

Los que servían de correos en los senderos sombríos del norte,

o choferes en Managua, choferes de guerrilleros cada anochecer.

Los que compraban armas en el extranjero tratando con gánsters.

Los que montaban mítines en el extranjero con banderas y gritos

o pisaban la alfombra de la sala de audiencias de un presidente.

Los que asaltaban cuarteles al grito de Patria Libre o Morir.

El muchacho vigilante en la esquina de la calle liberada

con un pañuelo rojinegro en el rostro.

Los niños acarreando adoquines,

arrancando los adoquines de las calles

—que fueron un negocio de Somoza—

y acarreando adoquines y adoquines

para las barricadas del pueblo.

Las que llevaban café a los muchachos que estaban en las barricadas.

Los que hicieron las tareas importantes,

y los que hacían las menos importantes:

Esto fue una tarea de todos.

La verdad es que todos pusimos adoquines en la gran barricada.

Fue una tarea de todos. Fue el pueblo unido.

Y lo hicimos.

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El oficio nocturno


2 AM. Es la hora del Oficio Nocturno, y la iglesia

en penumbra parece que está llena de demonios.

Esta es la hora de las tinieblas y de las fiestas.

La hora de mis parrandas. Y regresa mi pasado.

‘Y mi pecado está siempre delante de mí’


Y mientras recitamos los salmos, mis recuerdos

interfieren el rezo como radios y como roconolas.

Vuelven viejas escenas de cine, pesadillas, horas

solas en hoteles, bailes, viajes, besos, bares.

Y surgen rostros olvidados. Cosas siniestras.

Somoza asesinado sale de su mausoleo. (Con

Sehón, rey de lo amorreos, y Org, rey de Basán).

Las luces del ‘Copacabana’ rielando en el agua negra

del malecón, que mana de las cloacas de Managua.

Conversaciones absurdas de noches de borrachera

que se repiten y se repiten como un disco rayado.

Y los gritos de las ruletas, y las roconolas.

‘Y mi pecado está siempre delante de mí’


Es la hora en que brillan las luces de los burdeles

y las cantinas. La casa de Caifás está llena de gente.

Las luces del palacio de Somoza están prendidas.

Es la hora en que se reúnen los Consejos de Guerra

y los técnicos en torturas bajan a las prisiones.

La hora de los policías secretos y de los espías,

cuando los ladrones y los adúlteros rondan las casas

y se ocultan los cadáveres. Un bulto cae al agua.

Es la hora en que los moribundos entran en agonía

La hora del sudor en el huerto, y de las tentaciones.

Afuera los primeros pájaros cantan tristes,

llamando al sol. Es la hora de las tinieblas.

Y la iglesia está helada, como llena de demonios,

mientras seguimos en la noche recitando los salmos.

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Squier en Nicaragua


Verdes tardes de la selva; tardes

tristes. Río verde

entre zacatales verdes;

pantanos verdes.

Tardes olorosas a lodo, a hojas mojadas, a

helechos húmedos y a hongos

El verde perezoso cubierto de moho

poco a poco trepando de rama en

rama, con los ojos cerrados como

dormido pero comiendo

una hoja, alargando un garfio primero

y después el otro,

sin importarle las hormigas que le pican,

volteando lentamente el bobo rostro

redondo, primero a un lado

y luego al otro,

enrollando por fin la cola en una rama

y colgándose pesado como

una bola de plomo; el salto del sábalo en el río;

el griterío de los monos comiendo

malcriadamente, a toda prisa,

arrojándose las cáscaras de anona unos a otros

y peleándose, charlando, arremedándose

y riéndose entre los árboles;

monas chillonas cargando a tuto monitos

pelones y trompudos;

la guatusa bigotuda y elástica

que se estira y encoge

mirando a todos lados con su ojo redondo

mientras come temblando;

espinosas iguanas... temblando;

espinosas iguanas

como dragones de jade

corriendo sobre el agua

(¡flechas de jade!);

el negro con su camisa rayada, remando

en su canoa de ceiba.


Una muchacha meciéndose en una hamaca,

con su largo pelo negro, y una pierna desnuda

colgando de la hamaca,

nos saluda:

                        Adiós, California!


El río negro, como tinta, al anochecer.

Una flor de un hedor putrefacto

                                                                 como de cadáver;

y una flor horrible, peluda.

                                                                 Orquídeas

guindadas sobre el agua podrida.

Silbidos tristes de la selva,

y quejidos.

                       Quejidos.

Hojas tristes que caen dando vueltas.

Y chillidos...

                            ¡Un grito entre las guanábanas!

El hacha cortando un tronco

                            y el eco del hacha.

¡El mismo chillido!

Ruido sordo de manadas de cerdos salvajes.

¡Carcajadas!

                            El canto de un tucán.

Chischiles de culebras cascabeles.

Gritos de congos.

                            Chachalacas.

El canto melancólico de la gongolona

                                                       entre los coquitales,

y el de la paloma popone,

                                                       popone, pone, pone

Oropéndolas sonoras

columpiándose en sus nidos colgados de las palmeras,

y el canto del pájaro-león entre los coyoles

y el del pájaro de-la-luna-y-el-sol

el pájaro clarinero, el pájaro

relojero que da la hora

y el pocoyo que canta de noche (o caballero)

                                           Cabayero mi dinero Cabayero mi dinero

parejas de lapas que pasan gritando,

y el guis, chichitote y dichoso-fui

                                           dichoso-fuiiiiiiii

que cantan en los chagüites sombríos.

Plateados pantanos rielando,

y las ranas cantando

                                           rrrrrrrrrrrrr

!Y un pájaro que toda la noche repite.

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