Yo leo a los maestros

domingo, 23 de septiembre de 2018

Virgilio Piñera (1912 - 1979) Cuba


Naturalmente en 1930

Como un pájaro ciego
que vuela en la luminosidad de la imagen
mecido por la noche del poeta,
una cualquiera entre tantas insondables,
vi a Casal
arañar un cuerpo liso, bruñido.
Arañándolo con tal vehemencia
que sus uñas se rompían,
y a mi pregunta ansiosa respondió
que adentro estaba el poema.
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Bueno, digamos

Bueno, digamos que hemos vivido,
no ciertamente -aunque sería elegante-
como los griegos de la polis radiante,
sino parecidos a estatuas kriselefantinas,
y con un asomo de esteatopigia.
Hemos vivido en una isla,
quizá no como quisimos,
pero como pudimos.
Aun así derribamos algunos templos,
y levantamos otros
que tal vez perduren
o sean a su tiempo derribados.
Hemos escrito infatigablemente,
soñado lo suficiente
para penetrar la realidad.
Alzamos diques
contra la idolatría y lo crepuscular.
Hemos rendido culto al sol
y, algo aún más esplendoroso,
luchamos para ser esplendentes.
Ahora, callados por un rato,
oímos ciudades deshechas en polvo,
arder en pavesas insignes manuscritos,
y el lento, cotidiano gotear del odio.
Mas, es sólo una pausa en nuestro devenir.
Pronto nos pondremos a conversar.
No encima de las ruinas, sino del recuerdo,
porque fíjate: son ingrávidos
y nosotros ahora empezamos.
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Isla

Aunque estoy a punto de renacer,
no lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido:
sólo me tocó en suerte,
y lo acepto porque no está en mi mano
negarme, y sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.
Se me ha anunciado que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
me convertiré en una isla,
isla como suelen ser las islas.
Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
y poco a poco, igual que un andante chopiniano,
empezarán a salirme árboles en los brazos,
rosas en los ojos y arena en el pecho.
En la boca las palabras morirán
para que el viento a su deseo pueda ulular.
Después, tendido como suelen hacer las islas,
miraré fijamente al horizonte,
veré salir el sol, la luna,
y lejos ya de la inquietud,
diré muy bajito:
¿así que era verdad?
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Entre la espada y la pared

Entre la espada y la pared
a nadie le gusta situarse;
cuando se está en ese trance
la vida sabe a vinagre;
cuando tocas a una puerta
es la espada quien te abre,
si la palabra socorro profieres
su filo la despedaza,
formando con sus fragmentos
un monstruo incalificable.
Estas vivo y estás muerto,
estás despierto y soñando,
tiras para el lado vivo,
y el lado muerto te arrastra;
miras a tu antagonista
-que es el fiel de tu balanza-,
clamas porque no te pese,
pero él te pone en el plato.
Ya tu corazón es polvo
y tus entrañas espanto,
y mientras el cielo brilla
se oscurece tu retrato.
Después la pared se cierra
como un telón de teatro.
Ya tu acto se acabó.
Me voy a tomar un trago.
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Yo estoy aquí, aquí

Mordiendo, arañando,
gritando y aullando,
pateando, rugiendo,
buscando y encontrando.

Cavando en tu cara,
explorando en tu pelo,
ahondando en tus ojos
y hurgando en tus entrañas.

Para vivirte, para tenerte,
para hacerte, para matarte,
para borrarte, para pintarte,
para existirte y para llorarte.

Para escribirte como una letra
-la de tu nombre y la de tu alma-,
para tatuarte como una llaga
sobre mi piel que es tu sudario.

No estoy aquí para decirte
que estoy aquí para adorarte,
estoy aquí para decirte
que yo soy tu alucinado.

No estoy aquí para adorarte
-para adorarte no te amara-,
estoy aquí para nacerte,
para morirte y resucitarte.

Estoy aquí para hacerte
a mi imagen y semejanza,
de tal modo que ya no sepas
de cuál de los dos es la imagen.

Y si no puedo nacerte,
y si no puedo resucitarte,
haré entonces que tú me mueras
para después resucitarnos.
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Cuando vengas a buscarme

Cuando vengan a buscarme         
para ir al baile de los cojos,   
diré que no uso muletas,         
que mis piernas están intactas. 
                                 
Bailaré cha-cha-cha y son       
hasta caerme en pedazos,         
pero ellos insistirán           
en llevarme a ese baile extraño. 
                                 
Con dos hachazos estaré listo,   
con dos muletas iré remando,     
y cuando entre por esa puerta   
me pondrán una coja en los brazos.
                                 
Ella me dirá: ¡Amor mío!,       
yo le diré: ¡Mi adorada!,       
¿cómo fue lo de tus piernas?     
¡cuéntame, que estoy sangrando! 
                                 
Ella, con gran seriedad,         
me contará que fue a palos,     
                                 
pero haciendo de sus tripas     
corazón como un brillante,       
lanzará una carcajada           
que retumbará en la sala.       
                                 
Después, daremos las vueltas     
de estos casos obligados,       
saludaremos a diestra, a siniestra
y a muletazos.                   
                                 
Y cuando nadie lo espere,       
a las dos de la mañana,         
vendrá el verdugo de los cojos   
para que no queden rastros.                                       
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Sombras chinescas

Pasa -digo-. Has cambiado tanto
que de pronto pensé que no eras.
¿Cómo dices? Soy yo quien te habla.
Sólo que... no estoy seguro de que seas.
Quizá la penumbra de la tarde... Haré luz.
¿Dices que no me reconoces? Pues
será mejor tocarnos como los salvajes.
¡Oh, mi mano pasa a través de tu cuerpo!
¿Y dices que a tu mano le ha ocurrido lo mismo?
¿Somos ya sólo sombras con una luz detrás?
¿Divertido espectáculo de infinitas miradas,
miradas que nos traspasan como dagas crueles?
Habrá que convenir en que es todo un suceso.
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Testamento

Como he sido iconoclasta
me niego a que me hagan estatua:
si en la vida he sido carne,
en la muerte no quiero ser mármol.
Como yo soy de un lugar
de demonios y de ángeles,
en ángel y demonio muerto
seguiré por esas calles…
En tal eternidad veré
nuevos demonios y ángeles,
con ellos conversaré
en un lenguaje cifrado.
Y todos entenderán
el yo no lloro, mi hermano….
Así fui, así viví,
así soñé. Pasé el trance.
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El hechizado
                                        A Lezama, en su muerte

Por un plazo que no pude señalar
me llevas la ventaja de tu muerte:
lo mismo que en la vida, fue tu suerte
llegar primero. Yo, en segundo lugar.

Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar
encrespada y terrible que es la vida.
A ti primero te cerró la herida:
mortal combate del ser y del estar.

Es tu inmortalidad haber matado
a ese que te hacía respirar
para que el otro respire eternamente.

Lo hiciste con el arma Paradiso.
-Golpe maestro, jaque mate al hado-.
Ahora respira en paz. Viva tu hechizo.
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La isla en peso ( fragmentos)

La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,
me acostumbro al hedor del puerto,
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?
[…]
Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo.
Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente,
esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de agua
y vivir secamente.
[…]
Llegué cuando daban un vaso de aguardiente a la virgen bárbara,
cuando regaban ron por el suelo y los pies parecían lanzas,
justamente cuando un cuerpo en el lecho podría parecer impúdico,
justamente en el momento en que nadie cree en Dios.
Los primeros acordes y la antigüedad de este mundo:
hieráticamente una negra y una blanca y el líquido al saltar.
[…]
Los cuerpos en la misteriosa llovizna tropical,
en la llovizna diurna, en la llovizna nocturna, siempre en la llovizna,
los cuerpos abriendo sus millones de ojos,
los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan
ante el asesinato de la piel,
los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles de fuego
encima de las aguas estáticas,
los cuerpos, en las aguas, como carbones apagados derivan hacia el mar.
[…]
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad,
un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios:
un velorio, un guateque, una mano, un crimen,
revueltos, confundidos, fundidos en la resaca perpetua,
haciendo leves saludos, enseñando los dientes, golpeando sus riñones,
un pueblo desciende resuelto en enormes postas de abono,
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir,
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.

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