Yo leo a los maestros

martes, 10 de noviembre de 2015

Pier Paolo Pasolini (1922 - 1975) Italia





A los críticos católicos

A menudo un poeta se acusa y se calumnia,
exagera, por amor, su propio desamor,
exagera, para castigarse, su propia ingenuidad,
es puritano y tierno, duro y alejandrino.
Es incluso demasiado agudo en los análisis de los signos
de las herencias, de las supervivencias:
tiene también un pudor excesivo en concederles
algo a la razón y a la esperanza.
Pues bien, ¡ay de él! ¡No hay un instante
de vacilación: basta con mencionarlo!
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Muerte

Vuelvo a ti, como vuelve
un emigrado a su país y lo redescubre:
he hecho fortuna (en el intelecto)
y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.
Una rabia oscura de poesía en el pecho.
Una loca vejez de jovencito.
Antes tu alegría se confundía
con el terror, es verdad, y ahora
casi con otra alegría
lívida, árida: mi pasión decepcionada.
Ahora me das miedo de verdad,
porque estás de verdad cerca, incluida
en mi estado de rabia, de oscura
hambre, de ansia casi de criatura nueva.
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Poesía mundana

Trabajo todo el día como un monje
y por la noche doy vueltas, como un gato viejo
en busca de amor… Voy a proponer
a la Curia que me hagan santo.
Al engaño, de hecho, respondo
con la mansedumbre. Como miran las imágenes
miro yo a los adictos al linchamiento.
Con el sereno valor de un científico
me observo a mí mismo masacrado. Parece, a veces,
que odio y, sin embargo, escribo
versos llenos de amor preciso.
Estudio la perfidia como un fenómeno
fatal, como si careciera de objeto.
Tengo piedad de los jóvenes fascistas
y para los viejos no dispongo
de otra cosa que la violencia de la razón.
Pasivo como un pájaro que, volando,
Todo lo ve y en su corazón se lleva
al cielo la conciencia
que no perdona.
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Fragmento de una Carta al Joven Codignola

Querido muchacho: sí, volvamos a vernos,
pero no esperes nada.
A lo más, un nuevo engaño, un nuevo
vacío; de esos que, como el dolor,
hace bien a la dignidad narcisista.
A los cuarenta años soy como fui a los diecisiete,
pueden por cierto encontrarse, balbuceando ideas
que convergen en problemas
entre los cuales dos décadas se abren, una vida entera,
problemas que sólo en apariencia son los mismos.
Hasta que una palabra que brota de una garganta incierta,
reseca por el llanto y por un deseo de estar solo,
revela la irremediable distancia.
Juntos otra vez, tendré que ser el poeta-padre
y entonces recaeré en la ironía
que te incomodará: un hombre de cuarenta
más alegre y joven que el de diecisiete,
él, ya dueño de la vida.
Más allá de esta apariencia y semejanza,
no tengo nada más que decirte.
Soy avaro, lo poco que poseo
lo aprieto junto a mi diabólico corazón.
Los dos palmos de piel entre mi pómulo y mentón,
bajo la boca distorsionada a fuerza de tímidas sonrisas,
el ojo que he perdido
su dulzura, como un higo avinagrado,
te parecerán el retrato mismo
de una madurez que te hace daño,
madurez nada fraterna. ¿De qué te sirve
un coetáneo simplemente entristecido
por la delgadez que le devora la carne?
Lo que te dio, te lo dio; el resto
es sólo árida piedad.
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Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos...

Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos
sobre la frente, tú, pequeña luz,
absorta enrojeces mis papeles.
De adolescente ardía hasta el anochecer
junto a tu demacrada claridad, y eran extraños
los rumores del viento y el canto de los grillos solitarios.
Entonces en las estancias sin memoria
dormían los parientes, y mi hermano,
tras un delgado muro, estaba inmóvil.
Ahora tú, luz rojiza, no nos dices en dónde está
y, sin embargo, iluminas y suspira
el grillo en los campos desiertos;
mi madre se peina ante el espejo,
con un gesto tan antiguo como tu luz,
y piensa en aquel hijo ya sin vida.
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Ladrones

Una vez regresado a tu madre
¿sentirás todavía
sobre los labios
los besos que te he dado como un ladrón?

¡Ah, ladrones los dos!
¿No estaba oscuro en el prado?
¿No robábamos a los chopos
la sombra en tu bolsa?

Los conejos se han quedado
sin hierba esta tarde,
y tus labios robados
besan la primera estrella...
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Al príncipe

Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por ello:
ya no siento delante de mí toda la vida...
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
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Abro a la mañana de un blanco lunes...

Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme... en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío...
y se ha truncado... Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia
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Yo

¡Oh, yo jovencito! (1)

¡Oh, yo, jovencito. Nazco
en el olor que la lluvia
suspira desde los prados
de hierba viva... Nazco
en el espejo de los charcos.

En ese espejo Casarsa
-como los prados de rocío-
tiembla de tiempo antiguo.
Allá abajo vivo de piedad
lejano muchachito pecador,

con una risa desconsolada.
¡Oh, yo jovencito!, serena
la tarde tiñe de sombra
los viejos muros, en el cielo
la luz enceguece.
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¡Oh, yo jovencito! (2)

Yo quería ser mi madre
que me amaba, pero
no quería amarme a mí mismo.
Y entonces fingía ser
un joven pobre.

No podía convencerme
de que también en un burgués
hubiera algo para amar:
aquello que amaba mi madre
en mí, puro y despreciado.

Nada ha cambiado
me veo todavía pobre
y joven, y amo sólo a aquellos
como yo. Los burgueses
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Velada romana

¿Dónde vas por las calles de Roma
en el trolebús o tranvía donde la gente
ya vuelve? ¿De prisa, obsesivo, como
si te esperase el paciente trabajo
del que a esta hora los otros regresan?
Nada más cenar, cuando el viento sabe
de entrañables miserias familiares
dispersas en mil cocinas,
en largas calles iluminadas,
sobre las que, más claras, acechan las estrellas.
En el barrio burgués reina la paz
de la que cada uno se siente interiormente satisfecho,
no sin vileza, y de la que querría
llena cada noche de su vida.
Ay, ser distinto -en un mundo que, sin embargo,
es culpable- significa no ser inocente...
Vas, bajas por los oscuros recodos
del paseo que lleva al Trastevere:
Ahí, detenida y revuelta, como
desenterrada de un fango de otras épocas
-para hacerse gozar de quien aún pueda
arrebatar un día a la muerte y al dolor-
ahí está, toda Roma a tus pies..
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Amores

Y...
mis amores de pura sensualidad
como un eco repetidos en los valles sagrados de la libido,
sádica, masoquista, los calzones
con la alforja tibia
donde está marcado el destino de un hombre
-son actos que llevo a cabo solo
inmerso en el mar maravillosamente agitado.

Poco a poco los miles de sagrados gestos,
la mano encima de la tibia hinchazón,
los besos, cada día en una boca diferente,
cada vez más virgen,
cada vez más cercana al encanto de la especie,
a la norma que hace tiernos padres de los hijos,
poco a poco
se han convertido en monumentos de piedra
que a millares inundan de gente mi soledad.
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Roma

Mísera y magnífica ciudad
que me ha enseñado lo que, alegres y feroces,
los hombres aprenden de niños,

las pequeñas cosas en las que se descubre
la grandeza de la vida en paz, como el andar
firmes y apresurados entre la muchedumbre

de las calles, dirigirse a otro hombre
sin temblar, no avergonzarse
de mirar el dinero contado

con dedos perezosos por el mozo
que suda delante de las fachadas, trabajando,
con su eterno color de verano;

aprender a defenderme, a ofender, a tener
el mundo delante de los ojos
y no solamente en el corazón,

a comprender que pocos conocen las pasiones
en las que yo he vivido, que no me son fraternos
y sin embargo hermanos míos son en el tener

pasiones de hombres que alegres,
inconscientes, enteros, viven
de experiencias por mí desconocidas.

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