Arte poética
Ama
tu verso, y ama sabiamente tu vida,
la
estrofa que más vive, siempre es la más vivida.
Un
mal verso supera la más perfecta prosa,
aunque
en prosa y en verso digas la misma cosa.
Así
como el exceso de virtud hace el vicio,
el
exceso de arte llega a ser artificio.
Escribe
de tal modo que te entienda la gente,
igual
si es ignorante que si es indiferente.
Cumple
la ley suprema de desdeñarlas todas,
sobre
el cuerpo desnudo no envejecen las modas.
Y
sobre todo, en arte y vida, se diverso,
pues
solo así tu mente revivirá en tu verso.
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Esta vieja canción
Esta
vieja canción que oí contigo,
y
que contigo di por olvidada,
surge
del fondo de la madrugada
como
la voz doliente de un amigo.
(Yo
sé que la mujer que va contigo
no
puede adivinar en mi mirada
que
esa canción que no le dice nada,
le
está diciendo lo que yo no digo.
Y,
al escuchar de pronto esa tonada,
comprendo
la amargura de un mendigo
ante
una puerta que le fue cerrada.
Pero
intento reír, y lo consigo...
como
si no me recordara nada
esta
vieja canción que oí contigo.
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Elegía lamentable
Desde
este mismo instante seremos dos extraños
por
estos pocos días, quién sabe cuántos años...
yo
seré en tu recuerdo como un libro prohibido
uno
de esos que nadie confiesa haber leído.
Y
así mañana, al vernos en la calle, al ocaso,
tú
bajarás los ojos y apretarás el paso,
y
yo, discretamente, me cambiaré de acera,
o
encenderé un cigarro, como si no te viera...
Seremos
dos extraños desde este mismo instante
y
pasarán los meses, y tendrás otro amante:
y
como eres bonita, sentimental y fiel,
quizás,
andando el tiempo, te casarás con él.
Y
ya, más que un esposo será como un amigo,
aunque
nunca le cuentes que has soñado conmigo,
y
aunque, tras tu sonrisa, de mujer satisfecha,
se
te empañen los ojos, al llegar una fecha.
Acaso,
cuando llueva, recordarás un día
en
que estuvimos juntos y en que también llovía.
Y
quizás nunca más te coloques aquel traje
de
terciopelo verde, con adornos de encaje.
O
harás un gesto mío, tal vez sin darte cuenta,
cuando
dobles tu almohada con mano soñolienta.
Y
domingo a domingo, cuando vayas a misa,
de
tu casa a la iglesia, perderás tu sonrisa.
¿Qué
más puedo decirte? Serás la esposa honesta
que
abanica al marido cuando ronca la siesta:
y
tras fregar los platos y tras tender las camas,
te
pasarás las noches sacando crucigramas...
Y
así, años y años, hasta que, finalmente,
te
morirás un día, como toda la gente.
Y
voces que aún no existen sollozarán tu nombre,
y
cerrarán tus ojos los hijos de otro hombre.
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Aria de luto
Tendrá
que suceder, hoy o mañana,
en
cualquier parte y de cualquier manera,
—puede
ser que bajando una escalera
o
puede ser que abriendo una ventana.
Sucederá
tal día de semana,
sencillamente,
sin llover siquiera,
en
el banco de un parque en primavera
o en
un hotel de una ciudad lejana.
Así
sucederá, como un espejo
que
se queda de pronto sin reflejo,
porque
crece la sombra o porque sí.
Irá
de puerta en puerta un viento loco,
y tú
también te morirás un poco
con
algo tuyo que se muere en mí...
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Poema del espejo
I
Déjame
ser tu espejo... te supliqué aquel día.
Recuerdo
que tu mano se estremeció en la mía.
Yo,
que envidio tu espejo, quiero saber qué siente
al
copiar en la alcoba tu cuerpo adolescente...
(detrás
de los almendros, casi del fondo
del
mar surgió la luna, con su espejo redondo...)
II
Te
vi de pie en la sombra. Junto al lecho vacío
se
oyó un rumor de sedas, como el rumor de un río.
Y
yo, como el espejo de aquella alcoba oscura,
yo,
allí, solo contigo, reflejé tu hermosura.
Fue
un instante, en la sombra. No sé bien todavía,
si
eras tú, si fue un sueño o una flor que se abría.
III
Muchacha
de la noche de un día diferente:
yo
no envidio tu espejo, ya sé que nada siente.
Ya
sé que te duplica sin comprender siquiera
que
eres mujer hermosa como la primavera;
pues,
si lo comprendiera, saltaría en pedazos,
por
el ansia imposible de tenderte los brazos.
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El extranjero
«Mirad:
Un extranjero...» Yo los reconocía,
siendo
niño, en las calles por su no sé qué ausente.
Y
era una extraña mezcla de susto y de alegría
pensar
que eran distintos al resto de la gente.
Después
crecí, soñando, sobre los libros viejos;
corrí,
de mapa en mapa, frenéticos azares,
y al
despertar, a veces, para viajar más lejos,
inventaba
a mi antojo más tierras y más mares.
Entonces
yo envidiaba, melancólicamente,
a
aquellos que se iban de verdad, en navíos
de
gordas chimeneas y casco reluciente,
no
en viajes ilusorios como los viajes míos.
Y
hoy, que quizás es tarde, con los cabellos grises,
emprendo,
como tantos, el viaje verdadero;
y
escucho que los niños de remotos países
murmuran
al mirarme: «Mirad: Un extranjero...»
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Canción del andén
Nadie
vino a esperarme.
Yo
me encogí de hombros y me eché a andar:
Soy
un hombre de paso, simplemente;
soy
simplemente un hombre que llega y que se va.
No
conozco este pueblo,
este
pequeño pueblo junto al mar:
Hoy,
por primera vez, miro estas casas
con
sus techos de tejas y sus muros de sal.
Pero
sé que esta calle polvorienta
le
da vuelta a un parque con bancos de metal,
y
que frente a ese parque hay una iglesia,
y
que junto a esa iglesia hay un rosal.
Yo
conozco el chirrido de una verja oxidada,
y,
entre tantos portales, reconozco un portal
—aquel
portal de la baranda verde,
con
un horcón rajado a la mitad—.
Y es
que estoy en el pueblo de tus cartas de novia,
tu
viejo pueblo tristemente igual,
aunque
yo vine demasiado tarde,
y
aunque tú ya no estás...
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Canción del viaje
Recuerdo
un pueblo triste y una noche de frío
y
las iluminadas ventanillas de un tren.
Y
aquel tren que partía se llevaba algo mío,
ya
no recuerdo cuándo, ya no recuerdo quién.
Pero
sí que fue un viaje para toda la vida
y
que el último gesto, fue un gesto de desdén,
porque
dejó olvidado su amor sin despedida
igual
que una maleta tirada en el andén.
Y
así, mi amor inútil, con su inútil reproche,
se
acurrucó en su olvido, que fue inútil también.
Como
esos pueblos tristes, donde llueve de noche,
como
esos pueblos tristes, donde no para el tren.
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Soneto final
Y
cerraré los ojos para siempre, algún día
y
habrá noches de estrellas que ya nunca he de ver
y
cantará otra boca lo que cantó la mía,
cuando
pasan las nubes en el atardecer.
Y
habrá polvo en los bordes de la copa vacía
donde
exalté mi ensueño y aturdí mi placer.
Y en
las tardes de otoño lloverá todavía,
para
que otro hombre triste recuerde a otra mujer.
Todo
será lo mismo, y a la vez diferente,
habrá
rosas y besos naciendo dulcemente
y un
niño sin infancia caminando hacia el mar...
Y yo
seré la sombra de un viajero tardío
que
quiso ser el cauce donde pasara un río,
y
fue solo una nube que no volvió a pasar.
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Triste es saber
Triste
es saber que nuestra vida es sólo
interminable adiós
que,
como un cuervo trágico, aletea
en nuestro corazón;
que
cada paso nuestro, deja algo
más que una huella en
pos,
algo
que ya no vuelve a nuestra vida,
que para siempre huyó;
que
lo que es hoy sonora melodía
o encantada canción,
será
mañana cual rumor de hojas
que el viento
sacudió...
Y en
esta hora de melancolía,
sufro el hondo dolor
de
preguntarme inútilmente, cuánto
me durará tu amor...
Que
yo bien sé que cual la brisa deja
sin perfume a la flor;
que
como el mar al fin borra la estela
que un buque le dejó;
que
cual se desvanecen los colores
de las flores, al Sol,
y
que como la alquimia del otoño
trueca en oro el
verdor,
el
nuestro en nuestras vidas obra el paso
igual transformación,
dejando
despertares donde sueños
y hastío donde amor...
Y
tengo mucho miedo de esa hora
que puede sonar hoy,
cuando
al besar tus labios, sólo el frío
responda a mi calor...
Y yo
tengo mucho miedo de ese hastío
que puedo sentir yo,
que
robará a mis ojos el miraje
azul de la ilusión...
Y,
en esta hora de melancolía,
sufro el agrio dolor
de
no ignorar que un día, quizás pronto,
nos diremos adiós...
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