Yo leo a los maestros

sábado, 24 de julio de 2021

Antonio Gala (1930 - ) España

 


Atardeció sin ti


Atardeció sin ti. De los cipreses...

a las torres, sin ti me estremecía.

Qué desgana esperar un nuevo día

sin que me abraces y sin que me beses.


A fuerza de tropiezos y reveses

la piel de la esperanza se me enfría.

Qué agonía ocultarte mi agonía,

y qué resurrección si me entendieses.


Atardeció sin ti. Seguro y lento,

el sol se derrumbó, limón maduro,

y a solas recibí su último aliento.


Quién me viera caer, lento y seguro,

sin más calor ni más resurgimiento,

gris el alma y frustrada entre lo oscuro.

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Almuñécar


Durante un anochecer en esta playa te amé tanto

que una respiración

para los dos bastaba.

Suspendieron el mar, para mirarnos,

su armonioso escalofrío,

y su unánime vuelo de gaviotas.

Se divertía el agua, sonrosada,

como si fuera a amanecer,

y se posó el silencio sobre el aire

lo mismo que un jilguero en una rama.

No existía para el amor

futuro ni pretérito:

todo era eterno instante....

Y de repente, sobre tus hombros

observé, mientras te besaba,

que nos veían ojos codiciosos.

No supe si eran de los viejos fenicios

o quizá de la noche...

No tardó en quedar claro

dónde va el ruiseñor cuando mayo termina.

La muerte que los devoró a ellos,

sigilosa nos acechaba.

Nuestro amor, como el  de ellos, fue vencido.

Pero yo te amo todavía.

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Si ya no vienes, ¿para qué te aguardo?


Si ya no vienes, ¿para qué te aguardo?

Y si te aguardo, di por qué no vienes,

verde y lozana zarza que mantienes

sin consumirte el fuego donde ardo.

 

Cuánto tardas, amor, y cuánto tardo

en rescindir los extinguidos bienes.

Ya quién me salve no lo sé, ni quienes

clavan el alma dardo sobre dardo.

 

A la mañana, que se vuelve oscura,

sigue la noche, que se vuelve clara

a solas con tu sed, que hiere y cura.

 

No quisiera pensar si no pensara

que, privado que fui de tu hermosura,

me olvidara de mí si te olvidara.

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Bahía


¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa

costumbre de tus alas

que refrescan el aire y renuevan la luz?

Sin ti, ni el pan ni el vino,

ni la vida, ni el hambre, ni el jugoso

color de la mañana

tienen ningún sentido ni para nada sirven.

Allá fuera está el mar,

allá fuera, en el mundo, estás tú.

Comiendo tú sin mí:

tu hambre, tu pan, tu vino y tu mañana.

Yo aquí, ante los manteles opacos

y la bebida amarga,

ante platos sin sabor ni colores.

Lo intento, sí, lo intento, pero cómo

comer sin ti, ni para qué...

Tú te has llevado tu olor a bosque

y el gusto de la vida.

Fuera están mar y aire.

Dentro, yo solo frente a la mesa puesta

que ha perdido su voz y su alegría.

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Enemigo íntimo


Hay tardes en que todo

huele a enebro quemado

y a tierra prometida.

Tardes en que está cerca el mar y se oye

la voz que dice: "Ven".

Pero algo nos retiene todavía

junto a los otros: el amor, el verbo

transitivo, con su pequeña garra

de lobezno o su esperanza apenas.

No ha llegado el momento. La partida

no puede improvisarse, porque sólo

al final de una savia prolongada,

de una pausada sangre,

brota la espiga desde

la simiente enterrada.


En esas largas

tardes en que se toca casi el mar

y su música, un poco

más y nos bastaría

cerrar los ojos para morir. Viene

de abajo la llamada, del lugar

donde se desmorona la apariencia

del fruto y sólo queda su dulzor.

Pero hemos de aguardar

un tiempo aún: más labios, más caricias,

el amor otra vez, la misma, porque

la vida y el amor transcurren juntos

o son quizá una sola

enfermedad mortal.


Hay tardes de domingo en que se sabe

que algo está consumándose entre el cálido

alborozo del mundo,

y en las que recostar sobre la hierba

la cabeza no es más que un tibio ensayo

de la muerte. Y está

bien todo entonces, y se ordena todo,

y una firme alegría nos inunda

de abril seguro. Vuelven

las estrellas el rostro hacia nosotros

para la despedida.

Dispone un hueco exacto

la tierra. Se percibe

el pulso azul del mar. "Esto era aquello".

Con esmero el olvido ha principiado

su menuda tarea...


Y de repente

busca una boca nuestra boca, y unas

manos oprimen nuestras manos y hay

una amorosa voz

que nos dice: "Despierta.

Estoy yo aquí. Levántate". Y vivimos.

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Es hora ya de levantar el vuelo...


Es hora ya de levantar el vuelo,

corazón, dócil ave migratoria.

Se ha terminado tu presente historia,

y otra escribe sus trazos por el cielo.


No hay tiempo de sentir el desconsuelo;

sigue la vida, urgente y transitoria.

Muda la meta de tu trayectoria,

y rasga del mañana el hondo velo.


Si el sentimiento, más desobediente,

se niega al natural imperativo,

álzate tú, versátil y valiente.


Tu oficio es cotidiano y decisivo:

mientras alumbre el sol, serás ardiente;

mientras dure la vida, estarás vivo.

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Mientras yo te besaba...     


Mientras yo te besaba

te dormiste en mis brazos.

No lo olvidaré nunca.

Asomaban tus dientes

entre los labios:

fríos, distantes, otros.

Ya te habías ido.

Debajo de mi cuerpo seguía el tuyo,

y tu boca debajo de mi boca.

Pero tu navegabas

por mares silenciosos en los que yo no estaba.

Inmóvil y en silencio

nadabas alejándote

acaso para siempre....

Te abandoné en la orilla de tu sueños.

Con mi carne aún caliente

volví a mi sitio:

también yo mío ya, distante, otro.

Recuperé el disfraz sobre la arena.

"Adiós", te dije,

y entré en mi propio sueño,

mi propio sueño,

en el que tú no habitas.

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Quizá el amor es simplemente esto...


Quizá el amor es simplemente esto:

entregar una mano a otras dos manos,

olfatear una dorada nuca

y sentir que otro cuerpo nos responde en silencio.


El grito y el dolor se pierden, dejan

sólo las huellas de sus negros rebaños,

y nada más nos queda este presente eterno

de renovarse entre unos brazos


Maquina la frente tortuosos caminos

y el corazón con frecuencia se confunde,

mientras las manos, en su sencillo oficio,

torpes y humildes siempre aciertan.


En medio de la noche alza su queja

el desamado, y a las estrellas mezcla

en su triste destino.

Cuando exhausto baja los ojos, ve otros ojos

que infantiles se miran en los suyos.


Quizá el amor sea simplemente eso:

el gesto de acercarse y olvidarse.

Cada uno permanece siendo él mismo,

pero hay dos cuerpos que se funden.


Qué locura querer forzar un pecho

o una boca sellada.

Cerca del ofuscado, su caricia otro pecho exige,

otros labios, su beso,

su natural deleite otra criatura.


De madrugada, junto al frío,

el insomne contempla sus inusadas manos:

piensa orgulloso que todo allí termina;

por sus sienes las lágrimas resbalan...

Y sin embargo, el amor quizá sea sólo esto:

olvidarse del llanto, dar de beber con gozo

a la boca que nos da, gozosa, su agua;

resignarse a la paz inocente del tigre;

dormirse junto a un cuerpo que se duerme.

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Alargaba la mano y te tocaba


Alargaba la mano y te tocaba.

Te tocaba: rozaba tu frontera,

el suave sitio donde tú terminas,

sólo míos el aire y mi ternura.

Tú moras en lugares indecibles,

indescifrable mar, lejana luz

que no puede apresarse.

Te me escapabas, de cristal y aroma,

por el aire, que entraba y que salía,

dueño de ti por dentro. Y yo quedaba fuera,

en el dintel de siempre, prisionero

de la celda exterior.


La libertad

hubiera sido herir tu pensamiento,

trasponer el umbral de tu mirada,

ser tú, ser tú de otra manera. Abrirte,

como una flor, la infancia , y aspirar

su esencia y devorarla. Hacer

comunes humo y piedra. Revocar

el mandato de ser. Entrar. Entrarnos

uno en el otro. Trasponer los últimos

límites. Reunirnos…..


Alargaba la mano y te tocaba.

Tú mirabas la luz y la gavilla.

Eras luz y gavilla, plenitud

en ti misma, rotunda como el mundo.

Caricias no valían, ni cuchillos,

ni cálidas mareas. Tú, allí, a solas,

sonriente, apartada, eterna tú.

Y yo, eterno, apartado, sonriente,

remitiéndote pactos inservibles,

alianzas de cera.


Todo estuvo de nuestra parte, pero

cuál era nuestra parte, el punto

de coincidencia, el tacto

que pudo ser llamado sólo nuestro.


Una voz, en la calle, llama y otra

le responde. Dos manos se entrelazan.

Uno en otro, los labios se acomodan;

los cuerpos se acomodan. Abril, clásico,

se abate, emperador de los encuentros.

¿Esto era amor? La soledad no sabe

qué responder: persiste, tiembla, anhela

destruirse. Impaciente

se derrama en las manos ofrecidas.

Una voz en la calle….Cuánto olor,

cuánto escenario para nada. Miro

tus ojos. Yo miro los ojos tuyos;

tú, los míos: ¿esto se llama amor?


Permanecemos. Sí, permanecemos

no indiferentes, pero diferentes. Somos

tú y yo: los dos, desde la orilla

de la corriente, solos, desvalidos,

la piel alzada como un muro, solos

tú y yo, sin fuerza ya, sin esperanza.

Idénticos en todo,

sólo en amor distintos.

La tristeza, sedosa, nos envuelve

como una niebla: ése es el lazo único;

ésa la patria en que nos encontramos.

Por fin te identifico con mis huesos

en el candor de la desesperanza.

Aquí estamos nosotros: desvaídos

los dos, borrados, más difíciles,

a punto de no ser….¿Amor es esto?

¿Acaso amor es esta no existencia

de tanto ser? ¿Es este desvivirse

por vivir? Ya desangrado

de mí, ya inmóvil en ti, ya

alterado, el recuerdo se reanuda.

Se reanuda la inútil existencia….

Y alargaba la mano y te tocaba.

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Bajo qué ramas, di, bajo qué ramas...


Bajo qué ramas, di, bajo qué ramas

de verde olvido y corazón morado

la roja danza muerde tus talones

y te estrechan amantes amarillos.


Desde qué repentina lontananza

giras, me nombras, saltas entre el aire,

mientras yo permanezco absorto en sueños

aún dormida creyéndote en mi alcoba.


Qué plateada tristeza te reviste,

si alegre hasta tu alegre voz acudo,

los pies descalzos, para entrelazarme

sal paso de tu danza apresurada.


Dónde te vas cuando te vas y lloran

las colinas, a solas con tu nombre

para siempre, hasta oír al lado mío

tu voz que me pregunta a quién aguardo.

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