El espino
Al lado tuyo, pero no
de tu mano: así te miro
andar por el jardín
de verano: las cosas
que no pueden moverse
aprenden a mirar. No necesito
perseguirte a través
del jardín; en cualquier parte
los humanos dejan
señal de lo que sienten, flores
esparcidas en el polvo del camino, todas
blancas y doradas, algunas
levemente alzadas
por el viento de la tarde. No necesito
seguirte adonde estás ahora,
hundido en la ponzoña de este campo, para
saber la causa de tu huida, de tu humana
pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa
dejarías caer todo aquello
que has acumulado?
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Puesta de sol
En el mismo instante en que se pone el sol,
un granjero quema hojas secas.
No es nada, este fuego.
Es cosa pequeña, controlada,
como una familia gobernada por un dictador.
Aun así, cuando arde, el granjero desaparece;
es invisible desde el camino.
Comparados con el sol, aquí todos los fuegos
son breves, cosa de aficionados;
se acaban cuando se consumen las hojas.
Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.
Pero la muerte es real.
Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,
hubiera hecho crecer el campo y entonces
hubiera inspirado la quema de la tierra.
Así que ahora puede ponerse.
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El iris salvaje
Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.
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Crepúsculo
Trabaja todo el día en el molino del primo,
así que al llegar a casa, en la noche,
siempre se sienta junto a la ventana,
observa ese momento del día, el crepúsculo.
Debería haber más tiempo así, para sentarse y soñar.
Es como dice su primo:
Vivir-vivir te impide sentarte.
En la ventana, no el mundo, sino un paisaje enmarcado
que representa el mundo. Las estaciones cambian,
cada una visible apenas unas horas al día.
Cosas verdes seguidas por cosas doradas seguidas por blancura,
abstracciones de las que provienen placeres intensos,
como higos en la mesa.
Al atardecer, el sol cae entre dos álamos, en una bruma de fuego rojo.
Cae tarde en el verano, a veces cuesta mantenerse despierto.
Entonces todo se desmorona.
Por un rato más, el mundo
es algo que ver, luego solo algo que escuchar,
grillos, cigarras.
O algo que oler, a veces, aroma de limoneros, de naranjos.
Entonces el sueño también roba esto.
Pero es fácil renunciar a las cosas así, experimentalmente
por una cuestión de horas.
Abro mis dedos,
dejo que todo se vaya.
Mundo visual, lenguaje,
susurro de hojas en la noche
el olor de la hierba alta, de las fogatas.
Lo dejo ir. Entonces enciendo la vela.
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Las siete edades
En mi primer sueño el mundo parecía
lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce
En mi segundo sueño descendía,
era humana, no veía nada de nada
bestia como soy
debía tocarlo, contenerlo
me escondí en la arboleda,
trabajé en los campos hasta que quedaron yermos
un tiempo
que nunca volverá-
el trigo seco en gravillas, cajones
de higos y aceitunas
Hasta amé alguna vez, a mi manera
repugnante, humana
y como todo el mundo llamé a ese logro
libertad erótica,
por absurdo que parezca
El trigo cosechado, almacenado; seca
la última fruta: el tiempo
que se acumula, sin usar,
¿también termina?
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La terquedad de Penélope
Un pájaro llega a la ventana.
Es un error
considerarlos solamente pájaros,
muy a menudo son mensajeros.
Por eso, una vez se precipitan sobre el alfeizar,
se quedan perfectamente quietos,
para burlarse de la paciencia,
alzando la cabeza para cantar
pobrecita, pobrecita,
un aviso de cuatro notas, para volar luego
del alfeizar al olivar como una nube oscura.
¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana
a juzgar mi vida?
Tengo ideas profundas y mi memoria es larga;
¿por qué iba a envidiar esa libertad
cuando tengo humanidad?
Aquellos que tienen el corazón más diminuto
son dueños de la mayor libertad.
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Un mito sobre la inocencia
Un verano sale al campo, como de costumbre,
se para un momento en el estanque donde suele
mirarse para ver si detecta algún cambio.
Ve a la misma persona, la túnica horrible
de su condición de hija aún sobre sus hombros.
En el agua el sol parece estar al lado.
Ella piensa: Otra vez mi tío que me espía.
Todo en la naturaleza es, de algún modo, su pariente.
Piensa: Nunca estoy sola
y hace del pensamiento una plegaria.
La muerte viene así, como respuesta a una plegaria.
Nadie puede ya entender lo hermoso que él era.
Perséfone sí lo recuerda, y que él la abrazaba allí,
delante de su tío.
Recuerda el reflejo del sol en sus brazos desnudos.
Eso es lo último que recuerda claramente.
Después el dios oscuro se la llevó.
Recuerda también, de un modo menos claro,
la terrible intuición de que ya jamás podría
vivir sin él.
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Los niños ahogados
Ya ves, no tienen juicio.
Es natural entonces que se ahoguen.
Primero el hielo los atrapa.
Después, todo el invierno, sus bufandas
flotan, mientras se hunden, tras de ellos,
hasta que se quedan inmóviles.
Y el estanque los alza con sus muchos
oscuros brazos.
A ellos sin embargo debe serles la muerte
distinta, tan cercanos al origen.
Como si siempre hubieran sido
ciegos, livianos. Lo que sigue
es entonces como un sueño: la lámpara,
el mantel blanco que cubría la mesa,
sus cuerpos.
Oyen empero por sobre el estanque,
como señuelos, sus nombres:
Qué esperas, ven a casa,
a tu casa, perdida
en las aguas, azul y permanente.
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Poema
Temprano en la tarde, como ahora,
él se inclina sobre su mesa y escribe.
Luego alza la cabeza despacio.
Una mujer aparece, trayendo rosas.
Su rostro, en el espejo, flota marcado
por los rayos verdes de los tallos.
Es una forma de sufrimiento: entonces
siempre la página transparente alzada
a la ventana hasta que sus venas emergen
como palabras al fin llenas de tinta.
Y se supone que yo debo entender
lo que los une a ellos y a la casa
firmemente asentada en el crepúsculo
porque yo debo entrar en sus vidas:
es primavera, el peral está diáfano
de flores delicadas y blancas.
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El miedo de la sepultura
De mañana, en el campo deshabitado,
el cuerpo espera que lo reclamen.
Junto a él el espíritu, sentado en una piedra:
nada viene a prestarle de nuevo forma.
Piensa en la soledad del cuerpo.
Vagando por el campo de noche
y con su sombra en torno.
Ciertamente una larga jornada.
Y, remotas, parpadeantes, las luces de la villa.
Qué lejanas parecen
las puertas. Y la leche y el pan
gravemente dejados en la mesa.
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Amor bajo la luz de la luna
A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación
a otra persona, a eso lo llaman
alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.
(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)
Afuera, la tarde de verano, todo un mundo
arrojado a la luna: grupos de formas plateadas
que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín
donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,
la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio
transformada en aleación de luz de luna,
forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma
llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,
tomada de otra fuente, y brilla
unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,
la luna sigue estando más que viva.
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Malahierba
Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y llama al desorden, al desorden.
Si tanto me odias
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitas
acaso un desdoro más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?
Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.
Yo no soy el enemigo.
Sólo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que queda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.
No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si puedes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.
No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.
Y yo conformaré el campo.
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