Yo leo a los maestros

miércoles, 18 de marzo de 2015

Hart Crane (1899 - 1932) Estados Unidos


En la tumba de Melville

Lejos de este arrecife, a veces, bajo la ola
Los dados de los huesos de los muertos
Vio llegar un mensaje, al contemplarlos
Batir la orilla, en polvo oscurecidos.

Sin campanas cruzaban barcos náufragos.
El cáliz de la muerte generosa
Devolvía un disperso, lívido jeroglífico,
Envuelto en espiral de caracolas.

Luego en la calma de una vasta espira,
amarras hechizadas, y en paz ya la malicia,
Había escarchados ojos que elevaron altares;
Por los astros reptaban las calladas respuestas.

Ni cuadrante ni brújula imaginan
Más distantes mareas… Y por la azul altura
El canto no despierta al marinero.
Que su mítica sombra sólo el mar la conserva.
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Tres canciones

                      Uno de ellos es Sestos, el otro Abídos el alto
                                                                Marlowe

La cruz del sur

Te quise mucho, anónima mujer del sur,
no sólo tu alma sino toda entera, aún más cuando
la Cruz del Sur toma a solas la noche
y desata sus cintas, una a una,
alta, fría,
            expandida en las lentas ascuas
de los cielos más bajos...
                                vaporosas cicatrices.
¿Eva, Magdalena
                       o quizá María?

Cualquier nombre cae en vano sobre el mar.
Venus simia, Eva sin techo,
soltera, tambaleándose ya sin jardín para llorar
guitarras arrastradas por el viento en las solitarias cubiertas de las naves.
¡Al final para obtener una tumba por respuesta!
Y esta larga estela de fósforo
                                      iridiscente
surca todo nuestro viaje, arrastrada como una inocentada.
Su beso nos desmigaja los ojos. Su hechizo
incita a gritar. Deslizándose en esta visión
la muerte se revuelve en su infierno
de saliva y murmullos.

Te he deseado mucho...las ascuas de la Cruz
ascendieron oblicuas en tropel aromático.
Son sangre del recuerdo, fuego
que balbucea hacia atrás...es
el mismo Dios tu anonimato. Y la ablución.

Toda la noche te peinó el agua con su negra
insolencia. Y te escabulliste a fuego lento, consumada.
El agua baldeó esa punzante espiral, tu
citado cabellos, tan dócil después de tantas manos.

La Cruz, mi fantasma que se pliega bajo el alba.
La luz anega los líticos trillones de tu desove.
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 Interior

Esta lámpara dejó caer una tímida
Solemnidad en nuestro pobre cuarto.
¡Oh dorada y gris amenidad
Tristeza intensa y gentil!

A lo largo y ancho del mundo
Reclamamos las horas robadas ya que ninguno puede saber
Cuanto le agrada al amor florecer como una flor tardía
En los días posteriores a la incandescencia.

Y aunque el mundo deba despedazarse
Con celos y engaños
Al menos podrá  reverenciar y conquistar
Nuestra piedad con una sonrisa.
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 Al Norte del Labrador

Una tierra de hielo inclinada
Abrazada por el yeso de los grises arcos del cielo
Se arroja silenciosamente hacia la eternidad.

“¿Ninguno vino hasta aquí a conquistarte
O a dejarte tímidamente sonrojada
Sobre tus resplandecientes pechos?
 Oh  brillante oscuridad ¿ no tienes memoria ?”

El frío silencio es solo el momento cambiante
En ése viaje hacia la no Primavera –
Ni nacimiento, ni muerte, ni tiempo ni sol
En la respuesta.
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Emblemas de conducta

Cerca de una península el vagabundo se sentó y dibujó
las desiguales tumbas del valle. Mientras el apóstol daba
limosna a los pobres, el volcán estalló
con azufre y doradas rocas...
Porque el gozo cabalga en espléndidos ropajes
Atrayendo a los vivientes a las puertas principales.

Los oradores, siguen el universo,
y la radio, las completas leyes del pueblo.
El apóstol conduce el pensamiento a través de la disciplina.
Tazones y copas llenas de adoraciones a los historiadores-
torpes labios conmemorando puertas espirituales.

El vagabundo escogió más tarde este lugar de reposo
donde nubes de mármol sostiene el mar
y donde finalmente nació el héroe escogido.
A la sazón, el verano y el humo habían pasado.
Los delfines aún jugaban, arqueando el horizonte,
pero sólo para levantar recuerdos de puertas espirituales.
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Y las abejas del Paraíso

Llegué, atravesando todo el mar,
pero encontré la ola de nuevo entre tus brazos,
y acantilados, fortalezas- todo
disuelto bajo un cielo de advertencias-

Jardines submarinos levantados
en dirección del arcoiris a través de los ojos
encontré

Sí, altos, inseparables nuestros días
pasaron hacia el sol. Anduvimos los cielos ardidos
inexorables y arrullados
con tu alabanza,

llenos de la paloma, y las abejas
del Paraíso.
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Al puente de Brooklyn

Cuántos amaneceres el agitado río que en ondas descansa,
las alas de las gaviotas se hundirán atravesándolo,
esparciendo blancos círculos de rumor, erigiendo
sobre la encadenada bahía las aguas de la libertad.

Después su inclinación invisible olvida nuestros ojos,
como una visión de veleros que caminan sobre
alguna página del cuaderno de bitácora,
hasta que los ascensores nos depositen en nuestro día...

Pienso en las salas de cine, artificios panorámicos,
gente embelesada ante una escena que seduce
ocultando el sentido, a la que regresas siempre
intuida por otros ojos en la misma pantalla.

Y atraviesas el puerto a paso de plata,
como si el sol caminara sobre ti, y aún así dejara
algo de movimiento sin prodigarse en el tránsito:
implícita vive en ti tu libertad.

Desde alguna escotilla subterránea, buhardilla o celda,
un demente se apresura hacia tus parapetos
aturdido por momentos, el aire infla su camisa,
la burla se percibe en la enmudecida caravana.

Wall Street abajo desde las vigas a la calle gotea el mediodía,
un diente arrancado del cielo de acetileno.
Por la tarde las grúas arrastran las nubes...
tus cables respiran la quietud del Atlántico norte.

Oscuro como aquel cielo de los judíos
tu galardón. Se te rinden honores
de anonimato, que el tiempo no puede enmendar:
vibrante indulgencia y perdón muestras.

Oh arpa y altar fundidos en furia.
Cómo pudo el esfuerzo alinear el canto de tu cordaje,
terrorífico umbral de la visión del profeta,
de la oración del paria y el gemido del amante.

De nuevo las luces del tráfico rozan tu ágil,
indestructible idioma, inmaculado suspiro de estrellas
bordando tu destino, condensada eternidad:
vemos a la noche arrullarse en tus brazos.

Bajo tu sombra esperé en los muelles,
sólo en la oscuridad se aclara tu sombra.
Las ardientes parcelas de la ciudad tiemblan,
cuando la nieve sumerge un año metálico...

Oh, insomne como el río a tus pies
hinchando el mar, el sueño de las llanuras
hacia nosotros mísero fluye, desciende,
y desde sus ondas ofrenda un mito de Dios.
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 Viajes II

--Y  aún en éste parpadeo de eternidad
De inundación sin bordes, sotavento sin trabas
Las mismas sabanas y  cortejos donde
Su vasta y silenciosa combadura  hacia la luna
Sonríe con la envolvente inflexión de nuestro amor;

Toma este mar en cuyo diapasón tañen
En pergaminos de plata níveas sentencias
El cetro del terror de cuyas sesiones arranca
Señalando en su sano o enfermo semblante
Todo excepto la piedad de las manos de los amantes.

Y hacia adelante las distantes campanas de San Salvador
Saludan al azafranado lustre de las estrellas
En ésa florecientes praderas de sus mareas,--
Adagios de islas, oh mi prodiga
Completan las oscuras confesiones que sus venas derraman

Y señalan cómo gira sus hombros en el viento de las horas
Mientras precipita  sus ricas palmas sin dinero al
Transcurrir  títulos de espumas encorvadas y olas que se
Apresuran mientras  sean verdad sueño, muerte, deseo
Al acercarse un instante alrededor de una flotación de flores.

Guárdanos en éste instante, Oh clara Estación y temor reverente.
Oh galeones cantores del abrasador Caribe
Déjennos en la costa no terrenal antes
De que vuestra respuesta en el vórtice de nuestra tumba
Derrame el amplio sello del rocío del mar al contemplar el paraíso
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Viajes III

Una infinita consanguinidad:
La imagen sugerida sobre ti la luz la recupera
De los llanos del mar en donde el cielo
Renuncia al pecho que alza cada ola;
Mientras el adornado camino que recorro
No lo bañan ni esparcen las brazadas
Amplias de tu costado al que en este momento
El mar también levanta manos de relicario.

Y traspasando así negras puertas hinchadas
Que deben, además, detener las distancias,
¡Más allá del pilar giratorio y del ágil frontón,
Luz incesante, allí, luchando con la luz
Estrellas que se besan de ola en ola
Hasta tu cuerpo que se mece!
Y allí donde la muerte, si se muda,
No supone matanza sino sólo este cambio
Que en el abrupto suelo se arroja de alba en alba,
Trasmembramiento hábil y sedoso del canto;

Déjame, amor, viajar, hacia tus manos...
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Virginia

Oh la lluvia a las siete
Y la paga a las once.
Sonriendo mantén al jefe lejos,
Mary (¿qué vas a hacer?). Pasaron
Ya las siete y las once,
Y yo sigo esperándote.

¡Oh, Mary, ojos azules y pañuelo burdeos,
Mi Mary de los sábados!

¡Campanillas del carro
De golosinas!
¡Palomas a millones,
Y Prince Street en primavera,
Donde brillan los higos
Junto a las ostras!

¡Oh, Mary que te asomas desde el silo,
Suelta tu trenza de oro!

En pleno mediodía
De mayo las violetas
Se esparcen en cornisas de narcisos.
Reinan en Bleecker bandas de trileros,
Con crin de poni las peonías
Y en las ventanas nomeolvides:
¡Allá arriba, en la torre de latón, resplandece,
Oh, Mary catedral,
resplandece!
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Travesía

Donde las hojas del cedro dividen el cielo, oí el mar.
En las lizas de zafiro de las colinas
me prometieron una infancia mejorada.

Ceñuda, sancionando al sol,
dejé mi memoria en una hondonada-
fortuito piojo, que teje el alforjón,
rocas delantales, congregas peras
en fanegas iluminadas por la luna
y despierta callejuelas con una escondida tos.

Peligrosamente ardió el verano
(me había unido a los recreos del viento).
Las sombras de las peñas alargaron mi espalda:
a los gongs de bronce de mis mejillas
La lluvia se secó sin aroma.

mira donde la enredadera roja y negra
apuntaló valles> -: pero el viento
murió hablando a través de los tiempos que tú conoces.
Y abrazas, ¡corazón de hollín del hombre!
Así fui volteado de una lado a otro, como tu humo
compila una demasiado bien conocida biografía.

La noche era una lanza en la quebrada
Que medra a través de auténticos robles.¿y había yo andado
Los doce decimales particulares del viento?
Tocando un abierto laurel, hallé
A un ladrón debajo, con mi robado libro en la mano.
<¿Por qué estás de nuevo ahí –sonriendo a un ataúd de hierro?>,
 repliqué bajo la constante maravilla de tus ojos-"
Cerro el libro. Y desde los Ptolomeos
la arena nos sumió en un resplandeciente abismo.
Una serpiente trazó un vértice para el sol
-en no holladas playas sacó su lengua y tamborileó.
¿Qué fuente escuche? ¿Qué helados discursos?
La memoria, confiada a la página, se había muerto.