Yo leo a los maestros

viernes, 1 de enero de 2010

Roberto Juarroz (1925 - 1995) Argentina


A veces me parece...

A veces me parece
que estamos en el centro
de la fiesta
sin embargo
en el centro de la fiesta
no hay nadie
En el centro de la fiesta
está el vacío
Pero en el centro del vacío
hay otra fiesta.
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casi poesía...
Introducción

Casi poesía. No siempre la visión y la palabra coinciden hasta la suma del poema. Muchas veces sólo quedan algunos núcleos o gérmenes o imágenes o roces, como si fueran restos o quizá paradójicas ganancias de un naufragio. ¿Pero acaso es otra cosa toda la poesía? Tal vez se debiera entonces hablar aquí de fragmentos caídos, astillas de poemas, gestos de aproximación, trozos de materia poética de textos que no terminaron de nacer. Y consolarse con la idea de que nacer es un proceso que nunca termina.
(R.J)
Lo visible es un adorno de lo invisible.
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Apagar una luz me deslumbra más que encenderla.
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Allí donde la luz no alumbra, tal vez alumbre la sombra.
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Aunque pierda mi nombre y yo no responda ya a su llamado, volveré siempre al lugar donde tu lo pronunciabas.
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Nadie posee nada. Para poseer algo es preciso desnudarlo, apoderarse de su centro y tener un espacio donde protegerlo. Nadie puede, para poseer una rosa, desvestirla de sus pétalos y retener su fragancia. Las manos del hombre son siempre manos vacías. Tal vez nuestro ejercicio fundamental consista en aprender a amar y escribir con las manos vacías.
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Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que solo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
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Algún día encontraré una palabra...

Algún día encontraré una palabra
que penetre en tu vientre y lo fecunde,
que se pare en tu seno
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.
Hallaré una palabra
que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta,
que contenga tu cuerpo
y abra tus ojos como un dios sin nubes
y te use tu saliva
y te doble las piernas.
Tú tal vez no la escuches
o tal vez no la comprendas.
No será necesario.
Irá por tu interior como una rueda
recorriéndote al fin de punta a punta,
mujer mía y no mía
y no se detendrá ni cuando mueras.
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La trampa de estar solo.
no se abre en la trampa mayor de estar con otro.
ni tampoco en la trampa del cero, .
sino en la montaña de reflejos que danzan.
o en la última luz sobre una vida.
enceguecida de ocasos. . .
El hombre es la oración de dios.
o dios es la oración del hombre. .
Demos las gracias entonces a lo que no existe, .
por nuestra inexistencia que existe. .
Y después, .
abramos o cerremos del todo.
la puerta de la trampa.
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El amor empieza cuando se rompen...

El amor empieza cuando se rompen los dedos
y se dan vuelta las solapas del traje,
cuando ya no hace falta pero tampoco
sobra
la vejez de mirarse,
cuando la torre de los recuerdos, baja o
alta,
se agacha hasta la sangre.

El amor empieza cuando Dios termina
Y cuando el hombre cae,
mientras las cosas, demasiado eternas,
comienzan a gastarse,
y los signos, las bocas y los signos,
se muerden mutuamente en cualquier
parte.

El amor empieza
cuando la luz se agrieta como un
muerto disfrazado
sobre la soledad irremediable.

Porque el amor es simplemente eso:
la forma del comienzo
tercamente escondida
detrás de los finales.
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Hay corazones sin dueño...

Hay corazones sin dueño,
que no tuvieron nunca la oportunidad
de regir como un péndulo casi atroz
el laborioso espasmo de la carne.
Hay corazones de repuesto,
que esperan sabiamente
o por quién sabe qué mandato
el momento de asumir su locura.
Hay corazones sobrantes
que se descuelgan como puños de contrabando
desde la permanente anomalía
de ser un corazón.
Y hay también un corazón perdido,
una campana de silencio,
que nadie sin embargo ha encontrado
entre todas las cosas perdidas de la tierra.
Pero todo corazón es un testigo
y una segura prueba
de que la vida es una escala inadecuada
para trazar el mapa de la vida.
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Cada poema hace olvidar al anterior,
borra la historia de todos los poemas,
borra su propia historia
y hasta borra la historia del hombre
para ganar un rostro de palabras
que el abismo no borre.
También cada palabra del poema
hace olvidar a la anterior,
se desafilia un momento
del tronco multiforme del lenguaje
y después se reencuentra con las otras palabras
para cumplir el rito imprescindible
de inaugurar otro lenguaje.
Y también cada silencio del poema
hace olvidar al anterior,
entra en la gran amnesia del poema
y va envolviendo palabra por palabra,
hasta salir después y envolver el poema
como una capa protectora
que lo preserva de los otros decires.
Todo esto no es raro.
En el fondo,
también cada hombre hace olvidar al anterior,
hace olvidar a todos los hombres.
Si nada se repite igual,
todas las cosas son últimas cosas.
Si nada se repite igual,
todas las cosas son también las primeras.
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Un hombre solo,
en un cuarto cerrado,
levanta el brazo en un gesto de adiós.
Otro hombre solo,
en un camino desierto,
levanta su brazo en el mismo ademán.
Una sospecha casi imposible
vincula ambos gestos:
la herida de despedirse
se termina de abrir
cuando no hay nada ni nadie
de que despedirse.
Y esos gestos se vuelven
la clave del hombre:
ser despedida pura.
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Solemos creer que todo está allí
sólo para ser visto por nosotros
como si nuestra mirada
fuera el único criterio de realidad.
Pero el hombre y su mirada se disuelven
y todo sigue estando allí.
¿Y para qué?
¿Para que lo vea quién?
Tal vez todo está allí
para mostrar que no es preciso
que nadie vea algo para que exista.
Ver es quizás un episodio,
otra cosa que está allí.
Sin embargo, no podemos dejar de sentir
que debe haber algo parecido a la mirada
sosteniendo, como el ojo a los párpados,
ese otro episodio que llamamos realidad.
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